“Sean íntegros y honestos, no tengan miedo de amar”, dijo Francisco a los jóvenes filipinos


“Sean íntegros y honestos, no tengan miedo de amar”, dijo Francisco a los jóvenes filipinos


Tras recorrer seis kilómetros en coche, el papa Francisco llegó a la Pontificia y Real Universidad Santo Tomás donde se reunió con los líderes de las principales confesiones religiosas de Filipinas. La Universidad Santo Tomás, dirigida por los padres dominicos, es el ateneo más grande y antiguo de Asia. En él estudian unos 40.000 universitarios. Recientemente celebró su 400 aniversario de fundación y goza del patrocinio de la Corona española desde 1680.

Al llegar, el Papa fue recibido por el canciller y el rector de la Universidad y saludó a los líderes religiosos. Poco después se subió al papamóvil y recorrió los alrededores del Campus para saludar a los 10.000 estudiantes que lo esperaban. Desde allí se dirigió al campo deportivo con una capacidad para 30.000 personas y encontró a una multitud de jóvenes a los que dirigió unas palabras espontáneas en español respondiendo a varias preguntas que le hicieron sobre ¿por qué sufren los niños?, ¿cómo se vive el verdadero amor? y ¿cómo contribuir profesionalmente a la compasión y a la misericordia sin caer en el materialismo?


Antes, Francisco dedicó unos minutos para compartir con los presentes la triste noticia ocurrida ayer en Tacloban, del fallecimiento de la joven voluntaria Cristal. “Tenía 27 años -dijo- era joven como ustedes. Quisiera que todos nosotros juntos recemos en silencio un minuto y después invoquemos a nuestra Madre del cielo. Oremos también por sus padres”.



Texto de la alocución dirigida por el papa Francisco a los jóvenes


“Queridos jóvenes amigos: Me alegro de estar con ustedes esta mañana. Mi saludo afectuoso a cada uno y mi agradecimiento a todos los que han hecho posible este encuentro. En mi visita a Filipinas he querido reunirme especialmente con ustedes los jóvenes, para escucharlos y hablar con ustedes. Quiero transmitirles el amor y las esperanzas que la Iglesia tiene puestas en ustedes. Y quiero animarlos, como cristianos ciudadanos de este país, a que se entreguen con pasión y sinceridad a la gran tarea de la renovación de la sociedad y ayuden a construir un mundo mejor.


Doy gracias de modo especial a los jóvenes que me dirigieron las palabras de bienvenida. Hablando en nombre de todos, han expresado con claridad las inquietudes y preocupaciones de ustedes, la fe y las esperanzas. Hablaron de las dificultades y las expectativas de los jóvenes. Aunque no puedo responder detalladamente a cada una de estas cuestiones, sé que ustedes, junto con sus pastores, las considerarán atentamente y harán propuestas concretas de acción para sus vidas.


Me gustaría sugerir tres áreas clave en las que pueden hacer una importante contribución a la vida de este país. En primer lugar, el desafío de la integridad. La palabra “desafío” puede entenderse de dos maneras. En primer lugar, puede entenderse negativamente, como la tentación de actuar en contra de sus convicciones morales, de lo que saben que es verdad, bueno y justo. Nuestra integridad puede ser amenazada por intereses egoístas, la codicia, la falta de honradez, o el deseo de utilizar a los demás.


La palabra “desafío” puede entenderse también en un sentido positivo. Se puede ver como una invitación a ser valientes, una llamada a dar testimonio profético de aquello en lo que crees y consideras sagrado. En este sentido, el reto de la integridad es algo a lo que tienen que enfrentarse ahora, en este momento de sus vidas. No es algo que puedan diferir para cuando sean mayores y tengan más responsabilidades. También ahora tienen el desafío de actuar con honestidad y equidad en el trato con los demás, sean jóvenes o ancianos. ¡No huyan de este desafío! Uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan los jóvenes es el de aprender a amar. Amar significa asumir un riesgo: el riesgo del rechazo, el riesgo de que se aprovechen de ti, o peor aún, de aprovecharse del otro. ¡No tengan miedo de amar! Pero también en el amor mantengan la integridad. También en esto sean honestos y justos.


En la lectura que acabamos de escuchar, Pablo dice a Timoteo: “Que nadie te menosprecie por tu juventud; sé, en cambio, un modelo para los creyentes en la palabra, la conducta, el amor, la fe y la pureza”. Están, pues, llamados a dar un buen ejemplo, un ejemplo de integridad. Naturalmente, al actuar así sufrirán la oposición, el rechazo, el desaliento y hasta el ridículo. Pero ustedes han recibido un don que les permite estar por encima de esas dificultades. Es el don del Espíritu Santo. Si alimentan este don con la oración diaria y sacan fuerzas de la Eucaristía, serán capaces de alcanzar la grandeza moral a la que Jesús los llama. También serán un punto de referencia para aquellos amigos que están luchando. Especialmente pienso en los jóvenes que se sienten tentados de perder la esperanza, de renunciar a sus altos ideales, de abandonar los estudios o de vivir al día en las calles.


Por lo tanto, es esencial que no pierdan su integridad. No pongan en riesgo sus ideales. No cedan a las tentaciones contra la bondad, la santidad, el valor y la pureza. Acepten el reto. Con Cristo serán, de hecho ya lo son, los artífices de una nueva y más justa cultura filipina.


Una segunda área clave en la que están llamados a contribuir es la preocupación por el medio ambiente. Y esto no sólo porque este país esté probablemente más afectado que otros por el cambio climático. Están llamados a cuidar de la creación como ciudadanos responsables, pero también como seguidores de Cristo. El respeto por el medio ambiente es algo más que el simple uso de productos no contaminantes o el reciclaje de los usados. Éstos son aspectos importantes, pero no es suficiente. Tenemos que ver con los ojos de la fe la belleza del plan de salvación de Dios, el vínculo entre el medio natural y la dignidad de la persona humana. Hombres y mujeres están hechos a imagen y semejanza de Dios y han recibido el dominio sobre la creación. Como administradores de la creación de Dios, estamos llamados a hacer de la tierra un hermoso jardín para la familia humana. Cuando destruimos nuestros bosques, devastamos nuestro suelo y contaminamos nuestros mares, traicionamos esa noble vocación.


Hace tres meses, los obispos de ustedes abordaron estas cuestiones en una Carta pastoral profética. Pidieron a todos que pensaran en la dimensión moral de nuestras actividades y estilo de vida, nuestro consumo y nuestro uso de los recursos del planeta. Les pido que lo apliquen al contexto de sus propias vidas y su compromiso con la construcción del reino de Cristo. Queridos jóvenes, el justo uso y gestión de los recursos de la tierra es una tarea urgente, y ustedes tienen mucho que aportar. Ustedes son el futuro de Filipinas. Interésense por lo que le sucede a su hermosa tierra.


Una última área en la que pueden contribuir es muy querida por todos nosotros: la ayuda a los pobres. Somos cristianos. Somos miembros de la familia de Dios. No importa lo mucho o lo poco que tengamos individualmente, cada uno de nosotros está llamado a acercarse y servir a nuestros hermanos y hermanas necesitados. Siempre hay alguien cerca de nosotros que tiene necesidades, ya sean materiales, emocionales o espirituales. El mayor regalo que le podemos dar es nuestra amistad, nuestro interés, nuestra ternura, nuestro amor por Jesús. Quien lo recibe lo tiene todo; quien lo da hace el mejor regalo.


Muchos de ustedes saben lo que es ser pobres. Pero muchos también han podido experimentar la bienaventuranza que Jesús prometió a los “pobres de espíritu”. Quisiera dirigir una palabra de aliento y gratitud a todos los que han elegido seguir a nuestro Señor en su pobreza mediante la vocación al sacerdocio y a la vida religiosa. Con esa pobreza enriquecerán a muchos. Les pido a todos, especialmente a los que pueden hacer y dar más: Por favor, ¡hagan más! Por favor, ¡den más! Qué distinto es todo cuando son capaces de dar tiempo, talentos y recursos a la multitud de personas que luchan y que viven en la marginación. Hay una absoluta necesidad de este cambio y por ello serán abundantemente recompensados por el Señor. Porque, como él dijo: “Tendrás un tesoro en el cielo”.


Hace veinte años, en este mismo lugar, san Juan Pablo II dijo que el mundo necesita “un tipo nuevo de joven”, comprometido con los más altos ideales y con ganas de construir la civilización del amor. ¡Sean ustedes esos jóvenes! ¡Que nunca pierdan sus ideales! Sean testigos gozosos del amor de Dios y de su maravilloso proyecto para nosotros, para este país y para el mundo en que vivimos. Por favor, recen por mí. Que Dios los bendiga”.



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