El Papa: Santa Teresa fue una comunicadora incansable del Evangelio


Teresa de Jesús fue una comunicadora incansable del Evangelio que no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba”, expresó el papa Francisco en la carta dirigida al superior general de la Orden del Carmelo Descalzo, padre Saverio Cannistrá, al celebrarse hoy, los 500 años del nacimiento de la mística española, primera mujer en ser declarada doctora de la Iglesia.

El obispo de la diócesis de Ávila, en España, monseñor Jesús García Burillo celebró dos misas, en la Iglesia de la Santa y en la Catedral, y una procesión de la imagen de la mística y de su bastón original por las calles de la ciudad.


En la carta al padre Cannistrá, Francisco destacó la dimensión “misionera y eclesial” de la impulsora de la reforma teresiana, dos características que, según indicó el Santo Padre, distinguieron también a la Orden del Carmelo Descalzo.


Por su parte, el obispo abulense leyó otro mensaje del Papa en el transcurso de la misma celebración eucarística. En su carta a la diócesis natal de la mística, tras reconocer que su corazón está “hoy en Ávila”, Francisco destacó los consejos que, de vivir en estos días Teresa de Jesús, daría a religiosos, sacerdotes, laicos, familias y jóvenes.


A los jóvenes, el Pontífice dirigió un mensaje especial, para que tengan el “valor de huir de la mediocridad y la tibieza”, albergando en su alma “grandes deseos, nobles aspiraciones dignas de las mejoras causas”. “Que el ejemplo de la santa infunda valentía a las nuevas generaciones, para que no se les arrugue el ánima y el ánimo”, destacó Francisco.


Carta del papa Francisco a la Orden de los Carmelitas Descalzos

Al Revdmo. P. Saverio Cannistrà

Prepósito general de la Orden de los Hermanos Descalzos

de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo


Querido Hermano:


Al cumplirse de los quinientos años del nacimiento de santa Teresa de Jesús, quiero unirme, junto con toda la Iglesia, a la acción de gracias de la gran familia del Carmelo descalzo –religiosas, religiosos y seglares– por el carisma de esta mujer excepcional.


Considero una gracia providencial que este aniversario haya coincidido con el año dedicado a la Vida Consagrada, en la que la Santa de Ávila resplandece como guía segura y modelo atrayente de entrega total a Dios. Se trata de un motivo más para mirar al pasado con gratitud, y redescubrir “la chispa inspiradora” que ha impulsado a los fundadores y a sus primeras comunidades (cf. Carta a los Consagrados, 21 noviembre 2014).


¡Cuánto bien nos sigue haciendo a todos el testimonio de su consagración, nacido directamente del encuentro con Cristo, su experiencia de oración, como diálogo continuo con Dios, y su vivencia comunitaria, enraizada en la maternidad de la Iglesia!


1. Santa Teresa es sobre todo maestra de oración. En su experiencia, fue central el descubrimiento de la humanidad de Cristo. Movida por el deseo de compartir esa experiencia personal con los demás, escribe sobre ella de una forma vital y sencilla, al alcance de todos, pues consiste simplemente en “tratar de amistad con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5). Muchas veces la misma narración se convierte en plegaria, como si quisiera introducir al lector en su diálogo interior con Cristo. La de Teresa no fue una oración reservada únicamente a un espacio o momento del día; surgía espontánea en las ocasiones más variadas: “Cosa recia sería que sólo en los rincones se pudiera traer oración” (Fundaciones 5, 16). Estaba convencida del valor de la oración continua, aunque no fuera siempre perfecta. La Santa nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la sequedad, de las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos reclaman.


Para renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que, lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.


2. A partir de su encuentro con Jesucristo, Santa Teresa vivió “otra vida”; se convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida 23,1). Deseosa de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba. Desde su condición de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió –dice ella– “hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo” (Camino 1,2). Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus hermanas que no gastasen el tiempo tratando “con Dios negocios de poca importancia” cuando estaba “ardiendo el mundo” (Camino 1,5). Esta dimensión misionera y eclesial ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo.


Como hizo entonces, también hoy la Santa nos abre nuevos horizontes, nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama.


3. Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una auténtica vida comunitaria. Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios fue la fraternidad: “Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (Camino 4,7). Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas sobre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste “todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo” (Camino 12,2) y poner cuanto somos al servicio de los demás. Para evitar este riesgo, la Santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones 28). Lo contrario es lo que ella llama la “negra honra” (Vida 31,23), fuente de chismes, de celos y de críticas, que dañan seriamente la relación con los otros. La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia misionera, de agradecimiento y de abandono en Dios.


Con estas nobles raíces, las comunidades teresianas están llamadas a convertirse en casas de comunión, que den testimonio del amor fraterno y de la maternidad de la Iglesia, presentando al Señor las necesidades de nuestro mundo, desgarrado por las divisiones y las guerras.


Querido hermano, no quiero terminar sin dar las gracias a los Carmelos teresianos que encomiendan al Papa con una especial ternura al amparo de la Virgen del Carmen, y acompañan con su oración los grandes retos y desafíos de la Iglesia. Pido al Señor que su testimonio de vida, como el de Santa Teresa, transparente la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y convoque a muchos jóvenes a seguir a Cristo de cerca.


A toda la familia teresiana imparto mi Bendición Apostólica.


Mensaje del Santo Padre por los 500 años del nacimiento de Santa Teresa

A Monseñor Jesús García Burillo, obispo de Ávila


Querido Hermano:


Hoy mi corazón está en Ávila, donde hace quinientos años nació Teresa de Jesús. Pero no puedo olvidar tantos otros lugares que conservan su memoria, por los que pasó con sus sandalias desgastadas recorriendo caminos polvorientos: Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Duruelo, Toledo, Pastrana, Salamanca, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada, Burgos y Alba de Tormes. Además, la huella de esta preclara Reformadora sigue viva en los cientos de conventos de carmelitas diseminados por todo el mundo. Sus hijos e hijas en el Carmelo mantienen ardiente la luz renovadora que la Santa encendió para bien de toda la Iglesia.


A esta insigne “maestra de espirituales”, mi predecesor, el beato Pablo VI, tuvo el inédito gesto de conferirle el título de Doctora de la Iglesia. ¡La primera mujer Doctora de la Iglesia! Ella nos muestra al vivo lo secreto de Dios, donde entró “por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios” (Homilía en la Declaración del Doctorado de Santa Teresa, 27 septiembre 1970: AAS [1970] 592).


Nada de esto ha perdido su vigencia. Contemplación y acción siguen siendo su legado para los cristianos del siglo XXI. Por eso, cuánto me gustaría que pudiéramos hablar con ella, tenerla delante y preguntarle tantas cosas. Siglos después, su testimonio y sus palabras nos alientan a todos a adentrarnos en nuestro castillo interior y a salir fuera, a “hacerse espaldas unos a otros... para ir adelante” (Vida 7, 22). Sí, entrar en Dios y salir con su amor a servir a los hermanos. A esto “convida el Señor a todos” (Camino 19,15), sea cual sea nuestra condición y el lugar que ocupemos en la Iglesia (cf. Camino 5,5).


¿Cómo ser contemplativos en la acción? ¿Qué consejos nos das tú, Teresa, hoy?


En la hora presente, sus primeros interlocutores serían los religiosos y las religiosas, a los que la Santa animaría a comprometerse sin ambages: “No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia” (Camino 1,5), les decía a sus monjas. Ella hoy nos saca de la autorreferencialidad y nos impulsa a ser consagrados “en salida”, con un modo de vida austero, sin “encapotamientos” ni amarguras: “No os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno” (Camino 41,5). En este Año de la Vida Consagrada, nos enseña a ir a lo fundamental, a no dejarle a Cristo las migajas de nuestro tiempo o de nuestra alma, sino a llevarlo todo a ese amistoso coloquio con el Señor, “estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5).


¿Y sobre los sacerdotes? Santa Teresa diría abiertamente: no los olviden en su oración. Sabemos bien que para ella fueron apoyo, luz y guía. Consciente como era de la importancia de la predicación para la fe de las gentes más sencillas, valoraba a los presbíteros y, “si veía a alguno predicar con espíritu y bien, un amor particular le cobraba” (Vida 8,12). Pero, sobre todo, la Santa oraba por ellos y pedía a sus monjas que estuvieran “todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y los predicadores y letrados que la defienden” (Camino 1,2). Qué hermoso sería que la imitáramos rezando infatigablemente por los ministros del Evangelio, para que no se apague en ellos el entusiasmo ni el fuego del amor divino y se entreguen del todo a Cristo y a su Iglesia, de modo que sean para los demás brújula, bálsamo, acicate y consuelo, como lo fueron para ella. Que la plegaria y la cercanía de los Carmelos acompañen siempre a los sacerdotes en el ejercicio del ministerio pastoral.


¿Y a los laicos? ¿Y a las familias, que en este año tan presentes están en el corazón de la Iglesia? Teresa fue hija de padres piadosos y honrados. A ellos dedica unas palabras elogiosas apenas comienza el Libro de la Vida: “El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena” (1,1). De joven, cuando aún era “enemiguísima de ser monja” (Vida 2,8), se planteó seguir el camino del matrimonio, como las chicas de su edad. Fueron muchos y buenos los laicos con los que la Santa trató y que le facilitaron sus fundaciones: Francisco de Salcedo, el “caballero santo”, su amiga Guiomar de Ulloa o Antonio Gaytán, a quien le escribe alabando su estado y pidiéndole que se alegre por ello (cf. Carta 386 2). Necesitamos hoy hombres y mujeres como ellos, que tengan amor a la Iglesia, que colaboren con ella en su apostolado, que no sean sólo destinatarios del Evangelio sino discípulos y misioneros de la divina Palabra. Hay ambientes a los que sólo ellos pueden llevar el mensaje de salvación, como fermento de una sociedad más justa y solidaria. Santa Teresa sigue invitando a los cristianos de hoy a sumarse a la causa del Reino de Dios y a formar hogares donde Cristo sea la roca en la que se apoyen y la meta que corone sus anhelos.


¿Y a los jóvenes? Mujer inquieta, vivió su juventud con la alegría propia de esta etapa de la vida. Nunca perdió ese espíritu jovial que ha quedado reflejado en tantas máximas que retratan sus cualidades y su talante emprendedor. Estaba convencida de que hay que “tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes” (Camino 16,12). Esa confianza en Dios la empujaba a ir siempre adelante, sin ahorrar sacrificios ni pensar en sí misma con tal de amar al prójimo: “Son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos” (Vida 15,5). Así puso de manifiesto que miedo y juventud no se casan. Que el ejemplo de la Santa infunda valentía a las nuevas generaciones, para que no se les arrugue “el ánima y el ánimo” (Camino 41,8). Sobre todo, cuando descubran que merece la pena seguir a Cristo de por vida, como lo hicieron aquellas primeras monjas Carmelitas Descalzas que, en medio de no pocas contrariedades, abrieron las puertas del primer “palomarcico”, un 24 de agosto de 1562. De la mano de Teresa, los jóvenes tendrán valor para huir de la mediocridad y la tibieza y albergar en su alma grandes deseos, nobles aspiraciones dignas de las mejores causas. Me parece oírla ahora advertirles con su gracejo que si no tienen altas miras serán como “sapos”, que caminan lenta y rastreramente, y se contentarán con “sólo cazar lagartijas”, dando importancia a minucias en lugar de a las cosas que cuentan de verdad (cf. Vida 13,3).


Y, de modo especial, ruego a Santa Teresa que nos regale la devoción y el fervor que ella tenía a san José. Harto bien haría que los que pasan por la prueba del dolor, la enfermedad, la soledad, quienes se sienten agobiados o entristecidos recurrieran a este insigne Patriarca con el amor y la confianza con que lo hacía la Santa. Te confieso, querido Hermano, que a menudo le hablo a san José de mis preocupaciones y problemas y, como ella, “no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer... A otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así en el cielo hace cuanto le pide” (Vida 6,6). “Glorioso Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles... Muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder”, dice una antigua oración inspirada en la experiencia de la Santa.


Querido Hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí y mi servicio al santo Pueblo fiel de Dios. Por mi parte, encomiendo a cuantos celebran este V Centenario a la intercesión de Santa Teresa, para que alcance del cielo todo lo que necesiten para ser de Jesús, como ella, y con la experiencia de su amor, puedan construir una sociedad mejor, en donde nadie quede excluido y se promueva la cultura del encuentro, del diálogo, de la reconciliación y la paz.


Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide.

Fraternalmente, Francisco"




Año Jubilar Teresiano


El Año Jubilar Teresiano se inauguró el pasado 15 de octubre de 2014 y durará hasta el próximo mes de octubre de 2015. Durante este tiempo, Ávila está recibiendo a miles de peregrinos.


La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha anunciado dos actos con motivo del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús: una peregrinación de todos los obispos españoles -el 24 de abril de 2015- para ganar el jubileo y un Encuentro Europeo de Jóvenes, del 5 al 9 de agosto de 2015, al que se esperan miles de participantes de todo el continente.


Entre otras actividades, destaca un Congreso Internacional Teresiano, del 21 al 27 de septiembre, titulado "Teresa, patrimonio de la humanidad", organizado por el Centro Internacional Teresiano Sanjuanista, al amparo de la Fundación V Centenario. Asimismo, del 10 al 14 de agosto, tendrá lugar un encuentro de la familia teresiana.


Por último, está previsto un Congreso Interuniversitario sobre la Santa, del 1 al 3 de agosto de 2015, organizado por la Universidad Católica de Ávila junto a la Católica de Valencia, la Universidad San Jorge y la Francisco de Vitoria.



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