Francisco: Busquemos al Señor como “esposo” de nuestra vida

Ciudad del Vaticano (AICA): Jesús se manifiesta como Esposo de la humanidad: como Aquél que responde a las esperas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros”, dijo el papa Francisco, en el mediodía de este domingo 17 de enero, en sus palabras previas al rezo del Ángelus, desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico. El Pontífice reflexionó sobre el Evangelio de este domingo que relata el primer milagro de Jesús en las Bodas de Caná.
Jesús se manifiesta como Esposo de la humanidad: como Aquél que responde a las esperas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros”, dijo el papa Francisco, en el mediodía de este domingo 17 de enero, en sus palabras previas al rezo del Ángelus, desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico. El Pontífice reflexionó sobre el Evangelio de este domingo que relata el primer milagro de Jesús en las Bodas de Caná.

“Los milagros son signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena Noticia y tienen el objetivo de suscitar y reforzar la fe en Jesús”, dijo el Papa.

En concreto, el de Caná “es un signo de la bendición de Dios para el matrimonio”. “El amor entre un hombre y una mujer es un buen camino para vivir el Evangelio, es decir, para encaminarse con alegría al camino de la santidad”.

El Papa destacó que este milagro no solo atañe a los matrimonios, porque “toda persona humana está llamada a encontrar al Señor como esposo de su vida”.

“La fe cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite encontrar a Dios”, indicó Francisco. En definitiva, “el relato de las Bodas de Caná nos invita a redescubrir que Jesús no se presenta ante nosotros como un juez dispuesto a condenar nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir ciegamente sus órdenes”, al contrario: “se manifiesta como Esposo de la humanidad: como Aquél que responde a las esperas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros”.

El Papa invitó a preguntarse si cada uno conoce al Señor “como Esposo de mi vida” y si “¿le estoy respondiendo con ese amor esponsal que me manifiesta cada día a mí y a todo ser humano?”.

“Se trata –añadió– de darse cuenta de que Jesús nos busca y nos invita a hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón”.

Al concluir, el Pontífice pidió a la Virgen María “que nos ayude a descubrir con fe la belleza y la riqueza de la Eucaristía y de los otros sacramentos, que hacen presente el amor fiel de Dios por nosotros”.

Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo presenta el hecho prodigioso sucedido en Caná, un pueblo de Galilea, durante la fiesta de una boda en la que también participaron María y Jesús, con sus primeros discípulos (cfr Jn 2,1-11). La Madre dice al Hijo que falta el vino y Jesús, después de responder que todavía no ha llegado su hora, sin embargo acoge su petición y dona a los novios el vino más bueno de toda la fiesta. El evangelista subraya que aquí “Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él” (v. 11).

Los milagros, por tanto, son signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena Noticia y tienen el fin de suscitar o reforzar la fe en Jesús. En el milagro realizado en Caná, podemos ver un acto de benevolencia por parte de Jesús hacia los novios, un signo de la bendición de Dios a su matrimonio. El amor entre el hombre y la mujer es por tanto un buen camino para vivir el Evangelio, es decir, para emprender el camino con alegría sobre el recorrido de la santidad.

Pero el milagro de Caná no tiene que ver solo con los esposos. Cada persona humana está llamada a encontrar al Señor como Esposo de su vida. La fe cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite encontrar a Dios. La fe atraviesa tiempos de alegría y de dolor, de luz y de oscuridad, como en cada auténtica experiencia de amor.

El pasaje de las bodas de Caná nos invita a redescubrir que Jesús no se presenta a nosotros como un juez preparado para condenar nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir ciegamente sus órdenes; se manifiesta como Salvador de la humanidad, como hermano, como nuestro hermano mayor, hijo del Padre, se presenta como Aquel que responde a las esperanzas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros.

Entonces podemos preguntarnos: ¿realmente conozco al Señor así? ¿Lo siento cercano a mí, a mi vida? ¿Le estoy respondiendo en la amplitud de ese amor esponsal que Él me manifiesta cada día y a cada ser humano? Se trata de darse cuenta que Jesús nos busca y nos invita a hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón. Y en este camino de fe con Él no estamos solos: hemos recibido el don de la Sangre de Cristo. Las grandes ánforas de piedra que Jesús llena de agua para convertirlas en vino (v. 7) son signo del paso de la antigua a la nueva alianza: en el lugar del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de forma sacramental en la Eucaristía y de la forma más dura en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que derivan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear la misericordia infinita de Dios.

La Virgen María, modelo de meditación de las palabras y de los gestos del Señor, nos ayude a redescubrir con fe la belleza y la riqueza de la Eucaristía y de los otros Sacramentos, que hacen presente el amor fiel de Dios por nosotros. Podemos así enamorarnos cada vez más del Señor Jesús, nuestro Esposo, e ir a su encuentro con las lámparas encendidas de nuestra fe alegre, convirtiéndonos así en sus testigos en el mundo.+

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