“¿Cuál es realmente la espesura de nuestra fe?”, planteó. “Entendámonos bien: cuando decimos ‘fe’, no nos referimos al mero sentimiento religioso que postula, sin mayores consecuencias, la existencia de un vaporoso e inocuo Ser superior”, aclaró.
“Al menos, en la súplica de los apóstoles a Jesús (‘¡Auméntanos la fe!’), por fe se entiende lo que enseña la Biblia: tomar en serio al Dios real, tal como se ha manifestado en la historia. Y confiarse a Él y a su Palabra, decidiendo desde allí la orientación fundamental de la propia vida”, explicó.
“Este pedido, a la vez humilde y ansioso, nace de escuchar las palabras de Jesús sobre la inevitabilidad y gravedad de los escándalos, pero también sobre el perdón”, continuó: ‘Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», perdónalo»’”, recordó.
Finalmente, el prelado recordó la figura evangélica de Francisco de Asís, cuya fiesta acabamos de celebrar, y consideró que “nos ayuda a comprender el real calado de esta súplica y de las consecuencias que trae para la vida”.
“Sin Jesús de Nazaret no se entiende a Francisco de Asís. En el rostro del Crucificado que le salió al paso en San Damián, el joven Francisco experimentó a un Dios real que, lejos de dejarlo tranquilo, lo desafiaba a buscar el sentido profundo de su vida. La fe fue para Francisco un abrirse y confiarse, cada vez más radicalmente, a ese Dios y a su Evangelio vivido sin glosas”, aseguró.
“Y Francisco vivió el perdón, la paz y la fraternidad como nadie hasta entonces, y, tal vez, tampoco hasta ahora. En él podemos contemplar a qué grado de calidad puede llegar la humanidad cuando se abre a la fe cristiana. Su figura nos sigue iluminando”, concluyó.+
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