Comenzó en Cruz del Eje la Semana Brocheriana

El obispo de Cruz del Eje, monseñor Ricardo Araya, presidió la misa de apertura de la Semana Brocheriana, que comenzó el sábado 18 de enero.

La celebración tuvo lugar en el santuario dedicado a San José Gabriel del Rosario Brochero, en Villa Cura Brochero, y la homilía estuvo a cargo del padre Ángel Rossi SJ.

“La mirada de Brochero, bien parecida a la de Jesús, una mirada pascual, una mirada que ve más allá, una mirada que ve más hondo. Y porque ve más hondo, es una mirada que te rescata, que nos rescata, que nos libera, que nos redime, que nos sana. Que nos hace levantar la frente, que no anda hurgueteando la parte fulera de nuestro corazón, sino los retazos sanitos, las hilachitas incontaminadas de nuestra alma”, señaló el sacerdote.

“Esa mirada esencial y misericordiosa desmantela la otra mirada, nuestra mirada farisaica, nuestra mirada inquisidora, condenatoria, prejuiciosa, que también está en el Evangelio: Al ver que comía con pecadores y publicanos (con los corruptos de la época) iban los fariseos a ver a los discípulos y les dicen: ¿Por qué come con pecadores y publicanos? ¿Por qué se sienta a la mesa de estos malandras? Lo mismo experimentó Brochero”, destacó.

“La invitación de Brochero es a ampliar los horizontes de nuestra mirada, es ver más lejos, es ver la hondura de las cosas o de la gente, y no quedarse en la superficie. Es ver las situaciones y los hechos como las ve Jesús crucificado y resucitado. Ver la realidad como la contempla el Señor desde lo alto de la cruz y desde la gloria de la resurrección. Cuesta entrar en la escuela de esta mirada, justamente porque Dios no mira como mira el hombre. Porque el hombre ve las apariencias pero Dios ve el corazón”, afirmó.

“Una invitación hermosa que nos hace bien, que nos abre espacios en el corazón que tantas veces se nos achica, se nos enferma de miopía espiritual. Mirar más lejos, mirar más allá de las apariencias, mirar más arriba. Ciertamente que no es fácil, sobre todo donde las situaciones dolorosas, donde el entorno hostil, donde la situación económica y la inseguridad reinante son una invitación solapada y muchas veces descarada a sospechar de todos, a sentirnos amenazados y vivir a la defensiva, amurallados, a cerrar puertas, estrechar los espacios, a achicarnos, a proteger enfermizamente nuestra ‘quintita’, a desentendernos de los horizontes de los demás, bajo el pretexto de que ya bastantes preocupaciones tenemos con lo nuestro, a cercenar proyectos y a abortar sueños”, lamentó.

Haciendo referencia a la parábola del Padre Misericordioso, señaló: “El horizonte de la mirada del Padre es el corazón de los hijos, en contraste con las miradas mezquinas, egoístas. El menor la tiene puesta en su herencia, la que pide anticipadamente. El mayor la tiene puesta en un cabrito para celebrar con sus amigos. Dos miradas chiquitas, ensimismadas, rastreras. El corazón del Padre, porque se anima a ver lejos, porque ve más allá, no se queda en la herencia perdida y dilapidada por el hijo menor sino en la fiesta que ese hijo necesita encontrar para restablecer su dignidad. Ni se queda en el miserable cabrito reclamado por el mayor, sino que le ofrece todo”. En ese sentido, animó a preguntarse: “¿Cómo ando mirando yo? ¿Cómo describiría mi propia mirada, mi modo de mirar a Dios, a los demás y a mí mismo? Quizá tenga que reconocer que ando ciego, que no veo nada. Quizá he ido creciendo en miopía, sólo viendo lo que está cerquita, lo referido a mí y a mi conveniencia, y en cambio todo lo referido a mi prójimo se me ha vuelto borroso”, planteó, e invitó a “dejarse mirar por el Señor”.

“A lo largo de la vida, si es que se encara por un camino de madurez, y uno va curando su mirada, la va mejorando, la va rectificando, la va simplificando, la va purificando de tantas cosas que quizá la fueron enturbiando, le quitaron ese brillito de la ingenuidad y le dejaron la sombra de la suspicacia o de la desconfianza. Pero curar nuestra mirada necesita tiempo, necesita haber visto muchas cosas en el corazón, haberse rebalsado de risas y haber pasado por el crisol misterioso del dolor”, reconoció.

“Posiblemente muchos venimos esta semana a los pies del Cura, a cobijarnos bajo su mirada. Porque nos sentimos débiles, porque necesitamos de ayuda, porque estamos sin fuerza o porque estamos agobiados por las privaciones. Privaciones de salud, de afectos, de trabajo, del sustento para vivir más tranquilos, dignamente. Porque necesitamos que el Señor, a través de Brochero, nos anime a levantar la frente, a desterrar de nuestra vida las mesas de recaudaciones, de egoísmo, de autoritarismo, de la injusticia, y nos aliente a la mesa de los pobres, de la familia, de la comunidad”, concluyó.+

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