El Santo Padre se encontró en Getsemaní con los consagrados



Jerusalén (Tierra Santa) (AICA): Siguiendo su peregrinación por la tierra de Jesús, el Santo Padre se trasladó a la iglesia del Getsemaní que se sitúa junto al Huerto de los Olivos. “En este lugar santo, santificado por la oración de Jesús, por su angustia, por su sudor de sangre; santificado sobre todo por su “sí” a la voluntad de amor del Padre, Jesús sintió la necesidad de rezar y de tener junto a sí a sus discípulos, a sus amigos, ¨que lo siguieron y compartieron de cerca su misión¨, dijo Francisco a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas -representando a un centenar de congregaciones- que se reunieron, esta tarde, con el Papa en Getsemaní.

Siguiendo su peregrinación por la tierra de Jesús, el Santo Padre se trasladó a la iglesia del Getsemaní que se sitúa junto al Huerto de los Olivos.

El Papa se dirigió hacia el altar donde veneró la Santa Roca, donde según la tradición Jesús se recogió en oración antes de su prisión.


En Getsemaní el Pontífice se reunió con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas -representando a un centenar de congregaciones- a los que dirigió un discurso recordándoles que se encuentran "en este lugar santo, santificado por la oración de Jesús, por su angustia, por su sudor de sangre; santificado sobre todo por su “sí” a la voluntad de amor del Padre".


El Pontífice explicó que Jesús sintió la necesidad de rezar y de tener junto a sí a sus discípulos, a sus amigos, "que lo siguieron y compartieron de cerca su misión".


“Sentimos casi temor de acercarnos a los sentimientos que Jesús experimentó en aquella hora; entramos de puntillas en aquel espacio interior donde se decidió el drama del mundo”.


El Papa recordó luego que los discípulos tomaron diversas actitudes ante el Maestro, y por eso es bueno que “nosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas, seminaristas, preguntarnos en este lugar: ¿quién soy yo ante mi Señor que sufre?”


“¿Soy de los que, invitados por Jesús a velar con él, se duermen y, en lugar de rezar, tratan de evadirse cerrando los ojos a la realidad?”


“¿Me identifico con aquellos que huyeron por miedo, abandonando al Maestro en la hora más trágica de su vida terrena?”


“¿Descubro en mí el doblez, la falsedad de aquel que lo vendió por treinta monedas, que, habiendo sido llamado amigo, traicionó a Jesús?”


“¿Me identifico con los que fueron débiles y lo negaron, como Pedro? Poco antes, había prometido a Jesús que lo seguiría hasta la muerte; después, acorralado y presa del pánico, jura que no lo conoce”.


“¿Me parezco a aquellos que ya estaban organizando su vida sin Él, como los dos discípulos de Emaús, necios y torpes de corazón para creer en las palabras de los profetas?”


“O bien, gracias a Dios, ¿me encuentro entre aquellos que fueron fieles hasta el final, como la Virgen María y el apóstol Juan? Cuando sobre el Gólgota todo se hace oscuridad y toda esperanza parece apagarse, sólo el amor es más fuerte que la muerte. El amor de la Madre y del discípulo amado los lleva a permanecer a los pies de la cruz, para compartir hasta el final el dolor de Jesús”.


“¿Me identifico con aquellos que imitaron a su Maestro y Señor hasta el martirio, dando testimonio de hasta qué punto Él lo era todo para ellos, la fuerza incomparable de su misión y el horizonte último de su vida?”


Luego de las ocho preguntas dirigidas a los obispos, los sacerdotes, los religiosos y seminaristas, el Papa Francisco recordó que “la amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su misericordia son el don inestimable que nos anima a continuar con confianza en el seguimiento a pesar de nuestras caídas, nuestros errores y nuestras traiciones”.


“Pero esta bondad del Señor no nos exime de la vigilancia frente al tentador, al pecado, al mal y a la traición que pueden atravesar también la vida sacerdotal y religiosa. Advertimos la desproporción entre la grandeza de la llamada de Jesús y nuestra pequeñez, entre la sublimidad de la misión y nuestra fragilidad humana. Pero el Señor, en su gran bondad y en su infinita misericordia, nos toma siempre de la mano, para que no perezcamos en el mar de la aflicción”.


Jesús, continuó el Santo Padre, “está siempre a nuestro lado, no nos deja nunca solos. Por tanto, no nos dejemos vencer por el miedo y la desesperanza, sino que con entusiasmo y confianza vayamos adelante en nuestro camino y en nuestra misión”.


“Ustedes, queridos hermanos y hermanas, están llamados a seguir al Señor con alegría en esta Tierra bendita. Es un don y una responsabilidad. Su presencia aquí es muy importante; toda la Iglesia se lo agradece y los apoya con la oración”.


Para concluir, el Pontífice alentó a imitar a “la Virgen María y a San Juan, y permanezcamos junto a las muchas cruces en las que Jesús está todavía crucificado. Éste es el camino en el que el Redentor nos llama a seguirlo. ‘El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí estará mi servidor’".+


Discurso del Santo Padre



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