Por primera vez un Pontífice preside la asamblea de la CEI



Ciudad del Vaticano (AICA): El papa Francisco inauguró en la tarde de ayer, lunes 19 de mayo, la LXVI Asamblea de los obispos italianos, en la que discutirán propuestas de enmienda del Estatuto y del Reglamento de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), así como las ¨Orientaciones para el anuncio y la catequesis en Italia¨. También reflexionarán sobre el tema ¨Educación cristiana y misionalidad a la luz de la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium¨. Es la primera vez que un pontífice preside la asamblea de la CEI.

El papa Francisco inauguró en la tarde de ayer, lunes 19 de mayo, la LXVI Asamblea de los obispos italianos, en la que discutirán propuestas de enmienda del Estatuto y del Reglamento de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), así como las "Orientaciones para el anuncio y la catequesis en Italia". También reflexionarán sobre el tema "Educación cristiana y misionalidad a la luz de la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium". Es la primera vez que un pontífice preside la asamblea de la CEI.

Francisco, según informa el VIS, articuló su discurso en tres puntos: Pastores de una Iglesia que es, en primer lugar, comunidad del Resucitado, cuerpo del Resucitado y anticipación y promesa del Reino, comenzó diciendo a los prelados: “El pueblo nos mira. Nos mira para que lo ayudemos a captar la singularidad de su vida cotidiana en el contexto del plan providencial de Dios” y subrayó que 'la fe es memoria viva de un encuentro alimentado por el fuego de la Palabra que plasma el misterio y unge a nuestro pueblo. Sin la oración asidua, el pastor está expuesto al peligro de avergonzarse del evangelio y de acabar disolviendo el escándalo de la cruz en la sabiduría mundana”.


“Las tentaciones de oscurecer el primado de Dios y de Cristo son “legión” -observó- y van desde la tibieza que desemboca en la mediocridad que esquiva renuncias y sacrificios”, pasando por la prisa pastoral, la acidia que lleva al desagrado como si todo fuera un peso, hasta el “acomodarse en la tristeza que, mientras apaga cualquier expectativa y creatividad, nos hace incapaces de entrar en las vivencias de nuestra gente y comprenderlas a la luz de la mañana de Pascua”.


Para combatir esa “legión”, el Papa exhortó a los obispos italianos a no cansarse nunca de buscar al Señor porque “El es el principio y el fundamento que envuelve de misericordia nuestras debilidades y nos renueva; es El lo más precioso que estamos llamados a ofrecer a nuestra gente, so pena de dejarla a merced de una sociedad de la indiferencia, cuando no de la desesperación. Y si queremos seguirlo no hay otro camino.


Recorriéndolo con El, nos descubrimos pueblo, hasta reconocer con estupor y gratitud que todo es gracia, incluso las fatigas y las contradicciones del vivir humano si se viven con el corazón abierto al Señor”.


Después, hablando de los pastores de una Iglesia que es cuerpo del Señor, afirmó que la Iglesia es “la alta gracia de la que nos sentirnos profundamente deudores. La unidad es don y responsabilidad y ser sacramento configura nuestra misión”. De ahí que “la falta de comunión constituya el escándalo más grave”.


En ese ámbito los pastores deben huir de otras tentaciones que los desfiguran como “la dureza del que juzga sin involucrarse y el laxismo de los que consienten sin hacerse cargo del otro, la ambición que genera corrientes, el sectarismo. Y también el replegarse de los que buscan en el pasado las seguridades perdidas y la pretensión de los que quieren defender la unidad negando la diversidad, humillando así los dones con los que Dios sigue haciendo joven y bella a su Iglesia”.


Frente a estas tentaciones, el antídoto más eficaz es “la experiencia eclesial. El Santo Padre instó a los obispos a amar “con dedicación generosa y total a las personas y las comunidades” y a “tener confianza en que el Pueblo de Dios tiene el tino de individuar los caminos acertados”.


“Acompañen con amplitud -dijo- el crecimiento de una corresponsabilidad laica con la intuición y la ayuda de los laicos conseguirán no quedarse en una pastoral de conservación -que de hecho es genérica, dispersa, fragmentada y poco influyente-.


A los pastores, anticipo y promesa del Reino, recordó que “servir al Reino comporta vivir descentrados de sí mismos, dispuestos al encuentro que es, en fin, el camino para reencontrar lo que somos realmente: anunciadores de la verdad de Cristo y de su misericordia. Con esta claridad, su anuncio, hermanos debe acompañarse de la elocuencia de los gestos. Y, entre los “lugares” en que su presencia me parece más necesaria y significativa está ante todo la familia. Hoy la comunidad doméstica está fuertemente penalizada por una cultura que privilegia los derechos individuales y transmite una lógica provisional. Promuevan la vida del concebido como la del anciano. Y no olviden inclinarse con la compasión del samaritano sobre el que está herido en los afectos o ve comprometido su proyecto de vida”.


Otro espacio que los obispos no pueden desertar es la “sala de espera” de los desempleados, en la que “el drama de los que no saben cómo llevar el pan a casa se encuentra con el del que no sabe cómo sacar adelante su empresa. Es una emergencia histórica que interpela la responsabilidad social de todos: como Iglesia, ayudemos a no ceder al catastrofismo y a la resignación, sosteniendo con cualquier forma de solidaridad creativa la fatiga de los que, privados del trabajo, se sienten también privados de la dignidad. En fin, el abrazo acogedor a los emigrantes: huyen de la intolerancia, de la persecución, de la falta de futuro. ¡Que nadie vuelva la mirada a otra parte! Y, más en general, que las situaciones difíciles que viven tantos contemporáneos nuestros, los encuentren atentos y partícipes, listos para poner en tela de juicio un modelo de desarrollo que explota lo creado, sacrifica las personas en el altar del beneficio y crea nuevas formas de marginación y exclusión”.


“Salgan al encuentro de todo el que les pida razón de su esperanza -concluyó- reciban su cultura, ofrezcan con respeto la memoria de la fe y la compañía de la Iglesia, por lo tanto, los signos de la fraternidad, la gratitud y la solidaridad que anticipan en los días del ser humano los reflejos del domingo sin ocaso”. +



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