La comunidad carismática coreana Kkottognae cuida a los enfermos



Buenos Aires (AICA): La comunidad carismática coreana Kkottognae cuida a los enfermos, gente de la calle y desamparados: su acción fue presentada en la Universidad Católica Argentina el sábado 14, en un seminario sobre cómo asistir eficazmente a quienes están en una situación extrema. El superior de esa comunidad, hermano James Shin, dijo que la comunidad reúne en un encuentro anual a un millar de personas que viven en la calle y al preguntarles qué es lo que más desean, ellas dicen que no es salud, casa, comida, ropa, honor, sino que quieren amor. “Las otras son cosas que necesitan pero no son suficientes; están sedientos de amor”, explicó.

La comunidad carismática coreana Kkottognae cuida a los enfermos, gente de la calle y desamparados: su acción fue presentada en la Universidad Católica Argentina (UCA) el sábado 14, en un seminario sobre cómo asistir eficazmente a quienes están en una situación extrema.

El superior de esa comunidad, hermano James Shin, dijo que la congregación reúne en un encuentro anual a un millar de personas que viven en la calle y al preguntarles qué es lo que más desean, ellas dicen que no es salud, casa, comida, ropa, honor, sino que quieren amor. “Las otras son cosas que necesitan pero no son suficientes; están sedientos de amor”, explicó.


Y ese movimiento tiene como lema “El Amor en acción”. En su sede primera (luego se extendió a otros países), mantiene casas para los desahuciados, gente enferma o abandonada, iglesias, escuelas, un hospital, y hasta ha desarrollado un canal de televisión y una universidad.


Con el papa Francisco


Abrió la reunión Pino Scafuro, de la Renovación Carismática Católica de Buenos Aires (RCCBA), que se refirió al encuentro que tuvo Francisco en un estadio de Roma en el que se arrodilló ante unos 52.000 adherentes al movimiento carismático, que alababan a Dios orando por él. Se proyectó un video de ese encuentro. “Hace un par de años no teníamos ni idea de Kkottognae”, confesó Scafuro. Y dijo: “Vamos a seguir sorprendiéndonos con lo que Dios puede hacer con esta corriente de gracia en la Iglesia”.

Luego habló el hermano Shin, traducido al español por María Lee, una laica de origen coreano que vive en Brasil, pero vivió en Paraguay por lo que habla castellano. El religioso coreano dijo que más allá de los progresos en salud, comunicación, tecnologías muchas personas viven en forma muy triste, que ha disminuido la alegría de vivir, el respeto y amor al prójimo, y aumentado la violencia y el desgajamiento social.


Shin expresó que más que echarle la culpa a otros, cada uno debe pensar: “La oscuridad de este mundo es culpa de la falta de mi amor, de mi sacrificio, porque no estoy dando luz”.


Se refirió al fundador de Kkottognae, fray John Oh, un sacerdote coreano que en 1976 se encontró con un mendigo que compartía lo suyo con otros pobres. El inició lo que es hoy una ciudad, Kkottognae, o villa de las flores, donde se enseña y practica el amor para todos, aún para las personas que no tienen fuerzas para pedir ayuda, y un movimiento carismático extendido por varios países.


Recordó la historia de los mártires coreanos, que mantuvieron la fe católica sin contar con sacerdotes, y haciéndose eco del papa Francisco, dijo que la humildad y el coraje no son posibles sin oración. “Adorar a Jesús nos da la fuerza para ayudar al prójimo, para hacernos cargo de él”.


Recordó que el año pasado tuvo una audiencia de 40 minutos en Roma con el Papa, quien se mostró muy interesado en conocer Kkottognae, que visitará en su próximo viaje a Corea en agosto próximo. Hace dos años, el hermano Shin estuvo por primera vez en Buenos Aires e iba a almorzar con el cardenal Bergoglio, pero no se pudo concretar y el arzobispo le envió una carta para disculparse.


Shin, que lleva 27 años en Kkottognae, contó cómo sonríen personas con parálisis cerebral y otras discapacidades, agradecen la vida en el entorno de amor de ese lugar y ayudan a los demás. Varias fotos eran por demás elocuentes, como la de un chico de unos diez años, con parálisis cerebral, que había sido abandonado por su madre, y debe tomar los alimentos por la nariz, en tanto tiene respiración artificial por la garganta. “Los pobres tienen mucho para enseñarnos. Ellos van a compartir no sólo la percepción de la fe, sino también el sufrimiento que ellos conocen a través de sus dolores”. Recordó que Jesús entregó todo por nosotros, su vida, hasta su última gota de sangre en la Cruz. Y señaló que los pobres tienen sed de ese amor, de ese sacrificio.


Testimonios. Luego dieron testimonios personales varias personas que conocieron la sede de Kkottognae, en Corea. Ana Guerrero dijo que le llamó la atención la sonrisa de toda la gente, y de modo especial, en las jóvenes religiosas que sirven a los enfermos. “En su cara se veía la felicidad”.


Una médica de La Plata, Myriam Peralta, de terapia intensiva y cardiología, dijo que humanizar la medicina resulta difícil, que a veces hay que luchar contra el Estado, contra los colegas, contra los mismos pacientes, que creen que sólo ellos están enfermos, y sus familiares. Y se manifestó maravillada de la generosidad que vio en Kkootongnae, donde todos piensan en el otro.


Luego, compartieron en una mesa distintas experiencias de ayuda solidaria, Jorge Vega, de la Red del Posadero; Justo Carbajales, médico, del Departamento de Laicos (DEPLAI), de la Conferencia Episcopal Argentina, y Solvejg Ingrid Bernsdorff de Rivera, licenciada en servicio social, nacida en Letonia, donde sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial. Contó que pasó hambre y frío en un campo de refugiados, pero su mamá, perseguida por el comunismo, le enseñó a amar la vida, las flores, la luz, como dones de Dios. Citó a Víktor Frankl, también sobreviviente de un campo de concentración, quien decía que cada uno de nosotros somos “únicos, irrepetibles, inacabados hasta que lleguemos a la plenitud y nos llamen del otro lado”.


Misa. La reunión se prolongó en la celebración de la misa por el padre Alberto Ibáñez Padilla SJ, uno de los introductores de la renovación carismática católica en el país, quien en la homilía se refirió al amor que Dios, cuya esencia es el amor dentro de la Trinidad, derramó entre nosotros.


La misa se extendió durante casi una hora y media, acompañada en algunos momentos por cantos y una suave música melódica. Antes de dar el sacerdote la bendición final, el hermano Shin hizo una reflexión e invitó a rezar y pedir la bendición de Dios sobre los enfermos. + (Jorge Rouillon)



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