El Evangelio hay que conocerlo, no sólo jurar sobre él




Corrientes (AICA): “Nuestra Patria necesita gobernantes justos. No simplemente porque conozcan las leyes a aplicar, sino porque, al ejecutarlas, sean su personificación virtuosa. ¿Es mucho pedir?”, interpeló el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna. Asimismo, aseguró que “el Evangelio, sobre el que algunos juran, no conociendo más que sus tapas ricamente encuadernadas, conserva toda la sabiduría necesaria para el autoexamen de conciencia que les corresponde”. Tras cuestionar que “se acuda poco a él”, lamentó que “cuando se lo cita se lo presenta contradictorio, tergiversado y atemporal”.

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, lamentó que los políticos se acusen mutuamente de “no pensar en el pueblo pobre que les toca gobernar. Estimo que existe la desatención, mucha y disímilmente repartida”, por eso, consideró, que “nuestra Patria necesita gobernantes justos. No simplemente porque conozcan las leyes a aplicar, sino porque, al ejecutarlas, sean su personificación virtuosa”.

“¿Es mucho pedir?”, interpeló en su sugerencia para la homilía del próximo domingo, al afirmar que “el pueblo que los elije - sabia o ingenuamente - ¿no tendrá el derecho de reclamar justicia o ese estilo de gobernantes justos?”


El prelado aseguró que “el Evangelio, sobre el que algunos juran, no conociendo más que sus tapas ricamente encuadernadas, conserva toda la sabiduría necesaria para el autoexamen de conciencia que les corresponde”.


Tras cuestionar que “se acuda poco a él”, advirtió que “cuando se lo cita se lo presenta contradictorio, tergiversado y atemporal”.


“Se ha de escuchar a quienes se hacen cargo, por mandato legítimo, de su recta interpretación. Nos encontramos en un mundo entreverado, en el que ha desaparecido la autoridad legítima y todo se pone en duda, anteponiendo las ocurrencias ideológicas individuales a la Palabra de Dios, auténticamente formulada”, reflexionó.


Texto de la sugerencia


1.- La humildad de los últimos o la soberbia de los necios. Los últimos, en la escala de importancias trazada por Jesús, son los más humildes. La humildad no es una carencia sino una virtud. Lo mismo digamos de la pobreza. La vinculación de esta última con el espíritu denota su condición de virtud. La carencia de bienes necesarios procede de un desorden llamado injusticia, opuesto a la voluntad de Dios. La miseria ocasionada por el egoísmo de los que tienen más debe ser vencida por un respetuoso amor a quienes inexplicablemente la padecen. Para ello, será preciso reunir las reservas del pensamiento, de la técnica y de la ciencia, como también establecer, para ese fin, una adecuada legislación. Es una deuda a saldar con quienes están inmersos en el escandaloso margen de pobreza que aqueja a nuestra sociedad. A la hora de la verdad, cuando las apariencias pierdan su fugaz luminosidad, los predilectos serán aquellos que han sido relegados, como al margen de las preferencias del mundo. Las expresiones que formula Jesús adquieren un sentido particularmente significativo: "Asi, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos". (Mateo 20,16)

2.- La sabiduría necesaria del Evangelio. Son quienes sufren a causa de la injusticia de los delincuentes, de los irresponsables y de los indiferentes. Los políticos se acusan mutuamente de no pensar en el pueblo pobre que les toca gobernar. Estimo que existe la desatención, mucha y disímilmente repartida. Nuestra Patria necesita gobernantes justos. No simplemente porque conozcan las leyes a aplicar, sino porque, al ejecutarlas, sean su personificación virtuosa. ¿Es mucho pedir? El pueblo que los elije - sabia o ingenuamente - ¿no tendrá el derecho de reclamar justicia o ese estilo de gobernantes justos? El Evangelio, sobre el que algunos juran, no conociendo más que sus tapas ricamente encuadernadas, conserva toda la sabiduría necesaria para el autoexamen de conciencia que les corresponde. Se acude poco a él, y cuando se lo cita se lo presenta contradictorio, tergiversado y atemporal. Se ha de escuchar a quienes se hacen cargo, por mandato legítimo, de su recta interpretación. Nos encontramos en un mundo entreverado, en el que ha desaparecido la autoridad legítima y todo se pone en duda, anteponiendo las ocurrencias ideológica individuales a la Palabra de Dios, auténticamente formulada.


3.- La humilde predicación del Evangelio. El Evangelio es inseparable de Cristo, necesita, por ello, transmitir nítidamente la presencia real del Señor resucitado. Todo hombre tiene derecho a encontrarse con Él, no con un fantasma de Él. La Iglesia garantiza la autenticidad de la Palabra que anuncia y celebra. Únicamente la Iglesia. La teoría de la libre interpretación no tiene sustento racional y menos teológico. Los Apóstoles, como originales predicadores del Evangelio, no cesaban de afirmar la importancia e imprescindibilidad de la humilde predicación. Para entenderlo es oportuno leer a San Pablo. Aquello que fue válido entonces lo sigue siendo ahora. El Evangelio, predicado por quienes tienen la responsabilidad principal de hacerlo, es "poder de Dios que salva al que cree" (a los Romanos). Es la palabra viva de Quien por la Resurrección "ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra". El mundo necesita el encuentro vivo con Cristo, mediante los signos que Él ha elegido para comunicarse y hacerse presente. En la Iglesia, presidida por un legítimo sucesor de Pedro, llamado "Francisco", están esos signos. Tambien, en la medida que los respeten, se van insinuando en otras confesiones cristianas. Es preciso reconocerlos y celebrarlos en la Iglesia que los reúne todos y los celebra con el poder proveniente de la legítima sucesión apostólica. Así, el mundo de la gente honesta, podrá encontrarse con Cristo resucitado y lograr el gozo del perdón, de la justicia y de la santidad.


4.- Todo lo que dice Cristo es verdad, porque Él es la Verdad. Las palabras de Cristo no son vanas, como las que acostumbramos a escuchar en la vorágine de tantos discursos vacíos o intrascendentes. Todo lo que dice es verdad, porque procede de la Verdad. Aunque nos parezcan contradictorias, es nuestro intelecto el que debe adecuarse a ellas, no ellas a nuestra pobre capacidad de entender las cosas. Para ello nos será imprescindible la humilde sumisión a su prédica profética. Sus mejores seguidores guardaban silencio hasta entender - queriendo entender - o se atrevían a proclamar lo que el Padre les inspiraba, como lo hizo Pedro. Quienes ocupan las mayores responsabilidades, en la sociedad y en la Iglesia, están urgidos a adoptar la actitud de aquellos humildes hombres. La oscilación es perfecta: desde el conocimiento del Maestro a la exposición ante el mundo de lo que aprenden del Maestro.+



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