En el domingo de la Divina Misericordia, Mons. Castagna reflexiona sobre la fe
Corrientes (AICA): El próximo domingo 12 de abril, segundo domingo de Pascua al que el papa san Juan Pablo II denominó Domingo de la Divina Misericordia, se lee en todas las misas un pasaje del capítulo 20 del evangelio de san Juan, donde se relata la primera aparición de Jesús a sus apóstoles después de su resurrección, y el episodio del apóstol Tomás que por haber estado ausente no creía que Jesús había resucitado. Tomando pie sobre este pasaje evangélico, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo S. Castagna, efectúa unas reflexiones sobre la fe y las propone, como lo hace semanalmente, a manera de sugerencias para la homilía de ese domingo.
Tomando pie sobre este pasaje evangélico, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo S. Castagna, efectúa unas reflexiones sobre la fe y las propone, como lo hace semanalmente, a manera de sugerencias para la homilía de ese domingo.
“Felices los que creen sin haber visto”, dijo Jesús en esa ocasión, tras reprender a Tomás calificándolo de incrédulo por poner en duda el testimonio de sus condiscípulos.
“Creer -afirma monseñor Castagna- es aceptar el anuncio apostólico y no pretender ver y tocar la realidad misteriosa”, porque “el creyente no pretende, como Tomás, comprobar con sus sentidos la existencia de lo que legítimamente se le anuncia. Los Apóstoles necesitaron aprender a creer, para que el mundo pudiera aprender de ellos lo que "vieron con sus ojos y tocaron con sus manos".
“La fe -asevera el prelado correntino- no está vedada a nadie: sabios y analfabetos, pobres y ricos, niños, jóvenes y ancianos… Jesús otorga a la fe una decisiva importancia y la reclama a quienes se disponen a seguirlo. Su presencia en el mundo es esencial promotora de la fe. Él es la Palabra que suscita la fe, anunciada y celebrada por la Iglesia. La evangelización incluye el llamado a la obediencia de la fe, según expresa el apóstol Pablo”.
Texto de la homilía sugerencia
La alegría de la fe. Nadie cree de verdad si no acepta los signos puestos por el Señor, como reveladores únicos de la Resurrección. Sin embargo, en contadas ocasiones, el mismo Jesús condesciende pacientemente en vista a la débil comprensión de sus discípulos. A ello parecen responder sus apariciones, ya como resucitado. En este segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia el Señor se deja ver y tocar: "Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor". (Juan 20, 20) No obstante reprenderá a Tomás, al poner en duda el testimonio de sus condiscípulos, calificándolo de incrédulo. Creer es aceptar el anuncio apostólico y no pretender ver y tocar la realidad misteriosa. Jesús declara la verdadera naturaleza de la fe cuando, después de condescender con la pretensión de Tomás, afirma: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!" (Juan 20, 29). El creyente no pretende, como Tomás, comprobar con sus sentidos la existencia de lo que legítimamente se le anuncia. Los Apóstoles necesitaron aprender a creer, para que el mundo pudiera aprender de ellos lo que "vieron con sus ojos y tocaron con sus manos".
Creer sin ver ni tocar. A partir de entonces el testimonio apostólico suplirá la percepción sensible de los futuros creyentes. Será virtud de fe creer sin ver ni tocar. Los auténticos creyentes decidirán prescindir de los sentidos y, en la oscuridad, se alegrarán al saber presente al Señor resucitado. Estamos lejos, aún entre los más fervorosos, de la vivencia de una fe llevada al extremo del heroismo. Los modelos y testigos de la fe auténtica son los santos. No me refiero exclusivamente a los canonizados por la Iglesia sino a todos aquellos que viven santamente, quizá desde un completo anonimato. Son los designados por Jesús resucitado con un apelativo consolador: Bienaventurados. Es una especie de calificación de excelencia. La fe no está vedada a nadie: sabios y analfabetos, pobres y ricos, niños, jóvenes y ancianos. Si "el justo vive de la fe", es la fe el secreto de la Vida Nueva. Jesús otorga a la fe una decisiva importancia y la reclama a quienes se disponen a seguirlo. Su presencia en el mundo es esencial promotora de la fe. Él es la Palabra que suscita la fe, anunciada y celebrada por la Iglesia. La evangelización incluye el llamado a la "obediencia de la fe". Las cursivas corresponden a textos de los escritos del Apóstol Pablo.
La fe es una "virtud" que causa estabilidad y equilibrio. Nos contagiamos de una acepción de la fe que corresponde al nivel de lo sujetivo o meramente emocional. Cuando escuchamos decir: "tengo mucha fe", debemos atribuirlo a una confianza ocasional en personas o conceptos. En cambio la fe, como resultado de la gracia de la Palabra, es una virtud y, por tanto, causa de estabilidad y equilibrio. Se aviva por el amor y llega a su perfección en el amor indisoluble y absolutamente generoso y gratuito. San Juan afirma: "El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor". (1 Juan 4, 8) Para amar de verdad se requiere amar como Dios nos ama "generosa y gratuitamente". Es un largo camino. Se interna en una historia humana agobiada por el pecado, constituido en la antinomia del amor. Jesucristo resucitado ha vencido al pecado y expresa la pureza del amor de Dios, en la misma naturaleza humana que tomó de María Virgen. El drama doloroso de la cruz "ha vencido el pecado y la muerte" y desembocó en la Resurrección. Lo hemos celebrado durante la reciente Semana Santa. Lo que aparece como un gran momento litúrgico es un estado habitual, representado continuamente en la celebración de la Eucaristía.
Volver a la fe verdadera. Es nuestro deber responder a la pregunta de Jesús, dirigida al mundo actual: "Cuando vuelva el Hijo del hombre, encontrará fe sobre la tierra?". Me refiero a la fe de los Apóstoles y de los santos. Es la fe que hace posible vencer el mal y, por lo mismo, eliminar el pecado y la muerte. Es la que obtienen los humildes y los sabios, y que les está vedada a los soberbios y manipuladores de esta sociedad. Depende de la escucha humilde y dócil de la Palabra de Dios, encarnada en Jesucristo y destinada, como gesto del amor de Dios, a todo el mundo. Dios es tan buen Padre que no deja de manifestarse, con toda su ternura, a quienes abandonan la necia pretensión de constituirse en señores de ellos mismos, con la intención demencial de construir un mundo propio. Fallido intento, loca ilusión provocadora del trágico regreso al caos y a la desolación. Reencontrarse con el verdadero Dios y Señor, en Cristo resucitado, es dar un golpe rectificador de timón que reconduzca la historia a toda su verdad. La fe lograda por Tomás, y vivida por aquellos primeros discípulos y discípulas, es la necesidad que urge al ministerio evangelizador de la Iglesia.+
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