Hay verdades que trascienden los alcances naturales de la inteligencia humana




Corrientes (AICA): “A la inteligencia humana le asiste el derecho legítimo de investigar la verdad y llegar a conclusiones lógicas, pero también sabe intuir que hay verdades que trascienden sus alcances naturales. Más allá está el misterio, que está fuera de sus límites, en cuyo interior puede introducirse auxiliada por una fuerza superior a la suya. La puerta al misterio es la fe obsequiada por Dios”, expresa el arzobispo emérito de Corrientes, Mons. Domingo S. Castagna, en su habitual sugerencia homilética, en esta ocasión la correspondiente al próximo domingo, tercero de Pascua.

“A la inteligencia humana le asiste el derecho legítimo de investigar la verdad y llegar a conclusiones lógicas, pero también sabe intuir que hay verdades que trascienden sus alcances naturales. Más allá está el misterio, que está fuera de sus límites, en cuyo interior puede introducirse auxiliada por una fuerza superior a la suya. La puerta al misterio es la fe obsequiada por Dios. La fe, en la que Jesús glorioso adiestra a sus primeros y principales discípulos, abre sus inteligencias al conocimiento de la Verdad”, expresa el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo S. Castagna, en su habitual sugerencia homilética, en esta ocasión la correspondiente al próximo domingo, tercero de Pascua.

Texto de la homilía sugerida para el 3er. Domingo de Pascua


Nuestra fe apoya su seguridad en la veracidad de los testigos. Es preciso que la Luz de Cristo resucitado recobre su luminosidad en el acontecer contemporáneo. Para ello necesitamos recorrer las escenas de los Evangelios que suceden al acontecimiento de la Resurrección. Vinieron por transmisión de los testigos acreditados: "Ustedes son testigos de todo esto" (Lucas 24,48). Nuestra fe en la presencia viva de Jesús, y en su acción salvadora, apoya su seguridad en la veracidad innegable de estos testigos. En ellos opera la gracia del Cristo Glorioso ya que, de sí mismos, no disponían más que de un lenguaje pobre, casi iletrado. Ante esta aparición se muestran asustados y confundidos. El Dios que se abajó hasta encarnarse, condesciende con ellos para iniciarlos en la fe: "Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: ¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean". (Lucas 24,37-39) La fe reemplaza el intento de comprobar con los sentidos la realidad que los trasciende y supera.


Él les abre la inteligencia para que comprendan. A la inteligencia humana le asiste el derecho legítimo de investigar la verdad y llegar a conclusiones lógicas, pero también sabe intuir que hay verdades que trascienden sus alcances naturales. Más allá está el misterio, que está fuera de sus límites, en cuyo interior puede introducirse auxiliada por una fuerza superior a la suya. La puerta al misterio -porta fidei- es la fe obsequiada por Dios. La fe, en la que Jesús glorioso adiestra a sus primeros y principales discípulos, abre sus inteligencias al conocimiento de la Verdad: "Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras" (Lucas 24,45). Para lograrlo se requiere la humildad de los auténticos sabios o de los pequeños. Los más humildes van en pos de Jesús. Con ellos el Señor se entiende y, en consecuencia, llegan a entenderlo. Lo mismo no ocurre con los escribas y fariseos. Hoy se repite aquello y el mundo no acaba de aprender de las notables y dolorosas lecciones de su historia. Predicar la "obediencia de la fe" es la misión que Cristo transfiere a la Iglesia antes de la Ascensión. Su cumplimiento aparece más urgente en momentos de mayor confusión y debilitamiento, como los actuales. Cristianos que se vuelven idólatras y hacen lobby de su idolatría. El llamado insistente a ser coherentes, además de ser evangélico, se presenta como prioritario en la pastoral y espiritualidad de la Iglesia. No a todos cae oportuno, de tal forma que cuando se lo aplica honestamente atrae objetores y encarnizados enemigos. La grave responsabilidad de evangelizar incluye el coraje de no huir del campo de batalla aunque la lucha parezca desigual y complicada. A nadie debe sorprender que los Pastores, fieles al Evangelio que deben predicar, no se cansen de confrontarlo con el comportamiento personal y social de los ciudadanos, particularmente si se profesan cristianos.


El poder de Cristo crucificado. Las apariciones posteriores a la Resurrección dan por terminada la enseñanza y dejan despejado el camino a la venida del Espíritu Santo. La Iglesia de Cristo inicia el desarrollo de su actividad misionera a partir de Pentecostés. Entonces se cumple la principal promesa de Jesús y aquella "pequeña grey" difunde el Mensaje y crece, acercándose a los límites universales que le señalara el mismo Señor. Para ello descartará el apoyo de los poderes de este mundo para depender exclusivamente de la gracia de su Señor. Las Cartas y predicación del Apóstol Pablo lo expresan de manera literariamente precisa. Su lectura atenta conduce a la contemplación del Misterio anunciado y celebrado. ¡Qué desamparado quedaría el mundo si la Iglesia dejara de predicarle a Cristo muerto y resucitado! No obstante, lo seguirá haciendo acatando las directivas de Pablo a su discípulo, el obispo Timoteo: "proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión y sin ella, arguye, reprende, exhorta con paciencia incansable y con afán de enseñar". (2 Timoteo 4,2) El beato Pablo VI, en su excelente exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, expresaba, con términos dramáticos, la urgencia que manifiesta el mundo de ser evangelizado por la Iglesia: "Por eso la Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como el nuestro. La Iglesia se siente responsable ante todos los pueblos". (No. 53).


La Iglesia signo del resucitado. La presencia visible de la Iglesia, amada por unos y vituperada hasta la persecución sangrienta por otros, es signo innegable de la operación del Espíritu de Pentecostés. Ciertamente estamos viviendo momentos históricos inigualables, animados por la presencia -oculta a los sentidos- de Cristo resucitado y dador del Espíritu. La fe viva de los creyentes se origina y alimenta en el encuentro con ese Cristo glorioso e invisible. De esa manera se transmite el Evangelio a la sociedad que necesita aprender a creer, conociendo la presencia activa del Salvador y desoyendo los reclamos de los sentidos. El Apóstol Tomás recorrió ese difícil itinerario hasta reconocer humildemente su incredulidad.+



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