El acto comenzó a las 10 (hora local), ante una multitud de aproximadamente 300 mil personas, que colmaron las avenidas aledañas a la Plaza Salvador del Mundo de San Salvador.
Al inicio de la ceremonia, el actual arzobispo de San Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas leyó un mensaje pidiendo al papa Francisco “que se digne a inscribir en el número de los beatos a este venerable siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero Galdámez”. A continuación, monseñor Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo de la familia y postulador de la Causa, leyó una biografía sobre el nuevo beato.
En respuesta al pedido de monseñor Escobar Alas, en una carta leída primero en latín y luego en español, el papa Francisco señaló que “para colmar la esperanza de muchísimos fieles cristianos” en virtud de su autoridad apostólica facultó a que en adelante a Mons. Romero “se le llame Beato y se celebre su fiesta el día veinticuatro de marzo, en que nació para el cielo”.
El Santo Padre describió al ahora Beato salvadoreño como “Obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico del Reino de Dios”.
Durante la eucaristía fueron presentadas durante la celebración la reliquia del nuevo beato: la camisa ensangrentada que llevaba el día del martirio.
Durante la homilía el cardenal Amato recordó a monseñor Romero como “luz de las naciones y sal de la tierra. Si sus perseguidores han desaparecido en la sombra del olvido y de la muerte, la memoria de Romero en cambio continúa viva y dando consuelo a todos los pobres y marginados de la tierra”.
¿Quién era Romero? ¿Cómo se preparó el martirio?, se preguntó el purpurado en la homilía. Y así, ha contestado explicando que “él era un sacerdote bueno y un obispo sabio” pero “sobre todo un hombre virtuoso”. De hecho, “amaba a Jesús, lo adoraba en la Eucaristía, veneraba a la Santísima Virgen María, amaba a la Iglesia, amaba al Papa, amaba a su pueblo”. Precisamente por esto, explicó el cardenal, el martirio “no fue una improvisación, sino que tuvo una larga preparación. Romero, de hecho, era como Abrahán, un hombre de fe profunda y de esperanza inquebrantable”.
Así, recordó las palabras del nuevo beato poco antes de su ordenación sacerdotal escritas en sus apuntes: “¡Este año haré la gran entrega a Dios! Dios mío ayúdame, prepárame. Tú eres todo, yo no soy nada, y sin embargo, tu amor quiere que yo sea mucho. ¡Con tu todo y mi nada haremos ese mucho!”.
Por otro lado recordó que hubo un suceso que marcó a Romero: el asesinato del padre Rutilio Grande, sacerdote jesuita salvadoreño “que había dejado la enseñanza universitaria para ser párroco de los campesinos, oprimidos y marginados”. Este asesinato “tocó el corazón del arzobispo, que lloró a su sacerdote como podía hacerlo una madre con su propio hijo”.
Desde ese día -observó el cardenal Amato-- el lenguaje se hizo cada vez más explícito al defender al pueblo oprimido y a los sacerdotes perseguidos, independientemente de las amenazas que recibía diariamente.
También recordó que la opción por los pobres del arzobispo Romero “no era ideológica sino evangélica. Su caridad se extendía también a los perseguidores a los que predicaba la conversión al bien y a los que aseguraba el perdón, a pesar de todo”. Estaba acostumbrado a ser misericordioso -añadió- la generosidad en el donar a quien pedía era magnánima, total, abundante. A quien pedía, daba.
Por otro lado, el prefecto señaló que la caridad pastoral “le infundía una fortaleza extraordinaria”. Las amenazas y críticas que sufría no le desanimaban, sino que le impulsaban a actuar sin nutrir rencor, aseguró el cardenal Amato.
Finalmente, ha indicado que Romero "no es un símbolo de división, sino de paz, de concordia, de fraternidad”.+
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