La celebración eucarística, presidida por el arzobispo de Mendoza, monseñor Carlos María Franzini, en la que confirió el sacramento del Orden del Diaconado, tuvo lugar a las 16 en el santuario Nuestra Señora de Lourdes, de El Challao, el lunes 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María.
Estamos en el mundo para una misión
En su homilía monseñor Franzini, tras referirse a la fiesta de la Asunción de María, quien se manifestó disponible a la misión que Dios le había asignado, recordó que todos estamos en el mundo para una misión, porque el Señor nos llama a ser santos, que es otra manera de decir que nos llama a vivir totalmente disponibles a su querer y al servicio de los hermanos.
“Como la ‘dulce muchacha humilde de Palestina’, también nosotros hemos de ser atentos y dóciles al Señor que llama una y otra vez, para reconocer su llamada, abrazarla con entusiasmo y responderla con creciente generosidad a lo largo de la vida, hasta su última llamada, cuando nos invite a participar del banquete celestial”.
“A cada uno -añadió-, el Señor lo ha pensado de manera personal y a cada uno le ha asignado una misión para seguir haciendo la historia de la salvación hasta el fin de los tiempos. En este contexto “vocacional” podemos entender mejor el sentido de la celebración que compartimos esta tarde como Iglesia de Mendoza. Estos hermanos nuestros, hijos de esta Iglesia, en su camino de fe han reconocido una llamada. Un reconocimiento que no ha sido fácil ni le han faltado momentos de menor claridad y hasta de desconcierto y retroceso. La historia vocacional de cada uno de nosotros, como toda la historia de la salvación, no es lineal ni diáfana. Se hace con total confianza en la inquebrantable fidelidad de Dios, con abierta disponibilidad a la mediación eclesial y con la serena esperanza que nos da el saber que siempre es más fuerte la misericordia de Dios que la pobreza de estas vasijas de barro, que somos los llamados”.
“Por eso somos capaces –y estos cinco hermanos lo han sido- de responder a la invitación del Señor. No son superhombres, muy por el contrario. Precisamente la humilde consciencia de la propia debilidad es la que los hace disponibles y confiados en la mediación eclesial, que ha acompañado con solicitud y cercanía el itinerario formativo inicial de cada uno y seguirá acompañando su formación permanente, hasta el último día de sus vidas y ministerios”.
“El Sacramento del Orden por el que hoy serán constituidos diáconos de la Iglesia es una realidad viva y dinámica que ha de ser alimentada y desplegada en toda su riqueza a lo largo de la vida. La ordenación es un momento decisivo de este camino vocacional -que en el caso de Pablo y Sebastián los orienta a la próxima ordenación presbiteral- pero de poco servirá si no es constantemente actualizada con la dinámica propia del don y la tarea, característica de toda la historia de la salvación.
“En el caso de Roberto, Pepo y Alberto el ser “sacramento de Cristo servidor” comenzará en la propia vida familiar: como esposos generosos y padres solícitos. Me permito invitarlos a tomar la rica enseñanza del papa Francisco en su reciente exhortación Amoris laetitia, como guía y norte de la vida familiar. También en la vida profesional y laboral deberán destacarse como servidores, ofreciendo el silencioso y eficaz servicio del testimonio de una vida traspasada por el Evangelio. Finalmente los servicios pastorales que se les encomienden serán para ustedes el modo concreto de plasmar en medio de la comunidad a la que se les envíe los rasgos del Señor, que ha venido no a ser servido sino a servir con humildad, sencillez y disponibilidad, no buscando otra cosa que no sea el bien de los fieles, postergando todo gusto o proyecto personal en pos de las necesidades de la Iglesia arquidiocesana.
“En el caso de Sebastián y Pablo la vocación al amor se expresará y manifestará ante todo en esa peculiar y –a menudo- poco valorada forma de amar que es el celibato sacerdotal. Ustedes han reconocido estar llamados a esta vocación y con plena libertad y madura responsabilidad hoy prometen corresponder con toda seriedad a este don precioso. La Iglesia, que es la primera beneficiaria de este don, se compromete a ayudarlos para que puedan vivirlo con creciente entrega y puedan disfrutar su inagotable fecundidad. También a ustedes les hará bien nutrirse de Amoris laetitia para vivir el amor célibe en favor de Dios y de su santo pueblo, al que servirán con un corazón indiviso en múltiples servicios. El celibato sacerdotal, cuando es bien vivido, es fuente de inmensa alegría, de serena entrega y de sobria pero rica relación fraterna”.
“Los diáconos casados y los diáconos célibes -dijo el obispo para concluir- nos muestran que la única vocación al amor puede y debe ser vivida de manera diversa en su expresión pero manifestando, cada uno a su modo, la inagotable riqueza del amor cristiano, siempre pálido reflejo del Dios Amor, en quien creemos.
“Mis queridos Pepo, Roberto, Alberto, Sebastián y Pablo: voy a ordenarlos diáconos para que viviendo en el amor nos enseñen a conocer a Dios y, conociéndolo, todos podamos responder a nuestra propia vocación”, concluyó.+
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