Mons. Castagna: “Todo en el Evangelio es para recuperar el rumbo de vida”
“La confianza filial está ausente en las relaciones familiares. También lo estuvieron en otros tiempos, por culpa de cierta incapacidad humana, temperamental o cultural”, aseguró en su sugerencia para la homilía dominical.
“Hoy existe una palpable indiferencia, que malogra la transmisión de los contenidos principales de la educación”, advirtió.
El prelado sostuvo que “la confianza en el Padre, que Jesús evidencia, resuelve lo humanamente imposible de resolver: el regreso a la vida del fallecido Lázaro: ‘Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado’”.
Texto de la sugerencia
1.- Los sentimientos humanos de Jesús. Esta escena es una de las más conmovedoras de la vida misionera de Jesús. El Evangelista Juan destaca el amor que el Señor profesa a los hermanos Marta, María y Lázaro: “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro”. (Juan 11, 5) Los sentimientos que manifiesta hacia ellos, expresados en el llanto, con ocasión de la muerte de Lázaro, constituyen en Él la plena asunción de nuestra naturaleza - menos el pecado - y el reconocimiento de la bondad de todo lo que la constituye esencialmente. Jesucristo es el más humano de los hombres, ya que el pecado no tiene dominio sobre Él. Al contrario de lo que el mundo piensa, el pecado desnaturaliza al hombre, hasta enajenarlo por completo. La misión de Cristo - Cordero de Dios - de “quitar el pecado del mundo”, incluye un proyecto humanizador que procede de Dios Creador del hombre. Jesús viene a enseñar al hombre a ser hombre, constituyéndose en prototipo y modelo. De esa manera se acerca a los pecadores, para devolverles su dignidad e identidad humanas. Esta escena de Betania es una confirmación de su cercanía a lo propiamente humano y de su propósito de vencer, desde la naturaleza asumida, lo que la daña.2.- Su conmovedora solidaridad con los que sufren. Jesús, el amigo entrañable, sabe que Lázaro volverá de la muerte. No obstante, su corazón se conmueve ante el dolor de Marta, María y los amigos, hasta acongojarse con ellos. De esa manera reivindica el valor de los sentimientos humanos de dolor y de gozo, como expresiones de auténtica solidaridad entre las personas. El pecado congela los sentimientos más nobles e introduce la crueldad, hasta extremos impensables. Estremece recordar el Holocausto y la saña nazi contra el pueblo judío y contra quienes no aceptaron los términos de su brutal e inhumana ideología. La “crueldad” es un desborde de la maldad del corazón y está allí, latente, y en ocasiones muy explícita, contrarrestada por la acción “del Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1, 29). Sus expresiones abarcan una gama infinita de manifestaciones, desde el pensamiento violento más oculto e insignificante, hasta el genocidio y el crimen contratado a sueldo. La presencia de Jesús en Betania, con ocasión de la muerte de su amigo, es un himno a la solidaridad y a la vida. Marta cree en Jesús y lo reconoce como el Mesías: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo” (Juan 11, 7). Marta y María identifican a Jesús con una precisión admirable, pero, no entienden su ausencia, ya que su presencia podría haber evitado la muerte de su hermano. Los Apóstoles sí lo saben: “Entonces les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean” (Juan 11, 14-15). La fe es el cometido de toda relación de Jesús con las personas. Aquellas buenas mujeres debían creer en su Amigo - e identificarlo - para recuperar la esperanza que, por causa de la muerte del hermano querido, se hallaba opacada y cuestionada.
3.- Cristo es la Resurrección y la Vida. Es interesante el diálogo de Jesús con Marta. Ella entiende lo que Él le enseña y, no obstante, mantiene el tono familiar de un inocente reproche: “Si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto”. En la objeción dolorida de Marta, y luego de María, no aparece la mínima duda de la identidad del Maestro. La respuesta de Jesús constituye una auto acreditación clara: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? Ella le respondió: Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios…” (Juan 11, 25-27). La actitud que corresponde, en el diálogo con Cristo, Dios y Maestro, es creer en Él y contemplar, en su rostro humano, los rasgos invisibles del Padre Eterno: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes” (Juan 20, 17). La fe permite trasladarse a esa dimensión, a la que están todos los hombres felizmente destinados. Para ello, es preciso abandonar las incredulidades de moda, respirar los aires nuevos de la fe y regular, en conformidad con ella, el comportamiento moral o ético, tanto personal como social. San Pablo afirma que, tal decisión, desata un duro combate, sostenido con valor, a pesar de las heridas infligidas por las agresiones de la conflictiva realidad actual. Jesús no desestima los sufrimientos de aquella familia, al contrario, los comparte en un gesto insólito de cercanía y compasión.
4.- La confianza que debe unir a los hombres con Dios. La escena de la resurrección de Lázaro revela la intimidad de la relación de Jesús con su Padre. Todo en el Evangelio es para recuperar el rumbo de vida que han perdido los hombres, a causa del pecado. La confianza filial está ausente en las relaciones familiares. También lo estuvieron en otros tiempos, por culpa de cierta incapacidad humana, temperamental o cultural. Hoy existe una palpable indiferencia, que malogra la transmisión de los contenidos principales de la educación. La confianza en el Padre, que Jesús evidencia, resuelve lo humanamente imposible de resolver: el regreso a la vida del fallecido Lázaro: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado” (Juan 11, 41-42)+.
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