Con la ayuda del Espíritu aprendamos cada día a amarnos como Jesús nos amó

Ciudad del Vaticano (AICA): “El amor hacia Dios y hacia el prójimo es el mayor mandamiento del Evangelio”, recordó este domingo 21 de mayo, el papa Francisco en sus palabras previas al rezo del Regina Coeli, desde la ventana del Palacio Apostólico. A los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre señaló que “el Señor hoy nos llama a corresponder generosamente a la llamada evangélica del amor, poniendo a Dios en el centro de nuestra vida y dedicándonos al servicio de los hermanos”.
El pontífice explicó que el Evangelio de este domingo nos lleva a la Última Cena de Jesús con sus discípulos en la que promete “otro paráclito”. “Él, resucitado y glorificado, mora en el Padre y, al mismo tiempo, viene a nosotros en el Espíritu Santo”.

El Pontífice reconoció que “si hay una actitud que no es fácil, que se da por desconectado para una comunidad cristiana es la de saber amar, quererse bien en el ejemplo del Señor y con su gracia”.

Pero “a veces los contrastes, el orgullo, las envidias, las divisiones dejan marcas también sobre el rostro hermoso de la Iglesia”.

“Una comunidad de cristianos debería vivir en la caridad de Cristo, y es allí donde el maligno ‘nos mete la garra’ y nosotros a veces nos dejamos engañar”.

El Papa explicó que normalmente estas son las personas “espiritualmente más débiles”. “Cuántos de ellos se alejaron porque no se sintieron recibidos, entendidos y amados. También para un cristiano saber amar no es nunca un dato adquirido de una vez para siempre” sino que “cada día se debe recomenzar, se debe ejercitar para que nuestro amor hacia los hermanos y hermanas que encontramos sea maduro y purificado de esos límites o pecados que lo hacen parcial, egoísta, estéril o infiel”.

Palabras del Papa antes del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El evangelio de hoy (cf. Jn 14,15-21), continuación de la del domingo pasado nos lleva a ese momento emocionante y dramático que es la Última Cena de Jesús con sus discípulos. El evangelista Juan, recoge de la boca y del corazón del Señor, sus últimas enseñanzas antes de su pasión y de su muerte. Jesús promete a sus amigos en ese momento triste, sombrío, que después de Él recibirían “otro Paráclito” (v.16) es decir otro “Abogado”, otro defensor, otro consolador, “el Espíritu de verdad” (v.17); y añade: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (v.18). Estas palabras transmiten la alegría de una nueva venida de Cristo: resucitado y glorificado, él permanece en el Padre y al mismo tiempo, viene a nosotros en el Espíritu Santo. Y en esta nueva venida se revela nuestra unión con Él y con el Padre: “Reconocerán que estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí, y yo en ustedes” (v.20).

Mediante estas palabras de Jesús, hoy percibimos con el sentido de la fe, que somos el pueblo de Dios en comunión con el Padre y con Jesús por el Espíritu Santo. En este misterio de comunión, la Iglesia encuentra la fuente inagotable de su misión, que se realiza por el amor. Jesús dice en el Evangelio de hoy: El que recibe mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; yo también le amaré y me manifestaré a él” (v.21).

Es el amor el que nos introduce en el conocimiento de Jesús, gracias a la acción de este “abogado” que Jesús envió, el Espíritu Santo. El amor hacia Dios y hacia el prójimo es el mayor mandamiento del Evangelio. El Señor hoy nos llama a corresponder generosamente a la llamada evangélica del amor, poniendo a Dios en el centro de nuestra vida y dedicándonos al servicio de los hermanos, y especialmente a aquellos que más necesidad tienen de apoyo y consuelo.

Si hay una actitud que nunca es fácil, que nunca se da por seguro, incluso para una comunidad cristiana, es la de saberse amar, de amarse al ejemplo del Señor y por su gracia. A veces, los conflictos, el orgullo, la envidia, divisiones, dejan una marca en el bello rostro de la Iglesia. Una comunidad de cristianos debería vivir en la caridad de Cristo, y por el contrario, es precisamente aquí donde el mal “se involucra” y, a veces nos dejamos engañar.

Son las personas espiritualmente débiles quienes están pagando el precio. Cuantas de entre ellas, –y ustedes conocen a algunas– cuantas de entre ellas se alejaron porque no se sintieron acogidas, no se sintieron comprendidas, no se sintieron amadas. Cuantas personas se alejaron, por ejemplo de una parroquia o de una comunidad, a causa del ambiente de críticas, de celos y de envidias, que encontraron.

Para un cristiano también, saber amar no se adquiere de una vez por todas; hay que recomenzar cada día, es necesario ejercitarse para que nuestro amor hacia los hermanos y hermanas que encontramos sea maduro y purificado de estas limitaciones o pecados que le hacen parcial, egoísta, estéril e infiel.

Escuchen bien esto, cada día hay que aprender el arte de amar, cada día hay que seguir con paciencia la escuela de Cristo, cada día hay que perdonar y mirar a Jesús, y esto con la ayuda de este “Abogado”, de este Consolador que Jesús nos envió, que es el Espíritu Santo.

Que la Virgen María, perfecta discípula de su Hijo y señor, nos ayude a ser siempre más dóciles al Paráclito, el Espíritu de verdad, para aprender cada día a amarnos como Jesús nos amó”.+

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