El pontífice se refirió a las tres parábolas con las que Jesús habla del Reino de los cielos, pero hizo hincapié en la primera, que habla del grano bueno y a la cizaña.
El Papa explicó que con esta imagen Jesús quiere decirnos que en este mundo el bien y el mal están entrelazados a tal punto que es imposible separarlos y extirpar todo el mal. De ahí que haya afirmado que sólo Dios puede hacerlo. A la vez que recordó que la situación actual, con sus ambigüedades y su carácter heterogéneo es el ámbito de la libertad de los cristianos, en que se pone en práctica el ciertamente difícil ejercicio del discernimiento.
Y precisó que se trata de unir, con gran confianza en Dios y en su providencia, dos actitudes aparentemente contradictorias, a saber: la decisión y la paciencia.
"Esta decisión es la de querer ser buen grano, con las propias fuerzas, tomando distancia del maligno y de sus seducciones. Lo que significa preferir una Iglesia que es levadura en la masa y que no teme ensuciarse las manos lavando los paños de sus hijos, antes que una Iglesia de 'puros', que pretende juzgar, antes del tiempo, quien está o no en el Reino de Dios", subrayó.
El Papa afirmó que "el Señor es la Sabiduría encarnada que también hoy nos ayuda a comprender que el bien y el mal no pueden identificarse con territorios definidos o determinados grupos humanos. Sino que Él nos dice que la línea de demarcación entre el bien y el mal está en el corazón de toda persona. Sí, porque todos somos pecadores".
"Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos ha liberado de la esclavitud del pecado dándonos la gracia de caminar en una vida nueva; con el Bautismo nos ha dado también la Confesión, puesto que siempre tenemos necesidad de ser perdonados", agregó.
El Santo Padre dijo que “mirar siempre y sólo el mal que está fuera de nosotros, significa que no queremos reconocer el pecado que también está en nosotros".+
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