Mons. Buenanueva: La pareja humana “es la cumbre de la creación”.
Monseñor Buenanueva recordó el pasaje de la creación de la mujer: “Con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: ‘¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre’. Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne”.
A partir del relato, el prelado reflexionó: “La soledad es compañera de camino de todo ser humano. Siempre está ahí. ¿Quién no ha sentido su aguijón? Duele y atemoriza. Pero ¿es solo eso? Frente a ella ¿solo cabe resignación? ¿Podríamos saborear los encuentros si no supiéramos de soledades? Y de eso nos habla el Génesis”. Sólo cuando su soledad queda habitada por la presencia de la mujer, sostuvo, “el varón puede conocer el gozo de un encuentro sorprendente que llena de sentido la vida”.
El obispo afirma que “la pareja humana – varón y mujer – es la cumbre de la creación. Ambos componen la imagen de Dios en el mundo. Hacia ese encuentro entre el hombre y la mujer apunta todo: el jardín plantado por Dios, el cuerpo formado de la arcilla de la tierra, el aliento divino que da vida al hombre, la libertad para elegir el rumbo de la vida”, y destaca que “Dios ha puesto toda su potencia creadora en el misterio fascinante de la sexualidad del varón y la mujer”.
En la creación, comenta monseñor Buenanueva de acuerdo a una tradición judía, “Dios se ha encogido para dar cabida al ser humano”. El obispo repara en esta metáfora y la compara con el amor: “¿No es eso precisamente el amor? Renunciar para ganar, perder para encontrar. ¿No tenemos que superar el miedo al otro distinto para desvelar el secreto de la vida? Ese misterio alcanzará su plena manifestación en la pascua. Pero ya está presente en la creación: Dios quiere que el hombre y la mujer experimenten ese gozo. Por eso los hace iguales en dignidad, diferentes en cuerpo y en genio, pero llamados a la reciprocidad del encuentro y la colaboración”, sostiene.
En el amor de dos chicos que comienzan a soñar un proyecto común de vida, detalla monseñor Buenanueva, este misterio se activa. “Si, superando las fatigas del camino, ese amor inicial – inmaduro, frágil y siempre peregrino – echa raíces en la vida compartida, da paso a una de las realidades más luminosas que puede experimentar el ser humano: el hogar y la mesa común que reúne a padres, hijos y hermanos. Y a muchos más”, agrega.
“‘Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y cultívenla…’, cita el prelado al Creador, y recuerda que “la libertad del hombre hace suya la maravillosa verdad que Dios ha inscrito, con maestría de orfebre, en su cuerpo y en su alma: ‘Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne’”, concluye.+
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