En mayo de 1985, san Juan Pablo II, durante su visita a Bélgica, ante la tumba de Cardijn, dirigiéndose a los representantes de movimientos obreros cristianos, dijo: “La Iglesia venera a este cura de personalidad rica y ardiente, este ilustre apóstol de los tiempos modernos, a quien Pablo VI nombró miembro del colegio cardenalicio. Cardijn estaba animado por un profundo sentido de Iglesia y un gran amor por los obreros, a quienes quería ver entrar, habitar y actuar plenamente en la Iglesia. Se basaba en el Evangelio y en la doctrina social de la Iglesia. En su celo misionero, unía profundas intuiciones sobre el papel de los laicos y una pedagogía notable. Yo mismo me alegro de haberme encontrado con él y haberme beneficiado de su testimonio y de sus consejos. Las asociaciones y los movimientos obreros cristianos en el mundo pueden considerarlo como su padre, pero más lo pueden hacer ustedes, sus compatriotas, que quieren continuar su ministerio y su acción en el mundo obrero en Bélgica”.
La primera juventud de José Cardijn está profundamente vinculada con el mundo de la empresa, cuando su padre inicia su actividad como comerciante de carbón. Los padres, profundamente cristianos, en lugar de dejar que siga su camino se comprometen a que complete sus estudios para el sacerdocio, pero pronto se dieron cuenta de que su destino era combinar estas dos vocaciones.
En un momento en que la clase obrera tomó conciencia de sí misma y del papel que debía tener en una sociedad marcada por un progreso sin precedentes, el joven sacerdote Cardijn decidió trabajar en la evangelización de los trabajadores jóvenes, que en su tierra natal se iban alejando cada vez más de la Iglesia. En 1925 fundó, junto con dos laicos, Paul Garcet y Fernand Tonnet, la Juventud Obrera Católica (JOC), una obra en la que infunde todo su mensaje evangélico, junto con la doctrina social de la Iglesia, pocos años antes de los retos y exigencias de la encíclica Rerum novarum, de León XIII. Cardijn adoptó un método original para establecer una relación franca y abierta con los trabajadores, y permitió a los jóvenes, en grupos, tomar conciencia de su situación, organizarse para mejorar a través de la acción, y averiguar, basados en el Evangelio, la presencia de Jesús en su historia.
En pocos años la JOC se convirtió en un movimiento internacional, pero fue en el hemisferio sur, especialmente en América Latina, y sobre todo en la Argentina, donde las ideas de Cardijn tuvieron más éxito, gracias al empuje dado por dos obispos y un sacerdote: monseñor Emilio A. Di Pasquo, obispo de San Luis y luego de Avellaneda; monseñor Enrique Rau, a quien el propio Cardijn llamó el teólogo de la JOC; y el padre Agustín Elizalde.
En 1946 la Acción Católica Argentina y la JOC organizaron un Congreso de Juventud con un acto masivo que desbordó la capacidad del estadio cerrado del Luna Park, donde el principal orador fue el mismo José Cardijn, que concluyó con una ovación inolvidable y que llamó la atención del país en pleno gobierno de Perón.
“Lo que más me impresionó de la personalidad del padre Cardijn fue su gran amor por los trabajadores y por sus familias –afirmó de él san Juan Pablo II–. Él mismo nació en una familia muy modesta, y siendo muy joven quedó sorprendido al ver cómo sus compañeros iban en masa y sin ninguna preparación a las minas y a las fábricas, con condiciones de trabajo extenuantes y a menudo perjudiciales para su vida religiosa”.+
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