Cerca de mil migrantes aguardaban la llegada del Papa, quien eligió ese lugar para la primera actividad de su viaje, por tratarse del puerto de llegada de quienes arriban a Italia desde tan lejos con sacrificios que a veces ni ellos mismos logran relatar.
El Papa reconoció que muchos no los conocen y les temen, lo que les hace sentir que tienen el derecho de juzgarlos con dureza y frialdad. Sin embargo, el pontífice reconoció que no es así, puesto que sólo se ve bien con la cercanía que da la misericordia. Sin la misericordia, agregó, el otro permanece un extraño, incluso un enemigo, que no puede llegar a ser mi prójimo.
Si vemos al prójimo sin misericordia, continuó el obispo de Roma, no percibimos su sufrimiento y sus problemas, pero advirtió: Hoy veo sólo tantas ganas de amistad y de ayuda.
El Santo Padre agradeció a las instituciones y a todos los voluntarios la atención y el esmero con que se ocupan de quienes son hospedados en este lugar.
El fenómeno migratorio, consideró el Santo Padre, requiere una visión y una gran determinación en su gestión, con inteligencia y estructuras que no permitan la explotación, que es más inaceptable aún cuando se trata de personas pobres.
Es verdaderamente necesario que un mayor número de países adopten programas de sustento privado y comunitario a la acogida y que abran corredores humanitarios para los refugiados que padecen situaciones difíciles, para evitar expectativas insoportables y tiempo perdido, que pueden ilusionar.
La integración comienza con el conocimiento dijo Francisco y añadió que el contacto con el otro conduce a descubrir el secreto que cada uno lleva consigo y también el don que representa, para abrirse a él a fin de acoger los aspectos válidos, aprendiendo así a quererse y venciendo el miedo, ayudándolo a insertarse en la nueva comunidad que lo recibe.
Para finalizar, Francisco describió a los migrantes como luchadores de esperanza, y recordó a los que no llegaron porque fueron literalmente engullidos por el desierto o el mar, algo que los hombres no recuerdan pero Dios conoce sus nombres y los recibe.
La Iglesia, afirmó el Papa, es una madre que no hace distinción y que ama a cada hombre como hijo de Dios, es decir, a su imagen y reconoció que, desde siempre, Bolonia ha sido una ciudad famosa por la acogida, siendo la primera de Europa en liberar a los siervos de la esclavitud.
Bolonia no tuvo miedo, recordó el Pontífice, de acoger a aquellas que entonces eran consideradas no personas y a reconocerlas como seres humanos. Por eso ¡escribieron en un libro los nombres de cada uno!, exclamó. Cómo quisiera que también sus nombres fueran escritos y recordados para encontrar juntos, como sucedió entonces, un futuro común, concluyó.+
Publicar un comentario