"¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!”, enunció el prelado, deseando que “al contemplar el pesebre, también nosotros deseemos la paz para la tierra, nuestra casa común”.
“María y José abren el mundo a la Paz que viene de Dios. Jesús es nuestra Paz”, afirmó.
Recordando su mensaje del año pasado, el obispo señaló que el primer “pesebre viviente” de la historia se hizo por iniciativa de Francisco de Asís, en la Navidad de 1223. “Francisco – les decía entonces – quería ‘estar con Jesús, María y José’ y sentir ‘en la propia carne la humanidad de Dios’. Su alma sensible sentía con fuerza este ‘anhelo de Navidad’”, relató.
“El tiempo pasa, las costumbres cambian y el mundo sigue girando. Pero, ese anhelo sigue vivo. ¿Por qué? Los hombres no podemos dejar de anhelar la paz. Incluso cuando más se enrarece la convivencia, la aspiración de la paz logra abrirse camino por los entreveros del corazón humano”, señaló.
“La paz es obra de la justicia. Pero es mucho más. Hay paz cuando, por ejemplo, alguien se anima a perdonar; a recrear la confianza con una sonrisa o una palabra amable; o, sencillamente, a humanizar el espacio compartido con alguna expresión de belleza”, enumeró.
“De manera especial, la paz se abre camino cuando un ser humano ora, dejando entrar en su corazón la admiración por ese Misterio silente y bueno que llamamos ‘Dios’. Y, así conmovido, le abre espacio en su corazón, en su jornada y en su vida”, añadió. “Así viven aquella noche José y María, en Belén de Judá”.
“Se les habían cerrado todas las puertas. Sin embargo, no dejaron que esa triste negativa les agriara el alma. Todo lo contrario: en un establo, hicieron que el mundo se abriera a la paz de Dios”, destacó, afirmando que “esa Paz vino del cielo, como gracia inmerecida y sorprendente. Pero fue también creciendo despacito, ‘por obra del Espíritu Santo’, en el vientre de María y en el corazón noble de José. Aquella noche, los jóvenes esposos dijeron juntos su sí al Dios que los llamaba, sobreponiéndose a dudas y temores”.
“Y la Paz nació en Belén”, resumió.
“Siempre me pregunto: ¿cuántos Belenes así hay en el mundo? ¿Cuántos José, María y Jesús naciendo? ¿Cuántos pesebres pobres transformados en hogares de paz y de esperanza? ¿Cuántas horas silenciosas de amor, perdón y oración que abren, cada día, nuestro mundo al soplo vivificante del Espíritu Santo? Solo Dios lo sabe, pero está ansioso por compartirlo con nosotros”, aseguró el prelado. “Por eso celebramos Navidad, armamos el pesebre y escuchamos, como la primera vez, el relato del nacimiento de Jesús”.
“El pesebre nos habla de un Dios que, a pesar de todas las puertas cerradas, se abre espacio en la noche de los hombres. ¡Dios no deja solos a sus hijos e hijas! Su Verbo se ha hecho carne y ha nacido en Belén para llenar con su Presencia cada espacio y momento humano. ¡Donde hay humanidad, allí está el Hijo de María nacido en un pesebre!”, exclamó.
Así, sostuvo, “Dios está en tu vida, en la de tus seres queridos, en cada hombre y mujer que lucha las batallas de la vida con algunas victorias y, tal vez, muchas derrotas. Está, especialmente, en la mesa de los pobres, los descartados, los olvidados. Dios está donde hay humanidad, especialmente si frágil, herida o pisoteada”.
En ese sentido, animó: “¡Miremos entonces el pesebre! ¡Que la fragilidad del Niño Dios cure nuestras cegueras, y venza con su humildad tantas desconfianzas y desilusiones!”.
“¡La gloria de Dios que cantan los ángeles resplandece en ese Niño! ¡Desaparezcan de nosotros toda altanería y autosuficiencia! Seamos como los pastores: acudamos presurosos a reconocer al Mesías de Dios. También nosotros, como María y José, con nuestra oración y nuestra fe humilde, abramos el mundo a la Paz de Dios. Pero, también como ellos, convirtámonos en obreros de paz, de reconciliación, de perdón y de alegría”, concluyó, deseando una bendecida Navidad para todos.+
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