Hace 144 años fue incendiado el Colegio Del Salvador

En febrero de 1875 se desató una dura campaña contra la Iglesia y contra la Compañía de Jesús, apoyada por los diarios El Nacional y La Tribuna, la Revista Masónica Argentina y los periódicos anticatólicos “L’Operario Italiano” y El Correo Español. Los dirigentes de la campaña, pertenecientes a las logias masónicas y al Club Universitario, organizaron el 28 de febrero un acto público que concluyó con el incendio del Colegio Del Salvador, perteneciente a los padres jesuitas.

Los hechos
En enero de 1875 el arzobispo de Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros, entregó la iglesia de la Merced a los padres mercedarios, sus antiguos dueños y la de San Ignacio a los jesuitas y semanas después publicó una carta pastoral sobre dicha medida. Ambas iglesias habían sido quitadas a sus respectivas órdenes religiosas por Bernardino Rivadavia.

El hecho desató una dura campaña contra el arzobispo —hacía poco tiempo elegido diputado al Congreso Nacional— y contra la Compañía de Jesús, apoyada por los diarios mitristas El Nacional y La Tribuna, la Revista Masónica Argentina y los periódicos anticatólicos “L’Operario Italiano” y El Correo Español, este último dirigido por el exsacerdote Enrique Romero Jiménez.

Los dirigentes de la campaña, pertenecientes principalmente a las logias masónicas y al Club Universitario, para manifestar su repudio a la medida del arzobispo, organizaron un acto público de protesta que debía realizarse el 28 de febrero en el Teatro Variedades. En este acto hablaron el presidente de la Comisión de protesta, Adolfo Saldías, activo miembro de las masonería argentina; Telémaco Susini, joven universitario de 19 años, profundamente anticlerical; y los excuras Enrique Romero Jiménez y Emilio Castro Boedo.

Después de los discursos, sus organizadores propusieron improvisar una manifestación hasta la plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo). La manifestación llegó hasta el palacio arzobispal, donde se cometieron algunos destrozos y desmanes entre gritos y leyendas contra monseñor Aneiros, los jesuítas y la Iglesia Católica en general.

Luego los manifestantes pasaron por el templo de San Ignacio, lo apedrearon y siguieron hasta el Colegio del Salvador (ubicado en la calle Callao, entre Lavalle y Tucumán). Según el parte policial eran unos 1.500 individuos, en su mayoría italianos y españoles y al frente de la manifestación iba Enrique Romero Jiménez.

A las tres y cuarto de la tarde del 28 de febrero los manifestantes atacaron el Colegio, entraron en la iglesia Del Salvador, saquearon y violaron altares, despedazaron imágenes religiosas y luego se dedicaron a incendiar las distintas plantas del Colegio.

Frente al Colegio, la multitud empezó por arrojar piedras sobre las puertas y ventanas, luego forzaron la puerta exterior e invadieron la casa, entregándose con desenfreno a actos de pillaje por espacio de una hora, mientras los religiosos huyeron por los fondos.

La turba penetró enloquecida y se diseminó inmediatamente por todo el Colegio. Salones de estudio, Capillas de oración, dormitorios, sala de cirugía, cocinas y cuanta habitación o recoveco hallaron a su paso, todo fue asaltado.

Mientras en la calle se iban amontonando papeles de los archivos, mesas, bancos, restos de imágenes, ricos objetos sagrados: con todo se formó una montaña que rociaron con petróleo y prendieron fuego. Bien pronto, el incendio cundió’ y toda el ala del edificio, triángulo de las calles Callao y Parque (hoy Lavalle), se convirtió en llamas con una rapidez vertiginosa.

Al caer la tarde, alrededor de las 18, comenzaron a derrumbarse los techos: tres cuartas partes del edificio estaban destruidas. El templo se salvó gracias a que sopló viento del norte. La llegada de tropas de línea, registrada cuando ya nada podía hacerse, alejó a los manifestantes.

El periodista Luis V. Varela, el Club Universitario, los diarios mitristas (que habían apoyado la protesta) y la masonería repudiaron los actos de violencia cometidos y Adolfo Saldías, según el parte policial, ayudó a contener a quienes dirigían el asalto.

La verdad es que en los hechos cabe distinguir dos etapas: una primera, que se inicia con la virulenta campaña periodística que los estimuló, hasta el acto en el Teatro Variedades y posterior llegada a la plaza de la Victoria, en la que coincidieron la masonería, los partidos liberales, estudiantes y sectores de origen extranjero.

Y una segunda etapa, que empieza en la Plaza, donde se origina y toma cuerpo una protesta de contenido social, promovida por los grupos de extremistas extranjeros, que actuaron en el lugar. Téngase en cuenta que el grueso de los inmigrantes italianos que llegaban al país, provenía ideológicamente del “mazzinismo”, republicano y anticlerical y que los que se vivían en esa época, eran momentos de gran desocupación, producida por una reducción considerable de las inversiones públicas, medida a la que Avellaneda había recurrido para conjurar la crisis fiscal, sin poder evitar la gran tensión que esta medida provocó en la población.

En cuanto al ataque al Colegio, puede explicarse en alguna medida en razón de que, para el común de la gente, en sus aulas, se educaban los hijos de familias pertenecientes a sectores altos de la sociedad, excusa hábilmente explotada por los instigadores de estas acciones, que aprovecharon así el descontento de las clases más bajas de la sociedad.

Finalmente, quizás para no agravar más la explosiva tensión que sobrevolaba por sobre la ciudadanía, pese a los graves daños provocados, casi todos los dirigentes de las entidades participantes fueron sobreseídos en el proceso que se les siguió.+ (Horacio Cáceres)

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