Mons. Castagna: Urge poner en practicar el “mandamiento nuevo”
“Es el mandamiento de Dios y, por lo mismo, provisto de un contenido de verdad objetiva, entre las múltiples ofertas de los pseudo señores del pensamiento contemporáneo”, recordó en su sugerencia para la homilía dominical.
El prelado explicó que “la urgencia de acatarlo fielmente, responde al desajuste comunicacional producido hoy entre personas, instituciones y pueblos. Dios ofrece su Palabra, serena e imbatible: Cristo, el Hijo encarnado. Su presencia reclama un cambio inmediato, radical y sin vueltas”.
“Conclusión - moral o ética - que no se aviene a las versiones fundamentalistas de turno, más bien se constituye en un firme respeto a la verdad, obtenida por transmisión profética, no inventada por los hombres”, subrayó.
Texto de la sugerencia
1.- El que ama a Cristo será fiel a su palabra. La única garantía de fidelidad a Dios es el amor que se le profese. ¡Qué clara es la enseñanza de Jesús!: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”. (Juan 14, 23) Las múltiples deserciones, a las que nos tiene habituados la sociedad actual, resultan de la carencia de fe viva. Falta el necesario apoyo y auxilio para una oportuna recuperación: el amor. Nadie abandona a quien ama de verdad. Sobrevendrán las dificultades, las noches más oscuras de Getsemaní, pero no podrán contra la fortaleza del amor. “El amor es más fuerte que la muerte” (Cantares 8, 6) asegura la Escritura Santa. Pero, nos referimos al amor auténtico, el que vence progresivamente todo resabio de egoísmo. Dura batalla del corazón, donde Cristo presenta, como única alternativa de vida, el cumplimiento de la voluntad de su Padre. Las expresiones del Señor no dejan margen a la duda: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra” (Juan 4, 34). Son constantes en su prédica estas manifestaciones de obediencia a la voluntad del Padre. Sus discípulos llegan a la conclusión de que el Padre alienta y conduce su ministerio mesiánico.2.- El amor crea y redime. El Padre ama a su Hijo y, por su causa, también a nosotros. El Amor de ambos, con el que nos aman, es la tercera Persona de la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo. Por ello, el Santo Espíritu es el Artífice de la santidad. Ella incluye el perdón de nuestros pecados y la Vida nueva que nos participa Cristo mediante su Encarnación, Muerte y Resurrección. Dios crea y redime por amor. No puede obrar y reaccionar sino en absoluta coherencia con su naturaleza divina: el Amor. En Dios no cabe el odio, ni por causa de las mayores transfugadas que sus criaturas racionales le hagan. Siempre su reacción será un nuevo y más conmovedor acto de amor. Desde esa perspectiva podremos entender el hecho impresionante de la crucifixión, a la que los Apóstoles no dejan de hacer mención: “Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías” (Hechos 2, 36). ¡Qué insondable y humanamente incomprensible es el amor de Dios a los hombres! Para conocer a Dios es preciso amarlo, respondiendo a ésa, su iniciativa asombrosa e inquebrantable. San Pablo, desde su experiencia de relación con Cristo, no deja de destacar esta verdad, hallada en la postración en tierra de Damasco. Nos amó antes, siempre, aun cuando abusáramos de su humilde silencio, negándolo sin piedad.
3.- Examinar la práctica de la caridad. El revelador diálogo de Jesús resucitado con Pedro - reencontrado con su Maestro - nos permite dimensionar el valor principal del amor personal a Dios y a los hermanos. En este caso se convertirá en la única condición para ejercer el grave ministerio que el Señor resucitado encomienda al singular Apóstol. Descuidar este “nuevo mandamiento” es gravemente perjudicial para el ejercicio de la misión evangelizadora. Ante el debilitamiento de la fe cristiana, o de su lamentable distorsión o pérdida, se impone examinar la práctica de la caridad, magníficamente descrita por San Pablo (1 Corintios 13, 1-13). Nada vale sin ella. Cumplido este mandamiento se resuelven los principales problemas que aquejan hoy a la humanidad. Traicionado el mismo, la vida social se retrotrae a su era primitiva, donde rige la ley de la selva y el pecado obtiene su absoluto y destructivo dominio. La guerra, la agresión impiadosa, a que es sometida la población, por inspiración del egoísmo, la avaricia y su consecuente raid delictivo, constituyen un espectáculo habitual, profusamente transmitido por los medios de comunicación. El espacio principal que se les ofrece contrasta con el silencio impuesto a la verdad y a los gestos honestos de los mejores ciudadanos. También se pretende acallar el Evangelio, predicado por quienes deben hacerlo, en cumplimiento del mandato de Cristo, en el día de la Ascensión.
4.- Práctica urgente del “mandamiento nuevo”. El mandamiento nuevo no es una exhortación inocua, sin repercusión en una realidad que amenaza de muerte a quienes domina. Es el mandamiento de Dios y, por lo mismo, provisto de un contenido de verdad objetiva, entre las múltiples ofertas de los pseudo señores del pensamiento contemporáneo. La urgencia de acatarlo fielmente, responde al desajuste comunicacional producido hoy entre personas, instituciones y pueblos. Dios ofrece su Palabra, serena e imbatible: Cristo, el Hijo encarnado. Su presencia reclama un cambio inmediato, radical y sin vueltas. Conclusión - moral o ética - que no se aviene a las versiones fundamentalistas de turno, más bien se constituye en un firme respeto a la verdad, obtenida por transmisión profética, no inventada por los hombres.+
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