A las 20 mil personas presentes en la Plaza de San Pedro, Francisco dijo que “el pasaje del Evangelio que San Lucas relata en los Hechos de los Apóstoles, está acompañado por la creatividad suprema de Dios que se manifiesta de manera sorprendente. Él quiere que sus hijos superen cada particularismo para abrirse a la universalidad de la salvación. Dios quiere que todos se salven. Los que renacen del agua y del Espíritu están llamados a salir de sí mismos y abrirse a los demás, a vivir en proximidad, al estilo de convivencia, que transforma cada relación interpersonal en una experiencia de fraternidad”.
“Testigo de este proceso de fraternización que el Espíritu quiere desencadenar en la historia es Pedro, protagonista de los Hechos de los Apóstoles con Pablo. Después de presenciar el derramamiento del Espíritu Santo sobre los discípulos en Pentecostés y anunciar su descendencia sobre quien invoca el nombre del Señor, Pedro protagoniza un acontecimiento que marca un punto decisivo para su existencia.
“Mientras reza, -continuó Francisco- tiene una visión que actúa como una “provocación” divina, para provocar un cambio de mentalidad en él. Ve un gran lienzo que baja desde las alturas y que contiene varios animales: cuadrúpedos, reptiles y pájaros, y oye una voz que le invita a comer esa carne. Como buen judío, reacciona diciendo que nunca había comido nada impuro, como prescribe la Ley del Señor (cf. Lv 11). Entonces la voz repite con fuerza: “Lo que Dios ha purificado, no lo llames tu profano”.
Con este hecho el Señor quiere que Pedro ya no evalúe los acontecimientos y a las personas según las categorías de lo puro y lo impuro, sino que aprenda a ir más allá, a mirar a la persona y a las intenciones de su corazón. Lo que hace al hombre impuro, de hecho, no viene de fuera, sino sólo de dentro, del corazón.
Después de esa visión, Dios envía a Pedro a la casa de un desconocido incircunciso, Cornelio, “centurión de la cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios”, que da muchas limosnas al pueblo y continuamente ora a Dios, pero no era judío. En ese hogar de paganos, Pedro predica a Cristo crucificado y resucitado y el perdón de los pecados a cualquiera que crea en Él. Y mientras Pedro habla, el Espíritu Santo se derrama sobre Cornelio y su familia. Y Pedro los bautiza en el nombre de Jesucristo.
Este hecho extraordinario –es la primera vez que paso algo así- se conoce en Jerusalén, donde los hermanos, escandalizados por el comportamiento de Pedro, se lo reprochan duramente. Pedro hizo algo que iba más allá de la costumbre, más allá de la ley, y por eso se lo reprochan. Pero después de su encuentro con Cornelio, Pedro está más libre de sí mismo y más en comunión con Dios y con los demás porque vio la voluntad de Dios en la acción del Espíritu Santo. Puede comprender, pues, que la elección de Israel no es una recompensa al mérito, sino el signo de la llamada gratuita a ser mediación de la bendición divina entre los pueblos paganos.
Queridos hermanos, del Príncipe de los Apóstoles aprendemos que un evangelizador no puede ser un impedimento para la obra creadora de Dios, que “quiere que todos los hombres se salven”, dijo el Papa, sino alguien que favorece el encuentro de los corazones con el Señor. Y nosotros ¿cómo nos comportamos con nuestros hermanos y hermanas, especialmente con los que no son cristianos? ¿Somos un impedimento para el encuentro con Dios? ¿Obstaculizamos su encuentro con el Padre o lo facilitamos?
Pidamos hoy la gracia de dejarnos maravillar por las sorpresas de Dios, de no obstaculizar su creatividad, sino de reconocer y favorecer las formas siempre nuevas en que el Resucitado derrama su Espíritu en el mundo y atrae los corazones, dándose a conocer como “el Señor de todos”. +
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