“Desde ese abismo de silencio, todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están. Venían de diferentes lugares, tenían nombres distintos, algunos de ellos hablaban lenguas diversas. Todos quedaron unidos por un mismo destino, en una hora tremenda que marcó para siempre, no sólo la historia de este país sino el rostro de la humanidad”, expresó.
El Santo Padre quiso hacer memoria de las víctimas, pero también inclinarse “ante la fuerza y la dignidad” de los sobrevivientes, que soportaron en sus cuerpos “los sufrimientos más agudos”, y en sus mentes, “los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital”.
“He venido a este lugar lleno de memoria y de futuro trayendo el grito de los pobres, que son siempre las víctimas más indefensas del odio y de los conflictos”, manifestó.
El pontífice viene a este lugar “como peregrino de paz”, no sólo para orar y recordar a las víctimas, pues en su corazón están también las “súplicas y anhelos” de quienes “desean la paz, trabajan por la paz, se sacrifican por la paz”.
Francisco quiso también ser la voz de aquellos “cuya voz no es escuchada”: la voz de quienes “miran con inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo”, de quienes miran las “inaceptables desigualdades” y las “injusticias” que amenazan la convivencia humana.
Desde Hiroshima, el Papa alzó su voz, para señalar “la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común”, y el recurso “continuo y espasmódico” a las armas”, como si estas “pudieran garantizar un futuro de paz”.
Francisco reiteró que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca “un crimen”: un crimen “no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común”.
“El uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral. Como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas". "Seremos juzgados por esto”, advirtió. Y son “las nuevas generaciones”, las que “se levantarán como jueces de nuestra derrota si hemos hablado de la paz, pero no la hemos realizado con nuestras acciones entre los pueblos de la tierra”.
¿Cómo podemos hablar de paz mientras construimos nuevas y formidables armas de guerra? ¿Cómo podemos hablar de paz mientras justificamos determinadas acciones espurias con discursos de discriminación y de odio?, se preguntó.
El Papa citó las palabras de su amado predecesor, el Papa Juan XXIII, para reiterar que “la paz no es más que un ‘sonido de palabras’, si no se funda en la verdad, si no se construye de acuerdo con la justicia, si no está vivificada y completada por la caridad, y si no se realiza en la libertad”.
¿Cómo podemos proponer la paz si frecuentamos la intimidación bélica nuclear como recurso legítimo para la resolución de los conflictos?, se preguntó.
El pontífice cuestionó a los líderes del mundo entero, poniendo en sus manos el instrumento que contrasta la lógica de las armas: el ejercicio del diálogo, el ejercicio del “perpetuo quehacer”, porque “la paz no es la mera ausencia de la guerra”, sino que es “fruto de la justicia, del desarrollo, de la solidaridad, del cuidado de nuestra casa común y de la promoción del bien común, aprendiendo de las enseñanzas de la historia”.
Francisco les recordó que las armas "antes incluso de causar víctimas y ruinas, tienen la capacidad de provocar pesadillas, exigen enormes gastos, detienen los proyectos de solidaridad y de trabajo útil, alteran la psicología de los pueblos".
“Si realmente queremos construir una sociedad más justa y segura, debemos dejar que las armas caigan de nuestras manos: ‘No es posible amar con armas ofensivas en las manos’”, sostuvo con palabras de San Pablo VI.
Para abrir un auténtico camino de paz, hay tres imperativos “morales”, dijo Francisco: “recordar, caminar juntos, proteger”.
Esto porque no se puede permitir “que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido”, porque ello es “garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno”.
Una memoria que es capaz de “despertar las conciencias de todos los hombres y mujeres”, en especial, “de aquellos que hoy desempeñan un papel especial en el destino de las naciones”, afirmó, y añadió: “Memoria viva que nos ayude a decir de generación en generación: ¡nunca más!”
Francisco llamó a ser “instrumentos de paz y reconciliación”. Y no lo es porque en nuestro mundo interconectado reclama “más que en otras épocas la postergación de intereses exclusivos de determinados grupos o sectores, para alcanzar la grandeza de aquellos que luchan corresponsablemente para garantizar un futuro común”.
“Estamos llamados a caminar juntos, con una mirada de comprensión y perdón, abriendo el horizonte a la esperanza y trayendo un rayo de luz en medio de las numerosas nubes que hoy ensombrecen el cielo”, añadió.
El Papa animó a elevar un grito juntos: “¡Nunca más la guerra, nunca más el rugido de las armas, nunca más tanto sufrimiento! Que venga la paz en nuestros días, en este mundo nuestro. Oh Dios, tú nos lo has prometido: ‘La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo’”.
“Ven Señor”, concluye el Pontífice: Francisco clama la venida del Padre al final de su intenso discurso, en la conclusión de un momento solemne que tiñó los cielos aún agrisados de Hiroshima a causa de la la guerra, con una luz de esperanza: “Ven, Señor, que es tarde, y donde sobreabundó la destrucción que también pueda hoy sobreabundar la esperanza, de que es posible escribir y realizar una historia diferente. ¡Ven, Señor, Príncipe de la paz, haznos instrumentos y ecos de tu paz!”.+
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