“Hoy me gustaría recordar a las familias que no pueden salir de la casa- dijo el pontífice- Tal vez el único horizonte que tienen es el balcón. Y ahí dentro, la familia, con los niños, los chicos, los padres. Para que puedan encontrar una forma de comunicarse bien entre ellos, para construir relaciones de amor en la familia, y para superar la angustia de este tiempo juntos, en familia. Rezamos por la paz de las familias hoy, en esta crisis, y por la creatividad”, expresó.
Comentando las lecturas del día, tomadas del Libro del profeta Oseas y del Evangelio en el que Jesús relata la parábola del fariseo y del publicano, Francisco exhortó a volver a la oración, una oración humilde, sin la presunción de los que se consideran más justos que los demás.
Durante la homilía el Papa señaló que “el Señor nos enseña a rezar” en los Evangelios y destacó la importancia de “rezar con el alma desnuda, sin maquillaje, sin travestirse con las propias virtudes”.
Al referirse a una imagen del himno litúrgico de la fiesta de San Juan Bautista que dice: “el pueblo se acercaba al Jordán para recibir el Bautismo, desnudos del alma y de los pies”, el Papa dijo que “en este caso, el Señor nos enseña cómo rezar, cómo acercarnos, cómo debemos acercarnos al Señor, con humildad”.
El Señor “perdona todos los pecados, pero necesita que le hagamos ver los pecados con humildad”, destacó.
“Rezar así, desnudos, con el corazón desnudo, sin cubrirse, sin tener confianza ni siquiera en la forma en que aprendí a rezar. Rezar tú y yo, cara a cara, el alma desnuda, esto es lo que el Señor nos enseña”.
“Que el Señor nos enseñe a entender esto, esta actitud para comenzar la oración. Cuando comenzamos la oración con nuestras justificaciones, con nuestras seguridades, no será oración, será hablar con el espejo. En cambio, cuando comenzamos la oración con la verdadera realidad -soy pecador, soy pecadora- es un buen paso hacia adelante para dejarse mirar por el Señor. Que Jesús nos enseñe esto a nosotros”, animó el Papa en su homilía.
También hoy, Francisco terminó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitándonos a hacer la comunión espiritual.
“Jesús mío, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo por encima de todas las cosas y te deseo en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como ya has venido, te abrazo y me uno todo a ti. No dejes que me separe jamás de ti”.
Al terminar la celebración eucarística se detuvo ante la imagen de la Virgen mientras que se entonaba un canto a María. +
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