El pontífice, recordó a Bartimeo, que era ciego y pedía limosna sentado a la orilla del camino. “Cuando oyó que Jesús estaba pasando por allí, no dudó en gritar pidiéndole que se compadeciera de él. Sus gritos molestaban a quienes estaban a su alrededor y quisieron hacerlo callar.
Pero él, en cambio, gritaba aún más fuerte: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. Bartimeo, descartado y menospreciado por los demás, hizo una profesión de fe, reconoció a Jesús como el Mesías”, explicó el Papa.
Sus gritos repetidos dan fastidio, no parecen educados, y muchos le regañan, le dicen que se calle. Pero Bartimeo no se quedó callado, al contrario, gritó aún más fuerte: “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!”.
“Es esa terquedad tan bella de los que buscan una gracia y tocan y tocan a la puerta del corazón de Dios. Gritan y tocan”, señaló el Papa.
Francisco mostró a Bartimeo como ejemplo del hombre o de la mujer que puede con su ruego conmover “el corazón del Señor”. Jesús llamó a Bartimeo y “le preguntó cuál era su deseo”.
“El grito del mendicante se convirtió en súplica: “Haz que recobre la vista”. Jesús, que vio la grandeza de la fe de Bartimeo, le abrió las puertas de su misericordia y de su omnipotencia, atendió su plegaria y le concedió lo que le pedía”: la vista”.
El Papa insiste que este pasaje evangélico “nos ayuda a comprender que la oración nace de la fe, brota de nuestro ser criaturas frágiles y necesitadas, de la continua sed de Dios que todos tenemos”. En su predicación, indicó que “Bartimeo nos enseña cómo orar: con humildad y perseverancia, confiando en el Señor y abandonándonos totalmente a su misericordia”.
La fe es tener las dos manos levantadas, una voz clamando para implorar el regalo de la salvación. El Catecismo afirma que “la humildad es el fundamento de la oración”.
La oración viene de la tierra, del humus -del que deriva “humilde”, “humildad”-; viene de nuestro estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios”, expresó.
“La fe es un grito; la no fe es sofocar ese grito. La gente sin fe le pedía (al ciego Bartimeo) que se callara. Sofocar ese grito es una especie de “silencio cómplice”.
La fe es la protesta contra una condición dolorosa de la cual no entendemos la razón; la no fe es simplemente sufrir una situación a la cual nos hemos adaptado.
La fe es la esperanza de ser salvado; la no fe es acostumbrarse al mal que nos oprime”.
Francisco invitó a rezar a Jesús por los demás, orar al “buen Pastor, que nos conceda ser hombres y mujeres de oración, que con confianza y perseverancia presentemos al Padre compasivo nuestras necesidades y las de todos nuestros hermanos”.
Además, señala que la oración debe ser perseverante, así como hizo Bartimeo y que al “final consiguió lo que quería”. La oración – señaló- es más fuerte “que cualquier argumento contrario, hay una voz en el corazón del hombre que invoca. Todos tenemos esta voz interna”.
La oración es “una voz que sale espontáneamente”, una voz que “cuestiona el sentido de nuestro viaje aquí abajo, especialmente cuando nos encontramos en la oscuridad”.
Entonces, señaló que esta era una “linda oración”: “¡Jesús, ten piedad de mí! “¡Jesús, ten piedad de mí!”. Una súplica que invoca el misterio de la misericordia porque el “hombre es un ‘mendigo de Dios’, un “mendicante de Dios”. +
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