En la misa crismal, Mons. Azpiroz Costa llamó a "abrazar el futuro con esperanza"
El prelado comenzó su homilía saludando especialmente a los sacerdotes en esta celebración especial en que, en condiciones normales, el obispo concelebra con su presbiterio para consagrar el Santo Crisma y bendecir el óleo de los catecúmenos y de los enfermos. “Esta misa es la manifestación de la comunión en el único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo”, señaló.
“¡Estamos ‘convocados’, es decir ‘con – vocacionados’; reunidos en Asamblea; en Iglesia, para –ante todo- aprender a sanar las heridas de los demás; para ungirlas con el óleo de la alegría; el óleo con el que hemos sido ungidos como bautizados, confirmados, consagrados! ¡Gracias por estar hoy unidos a sus respectivas comunidades y acompañándonos!”, valoró.
“Desde la misa crismal del año pasado (16 de abril, 2019) hemos compartido gozos y esperanzas, también tristezas y angustias. Hoy celebramos los 50 años de ordenación presbiteral del querido Horacio Fuhr, párroco de esta iglesia catedral; el 26 de octubre del año pasado fue ordenado sacerdote el ‘benjamín’ del presbiterio, Fabián Tula; el 16 de noviembre de 2019, fue consagrado obispo nuestro querido hermano, monseñor Jorge Luis Wagner; finalmente el 8 de marzo pasado – II Domingo de Cuaresma, Día de la Mujer- Alejandra Lorena Illanes fue consagrada para el Orden de las Vírgenes en esta catedral, poco antes del inicio de esta ‘cuarentena’ (cincuentena, sesentena…y lo que el Señor disponga)”, enumeró.
“En la Solemnidad de la Anunciación (25 de marzo) vivió su pascua el padre Miguel García, hasta entonces párroco de Cristo Rey (Punta Alta). Pudimos celebrar su sepelio monseñor Jorge y quien les habla, asistidos solamente por los empleados de la funeraria y el cementerio… ¡Sí, se trataba de una particular soledad que nos invitaba sin embargo a creer nuevamente en la comunión de los santos, la vida eterna!”, afirmó.
“A las pocas horas, todos hemos participado, a través de la TV y las redes, en un momento especial de oración, celebración de la Palabra y Adoración Eucarística, presididas por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro y el nártex de la Basílica. La escena, conmovedora por lo significativa: oscuridad, lluvia, el Papa subiendo la explanada hacia la sede donde presidió la primera parte de la liturgia, la presencia del Cristo de ‘San Marcelo’ en una Plaza vacía… y al concluir: la bendición con Cristo – Eucaristía con la que Francisco bendijo al mundo”, recordó.
“El Cristo que hoy está significado en el cirio pascual que brilla al lado de este altar. El cirio nos muestra que la Resurrección de Cristo no cancela las llagas por las cuales hemos sido sanados. Los granos de incienso insertos en la Vigilia pascual así lo señalan. Esas heridas han querido ser ‘El’ signo sensible del Resucitado que arrancó en Tomás Apóstol su confesión de Fe: ‘¡Señor mío y Dios mío!’. La duda del apóstol arrancó también de Jesús Resucitado ‘La’ Bienaventuranza que hoy nos convoca: ‘¡Felices – Dichosos – Bienaventurados los que creen sin haber visto!’”, destacó.
En ese sentido, advirtió que “sigue siendo ‘Bienaventuranza’ en momentos en los cuales nada parece seguro, todo parece ser cuestionado. Son momentos en los cuales caen las certezas, parece reinar la confusión y el miedo. El Señor, como tantas veces nos dice: ‘¡No tengan miedo!’”, aseguró.
La unción que recordamos – actualizamos – celebramos en esta Misa no es invitación a mirarnos en un espejo (para ‘maquillarnos’ o ‘acicalarnos’). ¡Cristo es Puerta, Pastor! ¡Él nos muestra e indica dónde está su Pueblo, las ovejas de su rebaño! Sí, somos ungidos, pero para ungir a los demás”, advirtió.
Dirigiéndose especialmente a los sacerdotes, recordó cuatro palabras enunciadas por el papa Francisco en una carta enviada en el 160° aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars: Dolor; gratitud; ánimo y alabanza. A partir de esos cuatro conceptos, los animó a “comprender y tratar de asumir –con la ayuda de Dios y de los hermanos- la realidad”.
En el marco de la cuarentena, enumeró algunos “enojos”, ya sea por problemas con la fe, con el obispo, entre los mismos sacerdotes, al tiempo que valoró la inventiva y la creatividad pastoral surgida en este tiempo, el redescubrimiento de la fe en el seno de las familias (Iglesias domésticas) y pequeños grupos o comunidades; el tiempo de lectura, estudio, oración, de reuniones virtuales.
Por otra parte, advirtió sobre la tentación del “instalarse”, “acomodarse”, cierta inercia “esperando que pase el temporal para ver qué podremos hacer.
“El profeta Isaías vuelve a invitarnos a una memoria agradecida de la unción, el crisma que en Cristo nos hace hijos, apóstoles, servidores del Pueblo (a través del Bautismo, la Confirmación –el sacerdocio común de los fieles-; y el Orden Sagrado –ministerio sacerdotal-). Esta unción nos invita a vivir el presente con pasión. Nos invita a abrazar el futuro con esperanza”, alentó.
“No se trata de alimentar o vivir según nuestras expectativas (humanas, centradas más bien en uno mismo) sino de vivir en la Esperanza, que es virtud teologal, es decir centrada en Jesucristo, el mismo ayer, hoy y para siempre”, continuó.
“El Evangelio de esta Eucaristía nos habla de Jesús que vuelve a Nazaret, su pueblo, a la sinagoga que seguramente le era familiar. Hoy, como cada año (aunque sin la presencia física del pueblo y el presbiterio en pleno), volvemos a nuestra Iglesia catedral, en cierto modo, nuestra casa materna, nuestro ‘Nazaret’”, reconoció.
“¿No deseamos también que se disipe la oscura neblina de la pandemia, que vuelva la tranquilidad y pase la tormenta, que desaparezcan los enojos? Recordando el Evangelio es necesario recordar sus exigencias y mirar nuestro corazón. En nuestra casa, la madre también anima a sus hijos con algunos consejos, siempre fundamentales”, señaló, y enumeró: “No olvidar de dónde venimos”; “No bajar los brazos”; “No ‘cortarnos’ solos”; “No creer que somos los mejores”.
“La ‘unción’, no es maquillaje para uno mismo, es para los demás, para el pueblo santo de Dios que se nos ha confiado y con su unción bautismal también anima la nuestra”, sostuvo monseñor Azpiroz Costa.
Aun en estas circunstancias, aseguró el prelado, “hay signos en el Evangelio que nos invitan a seguir siendo fieles al amor inicial; a expandir sin medida el Bien (que –claro- es difusivo de sí mismo). Estamos llamados a desplegar, expandir, difundir esa unción que nadie ni nada podrán censurar o acallar (ni robar)”.
“Que el Señor en esta fiesta tan especial nos regale la verdadera alegría: la de ser luz, música y perfume para todos”, concluyó.+
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