Buenos Aires (AICA): La Comisión Nacional Justicia y Paz llamó la atención de los argentinos sobre la “terrible situación” en Tierra Santa, un territorio que “es sagrado para las tres grandes religiones monoteístas (judíos, cristianos y musulmanes), que soporta un conflicto ya muy largo, en lugar de caminar hacia la paz está cada vez más ensangrentado” y sobre un aspecto de especial preocupación que se da en contextos de conflictos extendidos y persistentes, como es “la creciente e inadmisible violación del derecho a la libertad religiosa de personas y comunidades”. Por esto, el organismo dependiente de la Conferencia Episcopal Argentina, invitó a “todos (católicos y no católicos) a orar intensamente pidiendo al Señor de la historia perdón por tanto sufrimiento y sangre derramada, y que mueva los corazones de quienes causan tanto dolor y ofenden tan gravemente al Creador a cesar en ese camino”.
Por esto, el organismo dependiente de la Conferencia Episcopal Argentina, invitó a “todos (católicos y no católicos) a orar intensamente pidiendo al Señor de la historia perdón por tanto sufrimiento y sangre derramada, y que mueva los corazones de quienes causan tanto dolor y ofenden tan gravemente al Creador a cesar en ese camino”.
Asimismo, pidió a las autoridades nacionales “una acción comprometida y valiente en el ámbito internacional, para exigir el fin de las violaciones a la libertad religiosa de personas y comunidades y el justo castigo a sus autores”.
Frente a la violencia y la violación de la libertad religiosa
En las últimas semanas asistimos con horror a un incremento de la violencia en el mundo para enfrentar diferencias políticas o nacionales, con una triste secuela de destrucción y muerte, especialmente de civiles inocentes. Nos conmueve especialmente la situación en la Tierra Santa, donde nació, vivió, murió y resucitó el Señor Jesús.
Un territorio que es sagrado para las tres grandes religiones monoteístas (judíos, cristianos y musulmanes), que soporta un conflicto ya muy largo, en lugar de caminar hacia la paz está cada vez más ensangrentado. A la inadmisible persistencia terrorista del grupo islámico Hamas, el Estado de Israel ha respondido con una desproporcionada violencia que ya produjo cientos de muertos civiles, incluyendo mujeres y niños indefensos, y daños físicos y sufrimientos espirituales tan extensos que serán muy difíciles de reparar. La muerte y la destrucción no podrán nunca garantizar paz y seguridad: sólo un crecimiento del odio, del resentimiento, y más violencia en perjuicio de todos. La comunidad internacional no puede permanecer indiferente a estos verdaderos crímenes. Las distintas comunidades religiosas deberían urgir el surgimiento de liderazgos racionales que se comprometan efectivamente con la paz, comenzando por el reconocimiento de los derechos del otro a existir y vivir con dignidad.
En ese contexto de conflictos extendidos y persistentes, queremos hoy llamar la atención sobre un aspecto de especial preocupación: la también creciente e inadmisible violación del derecho a la libertad religiosa de personas y comunidades.
La libertad religiosa es el derecho de toda persona a tener, no tener, cambiar y practicar sin coacción ni interferencias externas su propia religión, individual y colectivamente, en público y en privado. Incluye el derecho a no ser obligado a actuar en contra de la propia conciencia, y también una larga serie de derechos tanto de las personas como de los grupos religiosos, a la práctica religiosa, el culto, la enseñanza, la difusión de la propia religión, etcétera. Es la primera y más importante de las libertades porque, como ha dicho Juan Pablo II, donde ella falta, faltan todas las demás. Ha sido proclamada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y garantizada por las convenciones internacionales de derechos humanos, tanto universales como regionales, obligando a los estados a asegurarla a todas las personas.
En la Argentina, una tierra bendecida por Dios en la que vivimos una extendida y amplia libertad religiosa, muchas personas no advierten la gravedad de lo que ocurre hoy en el mundo en esta materia. Más de dos tercios de la población mundial sufre hoy restricciones severas a la libertad religiosa. Hay regiones enteras donde personas, familias y comunidades pierden todo, incluso la vida, solamente por querer ser fieles a su fe. A veces son estados totalitarios ─como Corea del Norte─ que oprimen y persiguen a toda religión e impiden todas sus manifestaciones. Otras veces, son estados gobernados por fundamentalismos religiosos que persiguen y castigan a quienes no practican la religión oficial, como ocurre lamentablemente en algunos países islámicos. Finalmente, hay lugares donde no son las leyes o los estados quienes violan más gravemente la libertad religiosa, pero sí hay una fuerte intolerancia de grupos mayoritarios que impiden la vida de los minoritarios.
En estos días, algunas de estas manifestaciones producen especial horror y reclaman una fuerte condena. Pensamos en lo que ocurre en el llamado “califato” instalado en zonas de Siria e Irak, donde los cristianos presentes en esas tierras desde hace dos mil años están siendo asesinados u obligados a dejar sus casas y ciudades sin poder llevar consigo más que la ropa que llevan puesta, además de la destrucción de templos y lugares de culto. O lo que ocurre en Nigeria o en Sudán, donde es corriente el secuestro –especialmente de mujeres y niñas─ y la conversión forzada al Islam, bajo pena de muerte. Sabemos que estas tremendas violaciones a los derechos humanos no son exclusivas no propias del mundo musulmán, y que también muchos musulmanes las sufren a manos de quienes pertenecen a otras facciones dentro de la misma religión. Desearíamos, sí, una reacción más fuerte y contundente de los musulmanes que no comparten estos extremismos intolerables.
Actualmente son los cristianos quienes sufren las mayores persecuciones. Como ha dicho el Papa Francisco, hay muchos más mártires hoy que en los primeros siglos. Ese martirio no distingue entre católicos, ortodoxos o evangélicos, hermanados en un “ecumenismo de la sangre”.
La Comisión Nacional Justicia y Paz desea llamar la atención de los argentinos sobre esta terrible situación. Invitamos a todos (católicos y no católicos) a orar intensamente pidiendo al Señor de la historia perdón por tanto sufrimiento y sangre derramada, y que mueva los corazones de quienes causan tanto dolor y ofenden tan gravemente al Creador a cesar en ese camino. Pedimos también a las autoridades nacionales una acción comprometida y valiente en el ámbito internacional, para exigir el fin de las violaciones a la libertad religiosa de personas y comunidades y el justo castigo a sus autores.+
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