Mons. Arancedo: “El profeta no es un adivino, sino un testigo de la Palabra de Dios”
“Por venir de Dios la profecía siempre busca el bien, pero al expresarse en un juicio que exige cambios es resistida. Lo más ajeno al profeta es la demagogia o lo acomodaticio. Cuando la Iglesia pierde la dimensión profética de la Palabra, se instala y reduce el mensaje y las exigencias del Evangelio”, advirtió en su reflexión semanal.
“El secreto de Jesús es el amor a su Padre, que es la fuente de su vida y misión. Esto nos habla de que el profeta no se envía a sí mismo, es enviado. La auto referencia tan común en el lenguaje actual, es una manera de auto envío. Un signo de que el profeta es verdaderamente enviado es su palabra, su amor e, incluso, el silencio”, precisó.
El prelado sostuvo que “todo cristiano está llamado a ser profeta con su vida y su palabra. El espíritu profético le da a la vida cristiana un profundo sabor evangélico y compromiso. No hay que esperar a que vengan profetas que nos eximan de decir una palabra desde el Evangelio, hay que asumir en la propia vida una actitud profética. Para conocer una vida animada por el espíritu profético el primer signo es su propio testimonio. Podemos decir que el primer destinatario de la palabra es él mismo. Esto lo hace testigo de lo que predica”.
“El profeta no parte de una utopía construida por él, sino de la Palabra de Dios manifestada y cumplida en Jesucristo, que siempre está llamada a vivirse a la espera de su plena realización. Esta plenitud no es una utopía sino un acontecimiento ya realizado en Cristo, que se vive en la esperanza”, subrayó y concluyó: “La fe es una profecía. El profeta no es un adivino, ni alguien que ve anticipadamente lo que va a suceder, sino un testigo de la Palabra de Dios en el mundo”.+
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