“Aristóteles, la política y el bien común”, en una reflexión de Mons. Aguer

“Aristóteles, la política y el bien común”, en una reflexión de Mons. Aguer

La Plata (Buenos Aires) (AICA): “Mis amigos, esta semana voy a hablarles de Aristóteles y de la política de Aristóteles”, comenzó su reflexión semanal televisiva el arzobispo de La Plata Mons. Héctor Aguer. “Aristóteles -dijo- escribió una obra que se llama “Política” en la que hace una distinción que es de lo más interesante. Dice que no es lo mismo la virtud en general -que hace buena a una persona-, que las virtudes propiamente cívicas o políticas”.
“Mis amigos, esta semana voy a hablarles de Aristóteles y de la política de Aristóteles”, comenzó su reflexión semanal en el programa “Claves para un mundo mejor” por el Canal 9 de TV, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer. Pero inmediatamente, y haciéndose cargo de la sorpresa de los televidentes que lo siguen todos los sábados en sus reflexiones sobre problemas de la actualidad, aclaró: “No se asusten porque no es nada complicado. Aristóteles escribió una obra que se llama “Política” y allí, en el tercer libro, hace una distinción que es de lo más interesante. Aristóteles dice que no es lo mismo la virtud en general -que hace buena a una persona, las virtudes de un hombre o una mujer de bien-, que las virtudes propiamente cívicas o políticas”.

Y explicó el prelado: “Se llama virtud en general a las virtudes que tratamos nosotros de practicar; una persona es virtuosa cuando es una persona de bien. Así pensaba Aristóteles y así tenemos que pensar nosotros también. Existen, por otra parte virtudes propias y específicas del hombre o la mujer en cuanto a ciudadano, en cuanto a miembros de la pólis. Política viene de allí, de polis, que en griego significa ciudad. ¿Y cuáles son estas virtudes propias del ciudadano? Fundamentalmente, dice, es la prudencia. La prudencia y las otras que se llaman cardinales: la fortaleza, la templanza, la justicia; pero importa sobre todo la prudencia. La prudencia no consiste en hacer equilibrio entre el bien y el mal, sino que es lo que nos ayuda a elegir lo mejor, y lo mejor en cada momento”.

“La prudencia -prosiguió explicando el arzobispo- es una virtud eminentemente práctica. Aristóteles subraya especialmente que los gobernantes tienen que ser prudentes. A partir de esta distinción entre la virtud en general, la que hace al hombre bueno y la virtud propiamente cívica o política que hace al buen gobernante y al buen ciudadano, se pueden hacer varias combinaciones”.

“Por ejemplo, puede haber una sociedad en la cual la mayoría de la población es buena gente, poseen virtudes comunes, son personas honradas y sin embargo carecen de virtudes cívicas. ¿Por qué? porque no participan debidamente de la vida social, no se preocupan por el bien común, porque no piensan seriamente en lo que van a hacer con su voto por ejemplo. ¡Qué cambios favorables, o que desastres se pueden realizar a través de ese medio en las sociedades democráticas!”.

“Podría darse también que en una sociedad la mayoría de la gente sea gente mala, moralmente reprochable pero que tengan la habilidad de votar bien, de elegir bien, son prudentes en esto, en lo cívico. Es un poco raro que se den estos casos, especialmente cuando se trata de los que tienen responsabilidades importantes en la sociedad o están a cargo del gobierno. Esta es una hipótesis que quizás Aristóteles no se planteó”.

“¿Qué ocurre en un país cuando los gobernantes ni son buenas personas, porque llevan una vida moralmente reprochable, ni son buenos gobernantes porque carecen de prudencia? Uno no puede ser verdaderamente justo si no es prudente. ¿Cómo podrían elegir bien a sus colaboradores? Sería grave también que en lugar de poner su carisma y su cargo al servicio de la sociedad se aprovechen de ello”.

Monseñor Aguer explicó que “los problemas que se planteaba Aristóteles siglos antes de Cristo, son problemas reales de hoy en todo el mundo. La lección que podemos sacar de este planteo es la importancia de cultivar las virtudes propiamente cívicas; que uno no viva enroscado en sí mismo. El papa Francisco lo llama, con una palabra un poco difícil, autorreferencialidad. Esto significa que uno está solo refiriéndose a si mismo. No le importa lo que pasa en su país, en la sociedad a la que pertenece. Mira todo desde afuera, encerrado en su egoísmo”.

“Lo propio del buen ciudadano, con mayor razón podríamos decir del buen cristiano, es referirse a los demás, al interés de los demás. No buscar sólo el propio interés sino lo que se llama en la gran tradición de la Doctrina Social de la Iglesia el bien común. Ya Aristóteles –y vuelvo a citarlo- hablaba del “bien común”.

En la parte final de su reflexión el arzobispo platense expresó: “Si se buscara con mayor ahínco, con mayor lucidez, con perseverancia, el bien común, las cosas andarían mejor. Lo que pasa sobre los males sociales es precisamente el egoísmo. Y no se puede ser prudente si uno es egoísta. No puede ser uno verdaderamente objetivo y preocuparse de un modo serio, real, perseverante por el bien del prójimo y colaborar a que las cosas en la sociedad mejoren si uno es autorreferencial. Recojamos esto, también en la Argentina de hoy. Es necesario que haya mucha más gente, que no solamente sean buenas personas sino que sean buenos ciudadanos y que se preocupen por el bien común”.+

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