El obispo auxiliar y vicario general de la arquidiócesis porteña, monseñor Joaquín Sucunza, le dio la bienvenida y recordó que a él le correpondió el 13 de marzo de 2013 dar el anuncio al mundo de que tenía un nuevo papa, Francisco: “Habemus papam”.
Tauran es presidente del Consejo Pontifico para el Diálogo Interreligioso y participó en Buenos Aires de un congreso internacional de dos días con representantes de entidades islámicas en el Hotel Intercontinental.
Al comenzar la misa en la Catedral, el cardenal dijo a la concurrencia que llenaba el templo: “Esta mañana tenemos que gozar de la felicidad de pertenecer a esta gran familia que es la Iglesia Católica, extendida por toda la tierra, y en donde cada uno se siente en su casa, porque todos somos compañeros de viaje hacia el encuentro con el Dios Misericordioso”.
Señaló que ese día cumplía 46 años de sacerdote, un motivo de alegría, y que el padre Miguel Angel Ayuso, secretario del Consejo Pontificio, que concelebró la Misa, celebraba su 35 aniversario de sacerdocio. “Rezad por nosotros a fin de que seamos siempre dignos de la vocación a la cual hemos sido llamados”, pidió a los presentes.
Concelebraron la Misa el nuncio apostólico, monseñor Emil Paul Tscherrig, y el rector de la Catedral, presbítero Alejandro Russo.
El cardenal, de 72 años, está afectado de Parkinson desde 2012, está algo encorvado y hace algunos movimientos con la cabeza, pero leyó su homilía, sentado, con energía y claridad en un castellano que domina muy bien. E incensó el altar en una ceremonia de profunda devoción. También elevó la hostia consagrada, cantando “Por Cristo, con El y en El…”
La lógica que viene de lo alto
En su homilía, el cardenal contrastó la lógica que viene de lo alto –un Dios que se hace niño, que entra se encarna y entra en la historia humana, que dice que el que quiera ser el primero debe hacerse el último y servidor de todos- con la lógica del mundo. “Nosotros, como cristianos, no podemos vivir y actuar como los demás, sino que tenemos que convertirnos en un interrogante para los demás. Si no, no podremos ser la sal de la tierra”.
Recordó que “muchos de nuestros hermanos cristianos, dispersos en numerosos países del mundo, dan testimonio de esta fe en Jesucristo arriesgando sus propias vidas. No podemos olvidar que el tiempo de los mártires es un tiempo de siembra, según un dicho de los primeros siglos: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.
“Tenemos que estar atentos al prójimo –dijo más adelante-, estar dispuestos a gastar nuestro tiempo en escuchar a los demás, tratar de comprender las nuevas realidades de la vida, crear un nuevo estilo de relaciones en la familia, en el trabajo, en la vida social, y a pesar de las contradicciones y de la fatiga de la confrontación, abrir un camino de condivisión con los demás.”
Concluyó pidiendo que se nos conceda la gracia de hacernos como niños. “Así, la Iglesia de Dios, siempre lista a servir a todos, se manifestará, cada vez más, como la casa común en donde aquellos que no cuentan se sientan objetos de la predilección de Cristo, y el Cristianismo será, como siempre, una invitación y una fuente de Vida”.
Al final, el cardenal dio a todos la bendición apostólica en nombre del Santo Padre Francisco, incluidos quienes vieran la misa por televisión o la oyeran por radio. Y el padre Russo expresó: “Viva el papa”, “Viva su eminencia el cardenal Tauran”, “Viva la Santa Iglesia”, lo que fue respondido con vivas por los presentes. (Jorge Rouillon)
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