Tandil (Buenos Aires) (AICA): Los seminaristas de la diócesis de Azul se encuentran realizando una misión de verano en la localidad de Tandil como parte de su experiencia de formación para el sacerdocio ministerial. Visitan a las familias, invitan a misa, a rezar y comparten experiencias de fe, al tiempo que acompañan a los sacerdotes ofreciendo los sacramentos. Estarán hasta el sábado 24 de enero.
Los jóvenes que participan de la misión son oriundos de Tandil, de Rauch, de Bolívar y de Azul. Los acompañan los sacerdotes Rafael Grassetti y Estanislao Fariña, con quienes residen en la capilla Santiago Apóstol, dependiente de la parroquia Santa Ana. El sábado 24 concluirán la misión con una misa, a las 19, en la capilla, y al día siguiente volverán a Azul.
El padre Grassetti contó en una entrevista con El Eco de Tandil los desafíos de la misión y la tarea de formar a los futuros sacerdotes:
-¿Por qué eligieron Tandil?
- Vamos cambiando los espacios. A veces visitamos grandes ciudades o pueblos más pequeños. Se hace para enriquecer las experiencias de los seminaristas y descubrir otras realidades, conocer cómo se trabaja en una capilla, en una parroquia, con la presencia de un sacerdote. Hacía bastante tiempo que desarrollábamos las actividades en Azul y este año decidimos hacer otro tipo de experiencia, introduciéndonos en una ciudad más pujante, como es Tandil.
-¿Qué actividades han realizado?
- Estamos en Santiago Apóstol, que depende de la parroquia Santa Ana y hemos trabajado en el barrio.
-¿Cómo es la formación de un seminarista?
- Fundamentalmente tenemos un período que llamamos “curso introductorio”, que busca intensificar la vida espiritual y dura uno o dos años. Luego, hay otro período de formación humanística-filosófica, a la que se dedican tres o cuatro años y finalmente, el aprendizaje de teología, de tres o cuatro años más.
En general, se toman ocho años para prepararse. Es un proceso casi artesanal, no se trata sólo de acaparar unas ideas, sino de formar un corazón sacerdotal. Entonces, hay que darle a cada persona el tiempo necesario para ir madurando en muchos aspectos, no sólo en lo religioso, sino en la dimensión humana, de los vínculos. De hecho, hacemos actividades fuera del seminario para generar esos espacios de crecimiento, que ayuden a la preparación sacerdotal.
-¿Cómo vive su tarea en el seminario?
-Es un desafío grande. Los padres que colaboramos en el seminario, sea cual fuere la tarea que desempeñemos, entendemos que desarrollamos una de las ocupaciones más importantes del obispo, que es ayudar a formar los futuros sacerdotes. Es un desafío grande porque uno es consciente de que no es un modelo acabado, sino que a partir de las experiencias vividas, con buena voluntad y generosidad para aquel que nos pide, tratamos de colaborar para potenciar al máximo las posibilidades que hay en cada uno de los seminaristas y ayudar a que se vayan venciendo los obstáculos que se presentan en cada uno en particular.
-¿Y en lo personal?
Todo esto redunda en beneficio mío. Cualquiera de los padres que hoy estamos en el seminario, vivimos en la dinámica de seguir creciendo, no sólo aprendiendo ideas, sino cambiando actitudes, delicadezas, cosas que, cuando pasa el tiempo, se van afirmando. Los seminaristas tienen una virtud: la de ser veraces, directos, claros. Ellos te dicen las cosas, te las hacen notar y eso, en el fondo, a uno le ayuda mucho, el proceso se retroalimenta. Imponen esa dinámica de crecer. Compartimos una vida donde tenemos que aprender a convivir todos, que es la vida del evangelio.
-Son tiempos difíciles. ¿cómo pueden adaptarse a las nuevas necesidades de esta época?
-Es una tarea que nos toca, para la que hay que prepararse bien. Es iluminar la realidad del mundo de hoy, dar esperanza, pacificar el corazón, ayudar a la unidad de las familias, descubrir el sentido de la vida, ésa es la razón por la cual vivimos. Son todas realidades muy presentes en el mundo de hoy. Tenemos el deseo y la vocación de sostener las inquietudes y responder a los interrogantes del hombre de hoy.+
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