Trajes tradicionales, cantos y danzas fueron parte de un rito en el cual se acercaron frutas y flores hasta el altar, al son de los instrumentos típicos de la tradición africana.
Al término de la homilía se aludió a la paz, “gravemente amenazada en el Este del país, especialmente en los territorios de Beni y Minembwe, donde estallan los conflictos, que son alimentados desde afuera, con el silencio cómplice de muchos. Los conflictos son alimentados por aquellos que se enriquecen vendiendo las armas”.
“Queridos hermanos y hermanas –fueron las palabras del Papa- ustedes vinieron de lejos. Han dejado sus casas, han dejado afectos y objetos preciados. Llegaron aquí, han encontrado una hospitalidad junto con dificultades e imprevistos. Pero para Dios, ustedes siempre son invitados bienvenidos. Para Él, nosotros jamás somos extraños, sino hijos esperados. Y la Iglesia es la casa de Dios: aquí, por tanto, ustedes deben sentirse siempre como en casa. Aquí venimos para caminar juntos hacia el Señor y realizar las palabras con las que se concluye la profecía de Isaías: «Vengan, caminemos en la luz del Señor».
“Pero en vez de la luz del Señor, se pueden preferir las tinieblas del mundo. Al Señor que viene, y a su invitación de ir con Él, se puede responder que no. Muchas veces no se trata de un no directo, frontal, sino solapado. Es el no del cual nos previene Jesús en el Evangelio, exhortándonos a no hacer como en los «días de Noé». ¿Qué sucedió en los días de Noé? Sucedió que aún, cuando estaba por llegar algo nuevo y asombroso, nadie se daba cuenta de ello, porque todos pensaban solamente en comer y beber. En otras palabras, todos reducían la vida a sus necesidades y se conformaban con una vida chata, horizontal, sin impulso. No se esperaba a nadie, solamente se pretendía tener algo para sí, para poder consumir”.
“El consumismo es un virus que hackea la fe desde la raíz, porque te hace creer que la vida depende únicamente de lo que tienes, y entonces te olvidas de Dios, que viene a tu encuentro, y de quien está a tu lado. El Señor viene, pero tú prefieres seguir lo que te apetece; el hermano toca a tu puerta, pero te da fastidio, porque altera tus planes”.
“En el Evangelio, dijo el pontífice, cuando Jesús señala los peligros de la fe, no se preocupa por los enemigos poderosos, por las hostilidades y las persecuciones. Todo esto ha existido, existe y seguirá existiendo, pero no debilita la fe. Por el contrario, el verdadero peligro es lo que anestesia el corazón: es depender de los objetos de consumo, es dejar que las necesidades entorpezcan y acallen el corazón”.
“Entonces, añadió, se vive de las cosas, pero ya no se sabe para qué, se tienen muchos bienes, pero ya no se hace más el bien; las casas se llenan de objetos, pero se vacían de hijos; se descarta el tiempo en pasatiempos, pero no se tiene tiempo para Dios ni para los demás. Y cuando se vive para las cosas, éstas jamás bastan, crece la avidez y los otros se vuelven obstáculos en la carrera, y así uno termina sintiéndose amenazado, siempre insatisfecho, enojado, y crece el nivel de odio”.
“Esto es lo que vemos allí donde el consumismo impera: ¡cuánta violencia, aunque solo sea verbal, cuánta rabia y cuántas ganas de buscarse un enemigo a toda costa!. Así, mientras el mundo se llena de armas que provocan muertos, no nos damos cuenta de que continuamos armando el corazón con rabia”.
“El Señor quiere despertarnos respecto a todo esto. Y lo hace con un verbo: «Velen». Velar era el trabajo del centinela, que se quedaba despierto para vigilar, mientras los demás dormían. Velar es no ceder al sueño que envuelve a todos. Para poder velar es necesario tener una esperanza certera: que la noche no durará para siempre, que pronto llegará el amanecer. Y lo mismo sucede para nosotros: Dios viene y su luz disipará hasta las tinieblas más densas. Pero a nosotros nos toca vigilar; vencer la tentación de que el sentido de la vida es acumular, desenmascarar el engaño de que se es feliz si se tienen muchas cosas, resistirse a las luces deslumbrantes del consumo, que brillan por todos lados en este mes, y creer que la oración y la caridad no son tiempo perdido, sino los tesoros más grandes”, concluyó el Papa. +
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