La misa fue presidida por el arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, Mario Aurelio Poli, y concelebrada por el obispo auxiliar, monseñor Enrique Eguía Seguí y el rector de la catedral, presbítero Alejandro Russo.
En su homilía, el cardenal Poli, destacó que con la solemnidad de la Santísima Trinidad, “los cristianos renovamos nuestra fe bautismal en un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Desde nuestro bautismo, en Él hemos puesto nuestra esperanza y nuestra confianza. Es el misterio central de la fe y nuestras vidas están en Sus manos”.
“Necesitamos de su presencia constante, de su amistad, a pesar de que no lo merecemos sabemos que podemos acudir a su misericordia porque somos sus hijos, la obra de sus manos”, reconoció, y retomando la Liturgia, señaló: “Este Dios conversaba con Moisés cara a cara, como lo hace un hombre con su amigo. Desde el comienzo se manifestó cercano, confidente y al mismo tiempo exigente”, admitió. “Es el Dios que hizo una alianza de amor con su pueblo de Israel y a pesar de sus infidelidades y apostasías no llevó a cabo su ira contra él, por el contrario, siempre renovó su alianza”.
El Evangelio de este domingo, afirmó el cardenal Poli, “nos abre la mente para comprender hasta qué punto llega el amor divino: Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna”.
“El crucificado es el signo más evidente de cuánto Dios nos ama a cada uno de nosotros, porque el que abrazó la cruz es el hijo predilecto del Padre, y lo hizo en un acto de obediencia que conoció el extremo. Pero ese amor no queda en la comunidad trinitaria, sino que tiene un destino y San Pablo lo dice así: ‘El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado”.
“Qué alegría nos da saber que el Espíritu de amor trinitario, entre tantos lugares que ofrece este mundo universo, eligió quedarse en el corazón de cada hombre y mujer, invitándonos a creer que el Padre envió a su hijo para que el mundo se salve por Él”, consideró.
El arzobispo elevó además una acción de gracias por la Iglesia porteña “que por providencia divina fue creada hace cuatrocientos años y nació como diócesis de la Santísima Trinidad del Puerto de los Buenos Ayres”.
“Quién hubiera podido imaginar que aquellos humildes comienzos, no sin graves pruebas y adversidades en un territorio vastísimo con mayoría de pueblos originarios, criollos y mestizos, dieran con el tiempo sorprendentes frutos pastorales iniciando una evangelización ininterrumpida durante cuatro siglos”, destacó.
“A pocos años de su fundación, nuestra Iglesia recibió una luz del Cielo que confirmó los pasos del Evangelio sobre terreno seguro, cuando una humilde imagen de su Limpia y Pura Concepción se quedó milagrosamente junto al Río Luján como signo de maternal protección sobre el pueblo que peregrina en la Argentina”, recordó.
“Tenemos tantos motivos para dar gracias a la Santísima Trinidad en este día, y para que nunca nos falte su gracia y su amistad le pedimos que nos siga acompañando en el camino del Evangelio”, rezó, diciendo: “Gloria al Padre que es amor, gloria al amor crucificado y gloria al Espíritu de amor que nos impulsa para hacer de nuestro sínodo un espacio de comunión y renovación. Amén”.+
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