Card. Poli: En Pentecostés, el testimonio concreto se convierte en misión
“La Pascua llega a su plenitud con la venida del Espíritu Santo”, afirmó el cardenal Poli en el comienzo de su homilía, y recordó el pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles: “Están los discípulos en el mismo lugar, dice el texto, donde Jesús celebró la última cena y donde se ha aparecido a sus discípulos, como hoy nos narra el Evangelio”.
“Ahí está la Virgen, dice que la madre de Jesús estaba ahí, está con los discípulos. Su presencia se explica porque la Virgen tuvo la más fuerte de las experiencias del Espíritu Santo, el Espíritu Santo fecundó en su vientre a Jesús, y desde ese instante comenzó la vida de la Iglesia”, destacó. “Con Jesús entre nosotros, comienza ya la Iglesia, el proyecto amoroso del Padre para la salvación de los hombres”.
“Está la Virgen ahí y reúne a los apóstoles. En torno de ella están los once discípulos esperando a la venida del Espíritu Santo, la promesa de Jesús: ‘Les daré otro paráclito’. Ahí estaban todos, unidos en un mismo lugar, esperando la promesa”, describió.
“Pentecostés para nosotros demuestra cómo por obra del Espíritu Santo es posible mantener la unidad respetando la diversidad de lenguas, de culturas, de pueblos, al decir: ‘Todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios’, se cumple esta diversidad, y esta unidad en un mismo espíritu sólo lo puede lograr el Espíritu Santo, que desciende sobre los discípulos con dos signos: el viento y el fuego”, señaló.
“Ellos van a testimoniar aun con sus propias vidas que Jesús está vivo, su testimonio concreto se va a convertir en una misión. Es la misión de la Iglesia. La Iglesia existe para evangelizar, para anunciar la buena noticia. Jesús es el viviente, el que vive, el que está presente, y tendrán que anunciar al mundo la vida divina, la vida que Jesús nos abrió con su sacrificio en la cruz. Para esa misión, los apóstoles deberán recibir la fuerza del Espíritu Santo”.
“Ustedes saben que el vínculo más íntimo con el Espíritu Santo comienza en nosotros en el momento del bautismo, cuando renacemos del agua y del espíritu. En el agua se significa nuestra muerte, y por el Espíritu que se nos da a manos llenas, porque Dios nos lo regala, se infunde en el alma y así recibimos la vida de Dios. Su actuación en el alma es tan suave y apacible, eleva los corazones a las realidades espirituales y revela a los humildes las cosas que se ocultan a los sabios”, aseguró.
“El espíritu de Dios se presenta con la bondad de un protector, pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, fortalecer y consolar, y tomando palabras de Pablo: ‘Con el mismo consuelo con que Dios nos consuela, el Espíritu nos impulsa para consolar a nuestros hermanos, nos hace capaces de compartir los dones que vienen del Espíritu Santo’”.
“Hoy recibimos el Espíritu Santo como Iglesia misionera. Cada Pentecostés, la Iglesia vuelve a revitalizar sus fibras más íntimas. ‘La iglesia existe para evangelizar’, decía San Pablo VI, y en Pentecostés recibimos la gracia del Espíritu Santo para ver este mundo que tenemos que anunciar a Cristo como un lugar de siembra”, sostuvo.+
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