El prelado sanjuanino comenzó su columna relatando su encuentro callejero. Lo cuenta así: Era de noche y estacioné el auto a cuatro cuadras del templo al que iba a celebrar la misa. No fue fácil encontrar un lugar ya que había muchos vehículos en varias cuadras a la redonda. Pensé que si la cuarta parte de esta gente va a la misma misa que yo, van a quedar muchos afuera. Y así fue. Todavía faltaba media hora para comenzar y ya no se podía entrar a la iglesia.
Pero no me quiero distraer. Cuando bajé del auto me saludó una señora que cuidaba los vehículos de la cuadra y, al verme vestido con la camisa que usamos los sacerdotes, me preguntó: ¿Usted es sacerdote católico?. Le respondí que sí y que estaba yendo a misa a la iglesia cercana. Y ahí fue que soltó esta frase: Yo también soy católica, pero no soy fanática.
Te confieso -continuó monseñor Lozano- que la primera impresión que me dio era que ella suponía que yo sí era fanático. Y superando la molestia inicial, me acerqué a conversar un ratito. Le pregunté dónde vivía, cómo era su familia. Me comentó que había bautizado a sus cinco hijos, que todos ya habían recibido la Comunión y dos, la Confirmación. Los tres más chicos no quisieron seguir con la catequesis. El diálogo se vio interrumpido un par de veces por algún auto que llegaba y otro que se iba. Nos saludamos cordialmente, me pidió la bendición para ella y su familia, y por el trabajo de su marido.
La verdad, no sé qué quiso decir en concreto respecto del fanatismo religioso. Pero esa expresión me quedó dando vueltas en el corazón.
Una jornada tipo de Jesús
Tras este relato, el arzobispo de San Juan de Cuyo enganchó su reflexión dominical. Los evangelios -dijo- nos muestran un ritmo de vida muy exigente de Jesús en su dedicación a la predicación, la recepción de los enfermos, las enseñanzas a los discípulos en particular, la visita a los amigos, las discusiones con los jefes religiosos de su tiempo
El Evangelio de San Marcos de este domingo -continuó- nos muestra la agenda de una jornada tipo en la vida de Jesús y los discípulos. Van a la sinagoga en sábado para participar del culto y, además, el Señor libera a un endemoniado. De allí van a casa de Pedro y Andrés; al llegar encuentran en cama y con fiebre a la suegra de Pedro. Jesús tomándola de la mano la cura. Al atardecer la gente del pueblo se juntó en la puerta de la casa: llevaban a sus enfermos y endemoniados. Jesús reza por ellos, sana y sigue liberando del demonio. Después a dormir y, antes del amanecer, Jesús se había ido a un lugar desierto a orar, a estar a solas con su Padre. Cuando Pedro y los demás discípulos lo buscan para llevarlo de nuevo al pueblo, Jesús les dice vayamos a otra parte a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido.
Más adelante, y tras reflexionar sobre la predicación y la grandeza del amor de Jesús por nosotros, monseñor Lozano cita el documento de Aparecida en donde se refiere a que el encuentro con Cristo nos toca las fibras más hondas, nos renueva en la esperanza y nos ubica en la necesidad de anunciarlo.+
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