El sacerdote, que se especializó en Europa sobre asuntos de Bioética, indicó que la defensa la crítica a la ley no ignora ni minimiza el dolor y la ansiedad de tantos matrimonios que padecen la postergación o la imposibilidad de tener hijos, sino que se trata de “iluminar las conciencias y acompañar a las personas en su situación real”.
A continuación, se reproduce la reflexión del especialista:
La vida humana está inseparablemente unida a la dignidad que surge de ella y va desde la concepción –la unión del óvulo con el espermatozoide- hasta la muerte natural. En esa dignidad se funda la práctica del principio de intangibilidad e inviolabilidad de la persona, que la medicina ha sostenido a partir del juramento hipocrático y conservó a lo largo de los siglos.
En el caso específico del inicio de la vida, la pluralidad de técnicas referidas a la fecundación in vitro, y su rápida difusión a través de los medios de comunicación social, suelen generar expectativas en unos y confusión en otros. Tanto más, cuando estas praxis biotecnológicas, una vez instaladas buscan, prontamente, ser convalidadas por el sistema legal.
Todas estas razones han llevado en los últimos años a que, ciertas técnicas de fertilización asistida, y la ética que conlleva su aplicación, hayan merecido un trato específico por parte del Magisterio de la Iglesia, que busca con esto, iluminar la vida del creyente y proponerse como un camino de diálogo, abierto a toda persona de buena voluntad.
Los conocimientos logrados recientemente por la medicina permiten descubrir con mayor precisión el momento de la concepción y el ulterior desarrollo de la vida del ser humano. Cuando estos conocimientos contribuyen a detectar y corregir las enfermedades, constituyen méritos científicos que merecen reconocimiento y aprobación. Por el contrario, cuando traen como consecuencia la eliminación de la vida, entran en contradicción con el primer principio de la medicina que consiste en evitar el daño, de modo que se vuelven moralmente inaceptables.
En estos días afirmaba el papa Francisco, al referirse a la responsabilidad y el respeto necesario que merece la creación en sentido amplio decía: “Este cometido encomendado por Dios Creador requiere seguir el ritmo y la lógica de la creación. Nosotros sin embargo nos dejamos llevar a menudo por la soberbia del dominar, del poseer, del manipular, del explotar; no la "cuidamos", no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que debemos cuidar. Estamos perdiendo la actitud del asombro, de la contemplación, de la escucha de la creación".
Estos aportes ofrecidos para la reflexión personal, nos llevan a destacar y valorar la importancia de los procesos naturales que rodean y enaltecen la vida. El respeto que ella despierta, en la conciencia de las personas, es total e incondicional.
Total porque surge de la condición de “ser humano” y lo acompaña durante todo el arco de su existencia, sin depender de cambios morfológicos, ni del lugar donde se encuentre.
Incondicional, porque la única condición es la vida o la muerte de ese ser. Si aceptamos ulteriores distinciones - para considerarlo humano o no, es decir, sujeto de derecho o no- nos veríamos en la paradoja de fijar criterios externos a la persona y a sus intereses, para determinar el tipo de trato que merece. Por otro lado: ¿Quién y en base a qué potestad podría atribuirse el derecho a decidir cuestiones tan graves?
La enseñanza de la Iglesia ha destacado tres puntos que las técnicas de tratamiento de la infertilidad deben considerar para respetar la ética de la vida: “a) el derecho a la vida y a la integridad física de cada ser humano desde la concepción hasta la muerte natural; b) la unidad del matrimonio, que implica el respeto recíproco del derecho de los cónyuges a convertirse en padre y madre solamente el uno a través del otro; c) los valores específicamente humanos de la sexualidad, que exigen que la procreación de una persona humana sea querida como el fruto del acto conyugal específico del amor entre los esposos.” Quien se deje iluminar por el Magisterio, debe tener en cuenta estos criterios, al momento de tomar una decisión sobre los tratamientos de reproducción asistida que la nueva ley incorpora.
No se trata aquí de ignorar o minimizar el dolor y la ansiedad de tantos matrimonios que, siguiendo una natural vocación a transmitir la vida, padecen la postergación o la imposibilidad de tener hijos. Es la misma Escritura la que nos presenta esa situación como parte del drama humano en los ejemplos de Abraham y Sara (Gn. 16, 1-5), Elcaná y Ana (1 Sam.1, 1-ss), Zacarías e Isabel (Lc. 1, 5-23) y tantos otros casos donde se describe el padecimiento y la tristeza que este tipo de situaciones provoca. “Sin embargo, ese deseo no puede ser antepuesto a la dignidad que posee cada vida humana hasta el punto de someterla a un dominio absoluto. El deseo de un hijo no puede justificar la “producción” del mismo, así como el deseo de no tener un hijo ya concebido no puede justificar su abandono o destrucción.”
Por lo tanto, viviendo la caridad en la verdad, se trata de iluminar las conciencias y al mismo tiempo, acompañar a las personas en su situación real. Ese doble servicio a la caridad y a la verdad, debe distinguir el obrar cristiano. La vida es un don de Dios y por lo tanto nos es dado gratuitamente. Al mismo tiempo, custodiar la dignidad presente en el ser humano, supone la ardua tarea de “hacernos cargo del otro como persona confiada por Dios a nuestra responsabilidad. Como discípulos de Jesús, estamos llamados a hacernos prójimos de cada hombre, teniendo una preferencia especial por quien es más pobre, está sólo y necesitado. Precisamente mediante la ayuda al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado —como también al niño aún no nacido, al anciano que sufre o cercano a la muerte— tenemos la posibilidad de servir a Jesús, como Él mismo dijo: « Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis » (Mt 25, 40).+
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