Monseñor Martorell observó que la redención de la humanidad obrada por Cristo se presenta como una paradoja para la cultura judía, que esperaba en el misterio del Mesías a un libertador y restaurador de Israel.
El obispo explicó que el sufrimiento encuentra su más alto grado de valor y sentido en las dos actitudes del siervo sufriente de Isaías: la primera actitud se refiere a su espontánea y mansa aceptación del dolor, y la segunda a su abandono confiado en Dios.
El prelado profundizó la idea comentando: “Jesús acepta el dolor por ser voluntad del Padre y la actitud confiada en que en su voluntad se encierra el misterio de la salvación del hombre. Es el preludio del triunfo final de la resurrección y de la gloria. De la intervención de Dios a favor de la salvación del hombre”.
Sobre el Evangelio, el obispo observó que el mismo Jesús se encarga de corregir el sentido de su mesianismo entre sus apóstoles. “¿Cómo hacen los apóstoles para entender que Jesús tenga que padecer para liberar a Israel? Es por eso que el mismo Pedro, el primero en confesarle su mesianismo y su filiación divina, rechaza este anuncio hecho por Jesús, considerando a la cruz como un absurdo, como una necedad”, subrayó.
“Jesús que sabe cuál es su misión y de qué forma tiene que cumplirse, no condesciende con Pedro. Más bien lo trata duramente, como trató a Satanás en el desierto”, reconoció el prelado.
“He aquí la enseñanza del cristianismo: es imposible una vida cristiana sin cruz. La facilidad de la vida y la falta de sufrimiento no son propias del cristianismo, esa es una religión de los hombres y no una religión basada en la fe en Jesucristo. Por otro lado, el apóstol Santiago nos enseña que la fe sin obras en una fe muerta. Testimoniar a Jesucristo y su cruz es la obra cotidiana de cada cristiano. Y si no es así, será una fe muerta, un testimonio vacío, una religión de hombres, una religión sin Dios, como algunos pregonan en esos días”, sentenció.
“Defender el proyecto de Dios para el matrimonio, la familia y la vida humana pueden traer cruz y sufrimiento. Es la hora del testimonio personal y comunitario de quienes somos cristianos, es la hora de escuchar y seguir la voz de la conciencia, de defender la libertad religiosa. Estos son tiempos de vivir con mayor compromiso los valores del evangelio y la verdad sobre la persona, desde los criterios de Dios”, concluyó el obispo.+
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