“El Papa es el párroco del mundo. Los obispos, sus delegados que le ayudan junto con los curas, las monjas y los ‘laicos comprometidos’. De tanto en tanto, este gran párroco se sube a un avión y visita, en persona, alguno de los territorios más alejados de su inmensa parroquia”, comenzó el prelado, y aclaró que pensar así “es un gran error” y una distorsión de la realidad de la Iglesia.
En este sentido, tomó lo expresado a partir del Concilio Vaticano II: “La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el obispo, rodeado de su presbiterio y ministros”.
“Allí donde esto ocurre (un obispo, un altar, un pueblo reunido para celebrar), allí está toda la Iglesia de Cristo. Allí, y así, la Iglesia es católica: la totalidad de lo que Dios ha querido dar al mundo se entrega y se hace visible en la humildad de la comunidad reunida, aunque ésta sea pequeña”, explicó.
Tomando las conclusiones del Concilio, reconoció que en “los múltiples rostros de la única Iglesia de Cristo” está toda la Iglesia, aunque cada Iglesia local no es toda la Iglesia. “Desde la Eucaristía, cada Iglesia ha de reconocerse en comunión con todas las Iglesias locales, presididas por el obispo de Roma”, continuó.
“Ni el Papa es un gran párroco, ni los obispos somos delegados suyos que repetimos como pericos sus consignas. Tampoco la Iglesia es una gran parroquia. Cada obispo es vicario de Cristo para la Iglesia que preside y tiene la misión de reunir al pueblo de Dios por la Palabra, los sacramentos y el don del Espíritu”, afirmó.
“La Iglesia existe siempre en un lugar concreto, inserta en un espacio geográfico y cultural determinado. Y es allí, y desde allí, que ha de ponerse a la escucha de su Señor para cumplir la misión para la que es llamada y enviada: anunciar el Evangelio, especialmente a los pobres”, sostuvo.
Finalmente, monseñor Buenanueva reconoció que “profesamos la misma fe, pero cada Iglesia local tiene un rostro único que, en comunión con las demás Iglesias, conforman el rostro católico de la Iglesia de Cristo”. Por lo tanto, si bien es la misma Iglesia, “vive la fe con los acentos, los modos, las características de su cultura”. De modo que “no es lo mismo ser Iglesia en la pampa gringa o en la Patagonia, en la gran ciudad o en medio de la cordillera andina. La Iglesia asume así los diversos rostros, lenguajes y culturas de los discípulos de Cristo”.
“Por eso, cada Iglesia particular (una diócesis, por ejemplo), enclavada en un lugar concreto, ha de preguntarse cómo ser fiel a la misión recibida para la gente de ese lugar y en ese tiempo, con sus desafíos concretos, sean espirituales, éticos, sociales, económicos o políticos”, aseguró el obispo.
“Ni el Papa, ni el obispo, ni el párroco somos los dueños de la Iglesia. El Señor de la Iglesia es Cristo. El ‘clericalismo’ es un gran mal, como viene señalando con insistencia el Papa Francisco, pues reduce la Iglesia a la estatura de los curas. No. La Iglesia nace del bautismo y la eucaristía, y hace de cada bautizado un sujeto responsable de la vida eclesial, del anuncio y testimonio del Evangelio. Cada uno con una vocación propia y múltiples carismas para el bien de todos”, concluyó, preguntándose si “podremos vivir esta vocación eclesial con gozo y convicción o seguiremos durmiendo la siesta”.+
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