Francisco: “Que puedan compartir el Evangelio de la familia como alegría para el mundo”
En su homilía, se dirigió a las familias diciendo: “Queremos comprometernos a vivir plenamente nuestra vocación para ser, según las conmovedoras palabras de santa Teresa del Niño Jesús, «el amor en el corazón de la Iglesia»”.
Francisco llamó a detenerse un momento “para considerar la fuente de todo lo bueno que hemos recibido”, y destacó que en el Evangelio de hoy, Jesús revela el origen de estas bendiciones cuando habla a sus discípulos. “Muchos de ellos estaban desolados, confusos y también enfadados, debatiendo sobre aceptar o no sus ‘palabras duras’, tan contrarias a la sabiduría de este mundo. Como respuesta, el Señor les dice directamente: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida»”, recordó.
“Estas palabras, con su promesa del don del Espíritu Santo, rebosan de vida para nosotros que las acogemos desde la fe. Ellas indican la fuente última de todo el bien que hemos experimentado y celebrado aquí en estos días: el Espíritu de Dios, que sopla constantemente vida nueva en el mundo, en los corazones, en las familias, en los hogares y en las parroquias. Cada nuevo día en la vida de nuestras familias y cada nueva generación trae consigo la promesa de un nuevo Pentecostés, un Pentecostés doméstico, una nueva efusión del Espíritu, el Paráclito, que Jesús nos envía como nuestro Abogado, nuestro Consolador y quien verdaderamente nos da valentía”, señaló el Pontífice.
“Cuánta necesidad tiene el mundo de este aliento que es don y promesa de Dios”, reconoció, y deseó, como uno de los frutos de esta celebración de la vida familiar, “que puedan regresar a sus hogares y convertirse en fuente de ánimo para los demás, para compartir con ellos ‘las palabras de vida eterna’ de Jesús”.
“Sus familias son un lugar privilegiado y un importante medio para difundir esas palabras como ‘buena noticia’ para todos, especialmente para aquellos que desean dejar el desierto y la ‘casa de esclavitud’ para ir hacia la tierra prometida de la esperanza y de la libertad”, afirmó.
En referencia a la segunda lectura, Francisco señaló que San Pablo nos dice que el matrimonio es una participación en el misterio de la fidelidad eterna de Cristo a su esposa, la Iglesia. “Pero esta enseñanza, aunque magnífica, tal vez pueda parecer a alguno una ‘palabra dura’”, advirtió el Papa, “porque vivir en el amor, como Cristo nos ha amado, supone la imitación de su propio sacrificio, implica morir a nosotros mismos para renacer a un amor más grande y duradero.”
“Sólo ese amor puede salvar el mundo de la esclavitud del pecado, del egoísmo, de la codicia y de la indiferencia hacia las necesidades de los menos afortunados”, aseguró el Santo Padre. “Este es el amor que hemos conocido en Jesucristo, que se ha encarnado en nuestro mundo por medio de una familia y que a través del testimonio de las familias cristianas tiene el poder, en cada generación, de derribar las barreras para reconciliar al mundo con Dios y hacer de nosotros lo que desde siempre estamos destinados a ser: una única familia humana que vive junta en la justicia, la santidad y la paz”.
“La tarea de dar testimonio de esta Buena Noticia no es fácil. Sin embargo, los desafíos que los cristianos de hoy tienen delante no son, a su manera, más difíciles de los que debieron afrontar los primeros misioneros irlandeses”, explicó. En ese sentido, mencionó a San Columbano, que “con su pequeño grupo de compañeros llevó la luz del Evangelio a las tierras europeas en una época de oscuridad y decadencia cultural”, y detalló: “Su extraordinario éxito misionero no estaba basado en métodos tácticos o planes estratégicos, sino en una humilde y liberadora docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo. Su testimonio cotidiano de fidelidad a Cristo y entre ellos fue lo que conquistó los corazones que deseaban ardientemente una palabra de gracia y lo que contribuyó al nacimiento de la cultura europea. Ese testimonio permanece como una fuente perenne de renovación espiritual y misionera para el pueblo santo y fiel de Dios”, explicó.
“Naturalmente, siempre habrá personas que se opondrán a la Buena Noticia, que ‘murmurarán’ contra sus ‘palabras duras’. Pero, como san Columbano y sus compañeros, que afrontaron aguas congeladas y mares tempestuosos para seguir a Jesús, no nos dejemos influenciar o desanimar jamás ante la mirada fría de la indiferencia o los vientos borrascosos de la hostilidad”, animó, y llamó a reconocer humildemente que “si somos honestos con nosotros mismos, también nosotros podemos encontrar duras las enseñanzas de Jesús”.
“Qué difícil es perdonar siempre a quienes nos hieren. Qué desafiante es acoger siempre al emigrante y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión, el rechazo o la traición. Qué incómodo es proteger los derechos de los más frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que obstaculizan nuestro sentido de libertad”, indicó el Papa.
“Sin embargo, es justamente en esas circunstancias en las que el Señor nos pregunta: «¿También ustedes se quieren marchar?». Con la fuerza del Espíritu que nos anima y con el Señor siempre a nuestro lado, podemos responder: «Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios»”, afirmó.
“Con el pueblo de Israel, podemos repetir: «También nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!»”, animó Francisco, recordando que “con los sacramentos del bautismo y de la confirmación, cada cristiano es enviado para ser un misionero, un ‘discípulo misionero’”. En ese sentido, advirtió que “toda la Iglesia en su conjunto está llamada a ‘salir’ para llevar las palabras de vida eterna a las periferias del mundo”.
Finalmente, deseó “que nuestra celebración de hoy pueda confirmar a cada uno de vosotros, padres y abuelos, niños y jóvenes, hombres y mujeres, religiosos y religiosas, contemplativos y misioneros, diáconos y sacerdotes, para compartir la alegría del Evangelio. Que puedan compartir el Evangelio de la familia como alegría para el mundo”.
“Mientras nos disponemos a reemprender cada uno su propio camino, renovemos nuestra fidelidad al Señor y a la vocación a la que nos ha llamado. Haciendo nuestra la oración de san Patricio, repitamos con alegría: «Cristo en mí, Cristo detrás de mí, Cristo junto a mí, Cristo debajo de mí, Cristo sobre mí»”, concluyó.+
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