“Nadie debe ser valorado en la Iglesia de manera pasiva, como un incapaz, como si nada tuviera que aportar desde sí mismo, y que cada uno desde su diversidad, que es un don de Dios, aporta al bien común”, afirma el documento.
“Las comunidades cristianas están llamadas a comprometerse con toda persona y exigirse a sí mismas transformaciones intrínsecas para que todos los bautizados puedan participar activamente en ellas”, anima, y recuerda que “así como Jesús cuestionó la actuación de las comunidades religiosas de su tiempo que excluían a muchos y en particular a las personas con discapacidad por sus criterios religiosos, las comunidades tienen que preguntarse si existen restricciones en su interior que excluyen a estas personas o que no les permiten recibir la Palabra de Dios y los sacramentos de manera activa y fructuosa y participar junto con los demás cristianos de la vida comunitaria y ser misioneros de Jesús”.
“Las comunidades eclesiales deberán adaptarse para dar respuestas a las necesidades de las personas con discapacidad para que ellas puedan participar activamente. Ellas mismas o, en el caso que no lo puedan hacer por sí mismas, sus familiares o quienes los representen deben ser consultados a fin de poder cumplir con esta tarea”, detalla.
“Las personas con discapacidad, como las demás, deben ser objeto de los diversos emprendimientos que se dan en la vida de la Iglesia como también sujetos activos que los lleven adelante. Ellas no son solamente receptores de actividades sino hacedores de las mismas”, asegura.
En ese sentido, presenta una serie de recursos útiles para quienes atraviesan dichas situaciones. En la guía, enumeran detalladamente los derechos que poseen las personas con discapacidad, cómo se aplican y qué organismos son los encargados de garantizar que se cumplan.
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