"La democracia suele ser definida como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", comenzó su reflexión el prelado platense, y continuó: "A la democracia se le añaden a veces algunos adjetivos que la determinan o califican: hay democracia republicana, democracia social, democracia popular, etc. Nosotros estamos acostumbrados a hablar, en los últimos años, de la democracia recuperada”.
El obispo se refirió “al retorno a un régimen democrático después de aquella doble tragedia del siglo pasado, en los años 70 y a principios de los 80, que fue la irrupción de la guerrilla con el propósito de instituir acá un estado marxista y luego la dictadura militar con los excesos que conocemos, y una vez concluida la guerra interna desatada por múltiples demonios, se recuperó la democracia. Yo diría, con perdón, 'ma non tropo', pero no demasiado porque queda mucho por recuperar aún. En lugar de eso, yo diría que tenemos que lograr una verdadera democracia, llegar a una verdadera democracia. Si como un conocido dirigente proclamó: con la democracia se come, se vive, se educa, falta mucho para que el pueblo alcance en su conjunto esos bienes”.
“El Presidente de la Nación, hace unos meses -recordó monseñor Aguer- se mostró orgulloso de haber habilitado el debate sobre el aborto. Un debate histórico propio de la democracia, dijo”. Pienso que según la Doctrina Social de la Iglesia ese debate no es propio de la democracia y para eso voy a leerles del 'Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia' varias citas de la encíclica 'Centesimus Annus' del papa San Juan Pablo II, una encíclica del año 1991 en la que el santo pontífice polaco conmemoró el centenario de la famosa 'Rerum Novarum', del papa León XIII, sobre la condición de los obreros, donde habla concretamente, en el punto 406, de la democracia y dice el papa Wojtyla:
“La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la subjetividad de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad”.
“Es interesante -comentó monseñor Aguer- el pasaje citado porque habla, por un lado del bien de las personas individuales y, por otro, de una especie de subjetividad de la sociedad. Es decir, la sociedad tiene una cierta personalidad, digamos así, en la que se aseguran los derechos de todas las personas y, además, se cumplen los deberes correspondientes”.
“Sigo con la cita de San Juan Pablo II", prosiguió Aguer: “Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, y la asunción del bien común como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se compromete su estabilidad”.
"Luego el Papa hablaba de los riesgos de la democracia o de una democracia sin valores, una democracia contra el orden natural o contra la razón de la naturaleza humana y dice: “La doctrina social identifica uno de los riesgos mayores para las democracias actuales en el relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores. Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que quienes están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son confiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos”.
"Es lo que está pasando aquí -dijo el arzobispo emérito-. En nuestra deshilachada Argentina se ha perdido el sentido de los valores humanos; se habla de derechos sin los correspondientes deberes. En los últimos 35 años el daño está a la vista: caída continua de la vida económica; devastación del mundo laboral; impunidad de los políticos indignos y ladrones; uso perverso e ideológico de temas de lesa humanidad; caída abrupta de las costumbres sociales. Tales los frutos de la democracia recuperada. No se trata de perderla sino de hacer una nueva, con gente nueva, sin los eternos funcionarios atornillados a sus puestos”.
“¿De qué democracia me hablan -exclamó monseñor Aguer- si no se reconoce el derecho a vivir del niño por nacer? ¿Si se pretende fundar el consentimiento social en la nada, en los caprichos singulares o en los lobbies o en las tendencias sociológicas y no en un orden objetivo de valores que respeta todo lo que el hombre es en su naturaleza? Ahí está la cuestión”.
“Por eso yo digo: menos discursos prodemocráticos y más democracia en serio. Esto vale para los políticos ciertamente (lo de los cuadernos no lo voy a tocar ahora) pero vale también para nosotros, para cada uno de los ciudadanos. Nosotros no cumplimos simplemente nuestro deber como ciudadanos cuando vamos cada dos años a poner una boletita en la urna con nombres que no conocemos, con gente que sostiene principios que tampoco conocemos. La democracia se vive si uno cumple sus deberes y reclama sus derechos. Si la vida de los ciudadanos elige placer libertario más que trabajo y generoso empeño social, si solo busca su propio bien, perece el bien común”.
Para concluir su reflexión sobre la democracia, monseñor Aguer señaló: “Observen que así, nosotros los católicos, no somos confiables democráticamente, porque sostenemos que existe una verdad objetiva y que esa verdad objetiva está sostenida por esa verdad suprema que es Dios. La cuestión de Dios es insoslayable en una auténtica democracia. “Si Dios no existe, todo está permitido”, decía Jean Paul Sartre. Pero en el preámbulo de nuestra Constitución histórica se apela a Dios, fuente de toda razón y justicia: de esa fuente ha de brotar la razón y la justicia que encaminen el presente y el futuro de la Nación Argentina. Razón, verdad, no mentira; justicia, no rencor ni venganza”.+
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