“No puede ser que todo siga igual después de cada Cuaresma”, advirtió en su sugerencia para la homilía dominical.
El prelado consideró que “es la oportunidad de intensificar la escucha de la Palabra de Dios y darle cabida, por la obediencia, en el comportamiento de cada cristiano”.
“Así lo entendieron los Apóstoles y dedicaron toda su vida a cumplir con el mandato misionero de Jesús, sin amedrentarse ante los peligros y persecuciones que tal misión suponía. Recordemos que todos ellos terminaron sus vidas padeciendo el martirio. En alguna oportunidad recordamos que - quizás de manera incruenta - toda auténtica vida cristiana es ‘martirial’”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- Cuaresma y renovación. Al iniciarse la Cuaresma, Dios ofrece una nueva y rica oportunidad para que la Iglesia y el mundo se renueven. Lo viene haciendo desde siglos, sin pausa. El Tiempo fuerte que iniciamos constituye otra prueba de su espera paciente y comprensiva. Así Dios se introduce en nuestros acontecimientos, con el propósito de que advirtamos su cercanía de Padre y decidamos volver a Él. La prueba histórica definitiva de su cercanía es la Encarnación, origen temporal de su misteriosa solidaridad con los hombres, exceptuado el pecado que vino a eliminar. Mateo nos ofrece un breve relato de las tentaciones a que el Demonio pretende someter al Señor, después de los áridos días de desierto. Desde nuestro actual conocimiento de su divinidad, nos es difícil interpretar el hecho: ¡Dios, tentado por el Demonio! Es también Hombre verdadero, de nuestro propio linaje, dispuesto a cargar nuestras debilidades y miserias, sin ser responsable de ellas. Al volver a la consideración de este Misterio, con ocasión de cada Cuaresma, abrigamos la esperanza de comprender lo humanamente incomprensible. Dios se automanifiesta, al relacionarse con sus criaturas racionales, trascendiendo su invisibilidad y dando origen a todo lo visible: “Por la fe, comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible.” (Hebreos 11, 3)2.- Todo cristiano vive de la fe. Tiempo de Cuaresma, de dedicación a escuchar la Palabra de Dios - predicada o leída - y de obedecerla. La Iglesia ofrece su Liturgia sagrada, mediante el servicio de la Palabra y de los Sacramentos. Durante este Tiempo excepcional, los cristianos tienen la oportunidad de intensificar lo que debiera constituir su comportamiento habitual. Haciendo una transposición de la expresión del Apóstol Pablo: “el justo vive de la fe”, bien podemos referirla a todo bautizado: “todo cristiano vive de la fe” o se declara religiosamente muerto. ¡Cuántos cristianos (bautizados) no viven para nada de la fe! Una situación mortal se apodera de ellos y contamina su forma de hacerse cargo de la historia común. Las consecuencias de esa situación afloran en la vida personal y social de los mismos. Las graves incoherencias que observamos en muchos bautizados, aún en aquellos que dicen “practicar” su fe, constituyen un contra testimonio para quienes buscan honestamente la Verdad que los oriente y redima. Atribuyen al gran Gandhi una frase estremecedora: “No soy cristiano por culpa de los cristianos”. Dios cuenta con las mediaciones humanas. Desde la Encarnación el camino de la salvación pasa por el hombre. La causa es Dios, pero la mediación es la naturaleza humana que el Hijo de Dios asume, para que la Redención llegue a todos. La Cuaresma nos indica el camino que debemos recorrer para encontrarnos con nuestro Redentor y lograr que su Espíritu establezca el flujo de gracia que perdone nuestros pecados y nos santifique.
3.- La práctica de la fe. Cierto “practiquismo”, de débil alcance, deforma el encuentro directo y transparente con el Salvador y desacredita toda auténtica práctica religiosa, hasta convertirla en una extraña complicación de gestos y palabras, incomprensible para el común de la gente. De allí los numerosos bautizados que, en la Iglesia Católica, se autocalifican “no practicantes”. La “no práctica” aleja peligrosamente de las vertientes propias de la gracia, que alimentan la fe y hacen posible el auténtico comportamiento cristiano. La débil gravitación social de las virtudes cristianas, en países que dicen profesar el catolicismo, tiene su origen en la desconexión del suministro de la gracia divina, o, en el alejamiento de la Palabra de Dios, de los sacramentos y de la oración. La práctica no hace perfecto a nadie, pero, aproxima, al practicante, a la perfección propuesta. La crítica de mucha gente es comprensible aunque no matemáticamente exacta: “Ése va a la Iglesia…y es una mala persona”. Se dan contradicciones, a veces escandalosas. La hipocresía adopta rostros contemporáneos, versiones de peor catadura que las antiguas. Ante ellas será oportuno leer los textos bíblicos que las condenan severamente. La gracia de Cristo, que los sacramentos ofrecen, produce la conversión y la santidad. Desaprovecharla, porque muchos no hacen uso de su virtud, es renunciar a ser buenos porque algunos simulan serlo y no lo son.
4.- Es tiempo de conversión. La Cuaresma es tiempo de penitencia como sostenimiento empeñoso de la conversión. El esfuerzo pedagógico de la Iglesia no concluye en las emotivas ceremonias de Semana Santa. Su intención pastoral es el cambio de vida - o conversión - de los creyentes. No puede ser que todo siga igual después de cada Cuaresma. Es la oportunidad de intensificar la escucha de la Palabra de Dios y darle cabida, por la obediencia, en el comportamiento de cada cristiano. Así lo entendieron los Apóstoles y dedicaron toda su vida a cumplir con el mandato misionero de Jesús, sin amedrentarse ante los peligros y persecuciones que tal misión suponía. Recordemos que todos ellos terminaron sus vidas padeciendo el martirio. En alguna oportunidad recordamos que - quizás de manera incruenta - toda auténtica vida cristiana es “martirial”.+
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