El descubrimiento personal de Cristo está en la base de toda saludable renovación
Corrientes (AICA): El mundo actual necesita escuchar a quienes hablen de Cristo y quienes recibieron esa misión deben evitar el silencio de los ¨perros mudos¨ e identificar a Cristo y llamarlo por su nombre, sin miedos ni respeto humano. La presión externa puede prevalecer momentáneamente, pero esa victoria es pasajera. La última palabra es pronunciada por Dios, expresa el arzobispo emérito de Corrientes al comentar en su homilía-sugerencia el texto evangélico del próximo domingo 18, que posee una incuestionable referencia a la actualidad. Mons. Salvador Castagna agrega que el descubrimiento de Cristo está en la base de toda saludable renovación.
Jesús es señalado por Juan
El encuentro de Jesús con los discípulos de Juan Bautista adquiere un significado que trasciende el de un simple y ocasional encuentro. La identificación que Juan hace es misteriosa, parte de una calificación bíblica referida al Mesías y formulada por los Profetas: "Este es el Cordero de Dios". (Juan 1, 36) Por ello aquellos hombres lo siguen con cierta curiosidad. Les interesa saber dónde habita, para conocer cómo es la intimidad de su habitáculo y descubrir quién es. Jesús va directo al grano y no se deja interpelar sino que los aborda sin vueltas: "Él se dió vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué quieren?" (Juan 1, 38) De esa manera les ofrece la oportunidad de avanzar en su conocimiento dejando despejado el camino que los conduce al Padre y, al mismo tiempo, a la Verdad que buscan. Lo restante del relato bíblico constituye el método de llegada. Permanecen todo el resto del día con Jesús y vuelven con la convicción de que han hallado al Mesías: "Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías". (Juan 1, 40-41)
La misión de identificarlo ante el mundo
La información gozosa de haber encontrado al Mesías constituye la espontánea misión de los primeros discípulos. Cuando, a raíz de ese anuncio, inician una relación personal con el Maestro, el conocimiento se va ahondando y adquiere una profundidad definida y definitiva. A partir de entonces dejan a Juan y se convierten en discípulos de Jesús. Comienza a cumplirse el humilde pronóstico del Bautista y el crecimiento de uno indica la discreta desaparición del otro. Es el momento exacto del comienzo de la tarea misionera de Jesús. Nadie se queda a lamentar la soledad de Juan - ni el mismo Juan - sino que todos pasan de la promesa al cumplimiento, del sonido vibrante de la voz a la Palabra. Aquellos Apóstoles, que se erigen como "columnas" entre sus seguidores, obtienen el más alto conocimiento de Jesús, quedándose con Él. Ese "estar" con el Señor es intimidad y convivencia. No existe otra forma de conocerlo y comprender la trascendencia de su misión. Para aquellos hombres, el conocimiento del Maestro es de vital importancia. Prolongan la misma misión que Jesús recibe de su Padre: "Como el Padre me envió, yo los envío a ustedes". Esa misión exige el perfecto conocimiento de su contenido. No se logra sin comprenderla como Él la comprende. En Cristo se produce una perfecta identificación entre el contenido de la misión y la persona del enviado. Por ello, Él se autocalifica la "Verdad".
No ser perros mudos y confesar a Cristo
Nuestro mundo necesita escuchar a quienes le señalan al Señor presente. Para ello, quienes han recibido esa misión deben evitar el silencio de los "perros mudos" e identificar a Cristo o, en otros términos, decidir llamarlo por su Nombre, sin miedos ni respeto humano. La presión externa puede ser tan fuerte que prevalezca momentáneamente sobre los intentos de los más valientes. Esa victoria es pasajera como lo es el resplandor de un rayo o el deslumbramiento fugaz de un fuego de artificio. La última palabra es pronunciada por Dios, como la Primera, por la "que todas las cosas fueron creadas". El texto evangélico proclamado posee una incuestionable referencia a la actualidad. El encuentro con Cristo goza de poca espectacularidad. El descubrimiento personal y la decisión de iniciar una relación personal con Él, está en la base de toda saludable renovación. Los discípulos de Juan necesitan ser despertados por el Bautista y experimentar el deseo de conocer al Mesías. Hoy también, quienes se dejan despertar por el profeta, se ponen en condiciones de intimar con el Señor e identificarlo como su personal Redentor. Más adelante buscan conocerlo, permaneciendo en la intimidad que les ofrece. "No hace acepción de personas" y unicamente reclama cierta humilde apertura del corazón, promovida por el mismo encuentro. Es una actitud que no presenta excusas por edad, sexo, grado cultural y educación familiar. Participamos de una cultura que no tolera la gratuidad, más bien todo se cotiza, donde el lucro constituye la ley primera. No me refiero sólo al concepto monetarista del intercambio. El hombre seguirá siendo un mal negociador mientras no decida hacer del intercambio un acto libre y gratuito.
El amor auténtico es posible
El amor resuelve la cuestión de fondo en las relaciones interpersonales. Sin amor auténtico, como lo señala proféticamente San Juan evangelista, las relaciones diplomáticas más prolijas dispondrán de una sobrevida frágil, como la de las mariposas. El amor, cuyo modelo es el Padre, debe ser la meta a la que se dirijan todos los esfuerzos humanos. No es imposible lo que Jesús propone a todos como perfección: "Sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto". La obra no está terminada mientras se la elabora. El término "celestial" indica la perfección propuesta. Mientras tanto el artista trabaja con paciencia y dedicación. En la tierra - durante la etapa temporal de la vida - la perfección aún no se logra; es un anhelo, una propuesta a concretar.
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