Mons. Castagna asegura que los acontecimientos en Tucumán dejan su enseñanza
“¿Por qué no puede o no sabe elegir a sus mandatarios? ¿Qué ocurre en ese trasfondo social y político, en el que se produce el difícil discernimiento que le corresponde en su calidad constitucional de responsable elector?”, interpeló y recordó: “El pueblo es el ‘soberano’, que reclama el acceso a una educación integral, que lo capacite para decidir quienes deberán servir a su original opción constitucional”.
Tras señalar que “en julio del año próximo celebraremos el bicentenario de la Independencia”, consideró que aquel “fue el momento de decidir ser nación libre y echar las bases del futuro. Años después (1853) la Argentina redactó y juró su Constitución”.
Monseñor Castagna aseguró que “no podemos silenciar las palabras decisivas del inolvidable catamarqueño, que fue obispo de Córdoba, el venerable Mamerto Esquiú, histórico predicador de la Constitución: ‘Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley, sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad, existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra’”.
“A la luz de esa vibrante exhortación es urgente preguntarnos: ¿Qué hemos hecho de aquel solemne propósito? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué pensamos hacer?”, propuso.
Texto de la reflexión
1.- El mundo es el sordomudo. Cuando Jesús cura al sordomudo, deja entrever que existe una sodera y mudez de más gravedad que la física. Quiere que se produzca esa otra curación. La Palabra que Él encarna reclama ser escuchada por todos. El mal original - el pecado - hace de los hombres verdaderos sordomudos. Cristo viene a hacerse oír y, al mismo tiempo, a otorgar la capacidad de escucharlo a quienes la han perdido. El síntoma más claro de esa incapacidad es la ineptitud para escucharse mutuamente. Me causa una irrefrenable indignación presenciar algunos debates televisivos en los cuales todos hablan al mismo tiempo. Nadie parece escuchar a nadie. Todos llegan con lo suyo, como si fuera único, y se vuelven exactamente con lo suyo, sin haber enriquecido su pensamiento con el aporte de los otros. El llamado insistente al diálogo que, con mucha frecuencia, protagoniza la Iglesia, se enfrenta con un desierto desolado y sombrío. Cuando el Beato Papa Pablo VI expuso el tema, en su primera Encíclica (6 de agosto de 1963), lo hizo desde la perspectiva estrictamente evangélica. En pleno Concilio Vaticano II, la enseñanza de aquel gran Pontífice caló hondamente en la orientación pastoral de la Iglesia. Es natural que ese magisterio eclesial adquiera una creciente actualidad, frente a una sociedad autista y, no obstante, urgida a resolver sus endémicos desencuentros.2.- No se les dará otro signo que el de Jonás. La intención de Jesús es ser recibido como la Palabra, no ser exaltado fanáticamente como sanador. El milagro conduce a la verdad y se agota en ella. La verdad es captada y reconocida por la fe silenciosa y simple, no por la espectacularidad del milagro. Para el mundo, afecto al espectáculo herodiano, la fe es de difícil ingesta emotiva e intelectual. No obstante la palabra de Jesús es clara: "Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie...". (Marcos 7, 36) No quiere que se lo conozca como sanador sino como profeta. La fe no es producida por el milagro sino por su persona. Él se manifiesta por sus gestos y palabras. Su vida y su enseñanza constituyen el signo evangelizador principal. El gran signo de su divinidad es la Resurrección. A nadie se le negará ese signo. Así lo afirma Jesús, ante la pretensión de aquella sociedad, hambrienta de milagros: "Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás.". (Mateo 12, 39). Es la Resurrección, lo aclara el mismo Señor, a renglón seguido. Cristo, el Hijo de Dios encarnado, es el autor de la fe - el que la suscita y alimenta - que convierte a cada creyente en testigo y promotor de una nueva humanidad. Por lo mismo, ¡qué importante es la fe en la historia humana!
3.- Tucumán y su enseñanza. Al evaluar los acontecimientos de Tucumán, ampliamente difundidos por los medios de comunicación social, no nos queda espacio para dirigir nuestro dedo acusador a los responsables directos - que los hay - será misión de una justicia independiente y bien administrada. Debemos ir más allá. Pensemos en el pueblo que, a veces, convertido en convidado de piedra, no es atendido en sus legítimos reclamos y padece las consecuencias de graves desaciertos en la administración de la cosa pública. ¿Por qué no puede o no sabe elegir a sus mandatarios? ¿Qué ocurre en ese trasfondo social y político, en el que se produce el difícil discernimiento que le corresponde en su calidad constitucional de responsable elector? El pueblo es el "soberano", que reclama el acceso a una educación integral, que lo capacite para decidir quienes deberán servir a su original opción constitucional. En julio del año próximo celebraremos el bicentenario de la Independencia. Fue el momento de decidir ser nación libre y echar las bases del futuro. Años después (1853) la Argentina redactó y juró su Constitución. No podemos silenciar las palabras decisivas del inolvidable catamarqueño, que fue Obispo de Córdoba, el Venerable Mamerto Esquiú, histórico predicador de la Constitución: "Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley, sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad, existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra...". (Fray Mamerto Equiú). A la luz de esa vibrante exhortación es urgente preguntarnos: ¿Qué hemos hecho de aquel solemne propósito? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué pensamos hacer?
4.- La vivencia de los valores y la fe. La fe posibilita la vivencia de los valores evangélicos. Por su intermedio se produce la acción transformadora de la gracia. Es la gracia de Cristo - su poder - la que perdona, redime y santifica. La afirmación del Ángel de la Anunciación devela, con breves palabras, el poder asombroso de la gracia de Dios: "porque no hay nada imposible para Dios". (Lucas 1, 37). La falta de fe traba el flujo de gracia que viene del Misterio de Cristo y no permite la adopción de los valores superiores. Sin el auxilio de la gracia de Dios, lo que debemos hacer queda inconcluso, o no se cumple. Cristo vino, y está, para plasmar su gracia - que es la de Dios - en las vidas de los hombres y mujeres dispuestos a recibirla. Desde Jesús, en las primeras instancias de su actividad misionera, hasta los Apóstoles y hoy la Iglesia, el mundo recibe el urgente llamado a la conversión: "A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: 'Conviértanse, porque el Reino de Dios está cerca'". (Mateo 3, 17).+
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