El papa Francisco indicó que el Octubre Misionero es una nueva oportunidad “para hacernos discípulos misioneros, cada vez más apasionados por Jesús y su misión, hasta los confines de la tierra”.
La hermana María Cecilia Miranda, es misionera en Lomé, Togo y testifica: “La misión no me invitó a planificar, proyectar, proponer, sino a estar en medio del pueblo, a acoger lo distinto sin dejar de lado lo que soy, porque en definitiva no aportaría nada si pierdo mi identidad; me invitó a reconocer en estos rostros morenos la presencia del Señor que se hace hermano”.
Por su parte, el Padre Rodrigo Vélez, es sacerdote redentorista y está realizando su misión en Tailandia. “Me alegra compartir estos primeros pasos de mi misión con ustedes y pido a Dios nos regale siempre la capacidad del asombro ante la misión que él nos encomienda”, manifestó.
A continuación, el texto completo de los testimonios de los religiosos:
Desde Togo, la hermana María Cecilia Miranda
Hay gente que elige la misión, y hay otra gente como yo, a la que la misión elige. Hace nueve años me encontré de sopetón con una realidad nueva para mí: ser misionera fuera de mi país. No era algo improvisado, porque Dios prepara sus proyectos con cuidado y atención, no era algo tirado de los pelos, sino un nuevo sendero en la aventura de querer donar la vida cada día, en lo cotidiano, que se hacía concreto con mi consagración religiosa.
Sí, soy Pequeña Hermana de la Sagrada Familia, pero dentro de mi vocación, al menos yo no había pensado en la posibilidad de ir a otros lugares para anunciar el Evangelio. Pero el Señor, que siempre toma la iniciativa, me empujó a aceptar la propuesta de mi Madre General para dejar mi amada tierra, y llegar a la nueva realidad que se estaba gestando en Lomé, Togo, un pequeño país de África del Oeste.
Medio a los trompicones empecé a prepararme. Busqué un poco de información de un país casi desconocido para mí, y empecé a dejar que el corazón llorara las pérdidas y las partidas, expresando también todo lo importante que dejaba y todo lo importante por lo que me iba.
Así, llegué a Lomé, para integrar la comunidad de formación de nuestra familia religiosa. Nada, nada te prepara para la realidad, y hasta el más experto con las palabras, tiene dificultades para expresar todo lo que se ve. Una cultura distinta, una lengua distinta, una manera de ver la vida y la fe distinta, un clima distinto. El primer tiempo es para conocer, para adaptarse. Para romper todas las ilusiones y empezar a construir desde la realidad de las personas que encontramos, con sus dones, con sus defectos. Fue un tiempo para descubrir lo difícil y lo liberador de sentirse inútil, pequeño, sin recursos. Fue un tiempo para empezar a aprender la lengua, que aquí es el francés, y saber que en realidad se comunica más con una sonrisa, una caricia, un gesto, frente a tanta gente que no habla francés porque no está escolarizada y hablan sólo la lengua local, el ewé.
Para mí cambió la idea de misión tan pobre y reducida que tenía, para abrir la puerta a la experiencia de la presencia. Cuando uno comienza a conocer el contexto se siente más seguro, pero también se descubre que hay elementos culturales que nos los entenderé nunca, pero que tengo que respetarlos; que hay maneras de pensar tan arraigadas que no hay lógica válida para hacer cambiar de opinión, lo que implica ser creativo y paciente. Es un desafío pasar de la crítica de lo que no nos gusta a la valorización de las actitudes y valores que pueden producir un cambio.
Después de estos años, y con tanto por aprender, reafirmo que la gente no me necesita, lo poco que hago lo puede hacer cualquier otro, pero soy yo la que necesitaba y necesito esta experiencia para crecer, vislumbrar horizontes nuevos, liberarme de algunas esclavitudes, y buscar siempre más lo esencial del Evangelio. La misión no me invitó a planificar, proyectar, proponer, sino a estar en medio del pueblo, a acoger lo distinto sin dejar de lado lo que soy, porque en definitiva no aportaría nada si pierdo mi identidad; me invitó a reconocer en estos rostros morenos la presencia del Señor que se hace hermano; me desafió a amar hasta el extremo, aún en la soledad, en la incomprensión, en el desconcierto.
Creo que el misionero es aquel ha entendido la vida como un peregrinaje. Francisco de Asís, apropiándose de las palabras de la carta de San Pedro decía a sus frailes: “vayan como peregrinos y forasteros”. Sin falsos protagonismos y haciéndose cargo de la vida que reclama; sin falsas ilusiones sabiendo que también los más pobres serán los que te mientan, te engañen, te rechacen; sin apropiarse de nada ni de nadie pero amando incondicionalmente; sin querer solucionar todos los problemas pero gritando y rebelándose frente a las injusticias.
Mi tarea es principalmente la formación de mis hermanas, también doy clases en un Instituto de formación para catequistas, y acompaño un grupo de catequistas de una de las capillas de nuestra parroquia. Intento compartir mi experiencia y acompañar a los otros para que hagan crecer en ellos la fe que han recibido. Me siento pequeña entre los pequeños, intentando acoger lo maravilloso que el Señor me regala cotidianamente: su Palabra, su Eucaristía, cada gesto y sonrisa. Sin Su Presencia, yo no podría ser presencia. Sí, podemos estar seguros ¡Él estará con nosotros hasta el fin del mundo!
Hermana María Cecilia Miranda
Pequeña Hermana de la Sagrada Familia – Lomé – Togo
Desde Tailanda, el padre Rodrigo Vélez
Para entender (เข้าใจ) hace falta poner el corazón
Desde las montaña del Doi Inthanon los misioneros redentoristas vienen trabajando hace más de 40 años con las comunidades nativas de los Karen. En tailandia existen estas tribus de las montañas que son diferentes a los tailandeses, tienen su propia cultura, su idioma, sus costumbres, pero quizás lo más interesante es que estas comunidades nativas, han hecho un proceso de conversión al cristianismo muy valioso, su modo de vivir la fe es algo admirable.
En este primer año estoy adentrándome en la cultura y el idioma especialmente, estuve 6 meses estudiando el tailandés en Bangkok mientras colaboraba con la única iglesia en Bangkok que ofrece varias misas en inglés para los católicos extranjeros, migrantes. Tailandia es un país budista en un 90 %, se ven templos budistas por todos lados, con una población de más de 70 millones de habitantes, el nivel socio económico de Bangkok, dista mucho de la gente del interior. Aquí el rey es la figura más relevante de la sociedad, y los monjes gozan de gran respeto. Ya en el sexto mes me encuentro en nuestra misión en las montañas de Mae Chaem.
Aquí tenemos como misión acompañar pastoralmente a 13 comunidades. Aldeas que se encuentran repartidas en las laderas de las montañas donde el trabajo de la gente consiste en los cultivos de arroz, maíz, zapallos y variedad de frutas y verduras. Estas comunidades organizadas con sus costumbres propias envían a sus chicos a estudiar a los pueblos más grandes donde están las escuelas. En nuestra misión, tenemos un albergue de niños y niñas.
El equipo de misión es muy enriquecedor ya que esta compuesto por 2 sacerdotes, 1 seminarista filipino en su año de inmersión, 3 religiosas y una familia que forman parte del staff de acompañamiento. La misión es más que un desafío a corto plazo. La misión en estas tierras son un gran regalo de Dios, pero también un reto que implica el ejercicio de dejar costumbres, familia, comidas, amigos... un camino de despojo, para animarse a dejarse vestir por el evangelio. Es un don maravilloso el poder ser testigos de la fe que se viste del color y del calor de este pueblo tan diferente pero tan cercano a la vez.
Los primeros días de aprendizaje del idioma en esta tierra, aprendí que en tailandés " entender " se dice 'kouchay" เข้าใจ , que significa entra en el corazón, o sea que para entender, hace falta poner el corazón. Este idioma que tiene más de 40 consonantes, 21 vocales y 5 tonos, también es sencillo y rico a la vez para expresar lo profundo del corazón. Ya en las comunidades de la montaña el desafío es doble ya que allí se habla el idioma Karen. Sin duda que hay mucho por aprender, pero lo más lindo de la misión ad gentes es que uno descubre en el hermano que " tocar lo humano, es invocar sobre uno, lo divino '. Me alegra compartir estos primeros pasos de mi misión con ustedes y pido a Dios nos regale siempre la capacidad del asombro ante la misión que él nos encomienda.
Rodrigo Vélez - Sacerdote misionero Redentorista
Tailandia
Informes: comunicacion@ompargentina.org.ar, www.ompargentina.org.ar y redes sociales.+
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