Mons. García Cuerva a los sacerdotes: Una mira sin prejuicios que sepa de los alejados
Al recordarle a los sacerdotes que el pueblo fija la mirada en ellos, consideró que que estas miradas “dicen más que mil palabras” y enumeró algunas de sus características: esperanzadas, prejuiciosas, “duras, crueles, hirientes, que lastiman”, amigas.
“Que nuestra mirada sea fiel reflejo de la misericordia de Jesús, que sigue eligiendo a los pecadores, a los descartables de nuestra sociedad. Que nuestros ojos estén empapados por las lágrimas de sentir en nuestros corazones el dolor y la tristeza de tantos hermanos golpeados por la injusticia, por la enfermedad, por la muerte”, pidió.
“Que nuestras pupilas se ensanchen en la noche, para descubrir a quienes viven en la oscuridad del pecado, en las tinieblas de la tristeza y la desesperanza. Que nuestra vista sea límpida, transparente, sin prejuicios, que vea a la distancia, y así, sepa de los alejados, de los que no están”, sostuvo.
Citando al papa Francisco, monseñor García Cuerva subrayó que “la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” y especificó: “Una alegría inquieta y buscadora; que no se acomoda en un rincón del alma hasta dormirse, sino que sale a buscar a los tristes, a los pobres, a los cautivos de las adicciones; a los presos del orgullo, de la soberbia, y del egoísmo; a los oprimidos por la injusticia, por la falta de trabajo, por la esclavitud de la trata y la prostitución; a los ciegos por el odio y el resentimiento”.
“¡Seamos entonces anunciadores de esta Buena Noticia! El Señor está entre nosotros; camina con nosotros; Él está vivo, no huyamos de su Resurrección, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. Sigamos soñando a lo grande, sigamos creyendo que el Reino de Dios es posible; que no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda”, requirió.
“Recordemos, como nos dice la primera lectura de hoy, que somos sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios, que más allá de las dificultades y cansancios, renovamos hoy la promesa de redescubrir la alegría de Cristo en nuestras vidas, y de salir a contagiarla con mucha garra, como aquel hermoso día, en que recién ordenados, y con emoción, levantamos por primera vez nuestras manos para consagrar el pan y el vino, y para bendecir a nuestra gente”, concluyó.+
Texto de la homilía
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