Instituida en 1961 por el papa Juan XXIII, don Jaime de Nevares fue el primer obispo neuquino. Lo sucedieron los obispos Agustín Radrizzani, Marcelo Melani, Virginio Bressanelli y, en la actualidad, el obispo Fernando Martín Croxatto.
En su homilía, el obispo agradeció la oportunidad para celebrar la “comunión eclesial” de la diócesis, renovándose con la fuerza de Su gracia en este aniversario, y reafirmando el compromiso de los sacerdotes al servicio de la Iglesia particular de Neuquén.
La diócesis, recordó el prelado, nació con la impronta del Concilio vaticano II de la mano de Juan XXIII, y citando las primeras palabras de Don Jaime de Nevares, expresó: “Que esta diócesis y provincia de la querida Patria argentina, por la que estamos dispuestos a dar la vida, pueda ser ejemplo y dechado de intensa vida cristiana, esforzado patriotismo, incansable espíritu de trabajo, acrisolada honradez, pureza y limpidez de costumbres, integridad de vida familiar, generosa unión fraternal entre todos sus componentes”.
Recordando el compromiso del primer obispo de la diócesis, propuso tener presente como comunidades, laicos y consagrados, el pedido de ‘no interferir la acción del Espíritu’. “De manera especial, nosotros hermanos sacerdotes ‘ungidos con su unción’. Unción que es para ungir al pueblo fiel de Dios al que servimos, especialmente en sus pobres, oprimidos, presos, abandonados a su suerte, heridos, abusados…Qué imagen fuerte, pero hermosa a la vez este ‘ser para’ del Santo Crisma que nos ungió. No tiene sentido nuestra vida sino apunta al Pueblo de Dios”, aseguró.
Dirigiéndose a los sacerdotes, deseó “que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor que estamos revestidos con sus nombres, que no queremos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras, ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido”.
“Seguro que tenemos tantos nombres (hoy los queremos traer a esta celebración aniversario) …tantos testigos, que muchas veces sentimos que nos llevan la delantera en eso que nos propone la carta a los Hebreos: ‘fijos los ojos en Jesús’… y así dejarnos estimular en el camino de nuestra santidad junto a nuestro pueblo, esos santos de ‘la puerta de al lado’, muchas veces los más humildes, los más sufrientes”, señaló.
“Nosotros, queridos hermanos, fuimos ungidos ‘con ese óleo de alegría y con preferencia a nuestros compañeros’, Por eso necesitados poner con humildad, cada día, nuestra mirada en Jesús, también necesitamos dejarnos mirar por los ojos sabios de nuestro pueblo fiel, sus ojos nos ayudan en el camino de la santidad”, animó, destacando esos “ojos pedigüeños que nos desacomodan tantas veces y no permiten que nos aburguesemos”.
“Esos ojos agradecidos que nos emocionan por su delicadeza y nos hacen tomar conciencia de nuestro ser instrumentos de Alguien más grande que nosotros. Ojos sufridos de tantos, que nos alientan al trabajo, al compromiso ‘cuerpo a cuerpo’, como se necesita hoy. Esos ojos pacientes que muchas veces nos suplican lo ayudemos a curar sus divisiones, ésas que destruyen amistades y familias, pero que nos ayudan a darnos cuenta de los desgarros entre nosotros, de nuestras faltas de fraternidad. Esos ojos piadosos de nuestra gente simple, que miran y adoran a Jesús Sacramentado, que contemplan la imagen de la Virgen como refugiándose en su maternidad protectora, y que nos suplican que nuestro corazón sacerdotal sea también orante y adorador”, describió.
“Y esta unción, lo sabemos, no es un mérito propio, sino una Gracia recibida, permítanme también volver a recordar esta verdad, esta conciencia profunda en nuestra vida, que es lo que hace un tiempo los últimos Papas han marcado con el sello de ‘la primacía absoluta de la gracia’”, señaló, que el papa Francisco propone como ‘faro que debe alumbrar permanentemente toda nuestra tarea evangelizadora’”.
“Algunos hablan que en este tiempo se vive ‘un eclipse de la gracia’, junto al abandono de Dios, hay una persistente pérdida de su sentido… se habla del sueño de la modernidad y el ‘asesinato del Padre’, lo que escuchamos hoy, de que el hombre deberá orientar su vida por sí mismo, construyendo el propio destino con sus solas manos”, advirtió.
“Y también en nuestros ámbitos cristianos la desmerecemos, porque la mostramos desconectada de la vida, como sin fuerzas de transformar nada de lo humano y de la historia, sin ningún efecto social y práctico. Tanto cuando nos encerramos en la razón, en los sentimientos o ponemos esta fuerza en nuestras conquistas sociales (gnosticismo o neo-pelagianismo), estamos deformando la fe en Cristo cómo único salvador de todo el hombre y de toda la humanidad, es la lamentable mundanidad de la que tanto insiste el Papa”, alertó.
“Por esta gracia divina recibida, Dios nos comunica su Amor, ella nos une e identifica con Cristo Jesús, con su amor y entrega a Dios y a los hermanos… y ‘estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ‘ser para’ todos, hace que éste sea nuestro modo de ser’ y sólo ‘estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos’”, aseguró.
“Por eso hablar de la gracia y de su primacía es urgente. La gracia, nos humaniza desde dentro, nos permite encontrarnos con lo mejor de uno mismo, nos devuelve el verdadero sentido de nuestra dignidad, nos recuerda nuestro lugar en el mundo como hijo o hija de Dios, creado a imagen y semejanza suya”, afirmó el obispo. “Fuente y fuerza de liberación, si va acompañada de un compromiso práctico por la transformación personal y social. También fuente de esperanza, pues siempre es posible realizar una experiencia de gracia en un contexto de desgracia”, añadió.
“Jesús hoy nos vuelve a decir 'este es el tiempo de gracia'. El anuncio de las sorprendentes posibilidades de vida y comunión que el amor de Dios abre a nuestra libertad. ¿Qué podríamos..o qué no podríamos, si le diéramos más lugar a la Gracia?”, planteó.
“Con los ojos fijos en Jesús y sintiendo sobre nosotros la mirada de nuestro pueblo fiel, recuperemos la memoria de nuestra primera unción, aquel día en que nos impusieron las manos sobre nuestro ‘primer amor’, y pidamos al Padre y a María, madre de los sacerdotes, la gracia de participar en plenitud de esa unción que llevó al Señor a pasar silenciosamente, en medio de su pueblo, ‘haciendo el bien’”, concluyó.+
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