El padre Ignacio Pérez del Viso, sacerdote jesuita, celebrará los cincuenta años de su ordenación sacerdotal en la Compañía de Jesús con una misa que presidirá el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Aurelio Poli, en la iglesia del Salvador (Callao y Tucumán), el viernes 5 de junio a las 19.30.
Además, para los amigos del barrio de Belgrano, oficiará una misa el sábado 13 de junio a las 19.30, en la parroquia San Martín de Porres (Virrey Loreto 2161). En esa parroquia colabora desde que comenzó a actuar en el Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), que quedaba a pocas cuadras de allí y donde se desempeñó durante treinta años, entre 1978 y 2008.
A sus 81 años, el padre Pérez del Viso valora con agradecimiento y fidelidad la vocación sacerdotal a la que fue llamado muy joven y desde la madurez que da una rica experiencia de vida trasunta una personalidad afable, serena y comprensiva, abierta a iluminar con el pensamiento cristiano las cambiantes circunstancias del mundo actual.
Profesor de Teología, de Historia de la Iglesia y de Doctrina Social de la Iglesia, volcó su inquietud intelectual no solamente en la cátedra en el Colegio Máximo de San Miguel (donde es vicerrector de las facultades de Teología y Filosofía, integradas en la Universidad del Salvador), sino en muchas publicaciones, como la revista del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS) y las revistas Estudios y Stromata, de las que fue director; la revista Criterio, el portal Valores Religiosos, el diario La Nación, etc.
Impulsó grupos juveniles misioneros. Entre otras funciones, desempeña actualmente su ministerio sacerdotal en la parroquia San Martín de Porres y en el colegio marista Manuel Belgrano, ambos en el barrio de Belgrano. Desarrolló un gran interés por el ecumenismo, que procura la unidad de los cristianos, y por el diálogo interreligioso, temas en los que es fuente de consulta habitual para el episcopado argentino.
Trayectoria
Ignacio Pérez del Viso nació el 19 de agosto de 1934 en la ciudad de Santa Fe. Allí egresó del colegio La Inmaculada, de los jesuitas, a fines de 1950 e ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús en Córdoba, el 11 de marzo de 1951. Dos años después hizo sus primeros votos y realizó estudios de Literatura y Humanidades durante tres años (1953-1955) en la misma ciudad de Córdoba.
Estudió luego Filosofía durante tres años (1956-1958) en el Colegio Máximo de San Miguel. Fue destinado después al seminario de Villa Devoto durante dos años (1959-1960) donde enseñó lenguas clásicas y Humanidades. Completó su Magisterio con un año en el colegio del Salvador (1961). Volvió luego al Colegio Máximo para cursar los cuatro años de Teología (1962-1965), y obtuvo los títulos de Licenciado en Filosofía y en Teología.
Fue ordenado sacerdote el 5 de junio de 1965 por el arzobispo de Santa Fe, monseñor Nicolás Fasolino, en el santuario Nuestra Señora de los Milagros, de esa ciudad. Completó su formación con el año de “Tercera Probación” o retiro espiritual (1966) en Mar del Plata.
Siendo un joven sacerdote, en los comienzos de su ministerio fue destinado a trabajar en la Universidad del Salvador, donde estuvo siete años (1967-1973). Allí desempeñó los cargos de director de la Revista Estudios (1970), director del Departamento de Teología (1970-1971), director general de Estudios (1970-1972), asesor del Rectorado y delegado en la Facultad de Derecho (1973). En ese período fue también profesor en la Facultad de Teología de San Miguel (1967-1969). Realizó después estudios de posgrado en “L’École Pratique des Hautes Études”, París, Francia (1974-1978), sobre la Iglesia de los primeros siglos.
A su retorno de París fue destinado al Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), donde trabajó durante treinta años (1978-2008). Fue director de la Revista del CIAS durante diez años, colaboró con la mediación papal sobre el Beagle y fundó el centro Compartir, destinado a ayudar a regiones muy pobres. Con ese espíritu, organizó dos grupos misioneros con los cuales iba al monte santiagueño y a la Patagonia. En ese tiempo colaboró con dos comisiones Episcopales, la de Pastoral Social, cuando la presidía monseñor Carmelo Giaquinta, y la de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso, durante más de veinte años, con la cual continúa trabajando.
En 1986 retomó la docencia en la Facultad de Teología de San Miguel como profesor de Historia de la Iglesia y, desde 2002, de Doctrina Social de la Iglesia. Fue director, durante muchos años, de la revista Stromata, de esas Facultades, vicedecano de la Facultad de Teología durante seis años y vicerrector de las Facultades, cargo que aún desempeña.
En 2009 fue trasladado a la comunidad del Salvador, desde donde continúa colaborando con la parroquia San Martín de Porres y con el colegio marista Manuel Belgrano, en el barrio de Belgrano.
Es profesor en el curso de Valores Religiosos y posee una columna mensual en la edición online de esta entidad. Sus publicaciones se encuentran en diversas revistas del país y del extranjero, en particular sobre temas que hacen a la relación entre Fe y Cultura.
Mis 50 años de sacerdote
Por Ignacio Pérez del Viso, SJ
Cuando fui ordenado sacerdote sentí la vocación de seguir al Maestro que enseñaba. Jesús predicó a las multitudes, formó a sus discípulos y conversó con personas como Nicodemo, de noche, o la samaritana, al mediodía. A ella le pidió: “Dame de beber”. Y en este medio siglo no he dejado de predicar y enseñar Teología, pidiendo también a otros de beber.
Tiempo después sentí la vocación de seguir al Médico. Jesús curaba a los enfermos con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza, como dice el prefacio del Buen Samaritano. Consolar y dar esperanza. Con ese fin, organicé dos grupos misioneros, uno a San José del Boquerón, en el monte santiagueño, y otro a Cona Niyeu, en la Patagonia. Encontramos gente sencilla que nos infundía esperanza, al trabajar tan duro para salir adelante.
Todos los bautizados son sacerdotes, lo que les permite comunicarse con el Señor, sobre todo al comulgar. Los sacerdotes ministeriales fuimos ordenados por el obispo para servir a los sacerdotes bautismales. El aceite del consuelo y el vino de la esperanza están al alcance de todos. Las mamás y los papás son los primeros en consolar y dar esperanza a sus nenes. En la figura del Buen Samaritano nos sentimos unidos los sacerdotes bautismales y los ministeriales.
Una de las esperanzas que más me motivó fue la ecuménica, para promover la unidad de los cristianos. Siendo estudiante de Teología, en San Miguel, organicé un partido de fútbol con los alumnos de la Facultad Luterana de Teología, de José C. Paz, que terminamos empatados. Después siguieron mis visitas a esa Facultad. Cuando fui ordenado, estuvieron presentes en toda la ceremonia el rector y un profesor de la Facultad Luterana. Hoy continúo colaborando con la Comisión de obispos argentinos dedicada al Ecumenismo. Y el diálogo con otras Iglesias nos lleva al diálogo con otras Religiones, como el Judaísmo y el Islam, en la gran familia humana.
Mi vocación nació al conocer, en el colegio, a los jesuitas que lo dirigían. Nuestro fundador, san Ignacio de Loyola, nos dejó el método de los Ejercicios Espirituales. Son una escuela de espiritualidad para aprender a discernir los caminos de Dios. Hasta los santos han tenido que experimentar para encontrar su camino. La Madre Teresa de Calcuta ingresó a una congregación misionera, en Albania, y partió para la India. Allá se ocupaban de los pobres, pero quedaban los miserables en los basurales. Dejó entonces su congregación y fundó otra, para atender a los parias de la India y a los enfermos de sida en Occidente.
Después de tantos años como jesuita, desde antes de ser ordenado, mi satisfacción no consiste tanto en haber aprendido a discernir los caminos de Dios cuanto en ver que otros, con alguna ayuda mía, han aprendido ese arte espiritual, que es valioso para todos los creyentes y no sólo para los católicos.
Es un arte que nos continúa enriqueciendo a lo largo de la vida. Por todo ello, doy gracias a Dios y a mis amigos.+
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