Francisco: El Evangelio es capaz de cambiar a las personas


“El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien”, dijo el papa Francisco, en el mediodía de este domingo 1 de febrero, en sus palabras previas al rezo del Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud de fieles congregada en la Plaza de San Pedro.

“El Evangelio es palabra de vida: no oprime a la persona, al contrario, libera a cuantos están esclavos de tantos espíritus malvados de este mundo: la vanidad, el amor al dinero, el orgullo la sensualidad”, expresó el Pontífice y aseguró que “¡el Evangelio es capaz de cambiar a las personas!”.


Comentando el Evangelio del día, de San Marcos, en el que Jesús entra en la sinagoga y se pone a enseñar, el Papa Francisco explicó que “esto hace pensar en el primado de la Palabra de Dios, Palabra para escuchar, acoger y anunciar”.


El Santo Padre señaló que “Jesús, después de haber predicado, demuestra en seguida su autoridad liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio”.


“Solo con la fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno”, destacó.


Por último, el Papa pidió recordar siempre “que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida”.


Francisco pidió a los fieles que “no se olviden de esto. Esto es la Buena Nueva, que nos transforma solo cuando nos dejamos transformar por ella. He aquí por lo que siempre les pido tener contacto diario con el Evangelio, leerlo cada día, un trozo, un pasaje, meditarlo.


“Lean un pasaje del Evangelio cada día. Es la fuerza que nos cambia, que nos transforma: cambia la vida, cambia el corazón”, concluyó.


Palabras del Santo Padre

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El pasaje evangélico de este domingo (cfr. Mc 1, 21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaún, la ciudad en la que vivía Pedro y que en aquellos tiempos era la más grande de Galilea. Y Él entra en aquella ciudad.


El evangelista Marcos relata que Jesús, siendo aquel día un sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y se puso a enseñar (cfr. v. 21). Esto hace pensar en la primacía de la Palabra de Dios, Palabra que hay que escuchar, Palabra que hay que acoger, Palabra que hay que anunciar. Al llegar a Cafarnaún, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa primero en la disposición logística, ciertamente necesaria, de su pequeña comunidad, no se detiene en la organización. Su preocupación principal es la de comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga permanece asombrada, porque Jesús "les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas" (v. 22).


¿Qué significa "con autoridad"? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros con frecuencia pronunciamos palabras vacías, sin raíz, o palabras superfluas, palabras que no corresponden a la verdad. En cambio la Palabra de Dios corresponde a la verdad, está unida a su voluntad y hace lo que dice. En efecto, Jesús, después de haber predicado, demuestra inmediatamente su autoridad liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio (cfr. Mc 1, 23-26).


Precisamente la autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de satanás, escondido en aquel hombre; Jesús, a su vez, reconoció inmediatamente la voz del maligno y "ordenó severamente: ¡Cállate y sal de este hombre!" (v. 25). Sólo con la fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno. Y una vez más los presentes permanecen asombrados: "Pero este hombre, ¿de dónde viene? Da órdenes a los espíritus impuros, ¡y estos le obedecen!" (v. 27). La Palabra de Dios provoca asombro en nosotros. Tiene esa fuerza: nos asombra, bien.


El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a cuantos son esclavos de tantos espíritus malvados de este mundo: tanto el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad… El Evangelio cambia el corazón, El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. ¡El Evangelio es capaz de cambiar a las personas! Por tanto, es deber de los cristianos difundir por doquier su fuerza redentora, llegando a ser misioneros y heraldos de la Palabra de Dios.


Nos lo sugiere también el mismo pasaje de hoy que concluye con una apertura misionera y dice así: "Su fama -la fama de Jesús- se extendió inmediatamente por todas partes, en los alrededores de Galilea" (v. 28). La nueva doctrina que Jesús enseña con autoridad es la que la Iglesia lleva al mundo, junto con los signos eficaces de su presencia: la enseñanza competente y la acción liberadora del Hijo de Dios se transforman en las palabras de salvación y los gestos de amor de la Iglesia misionera.


¡Acuérdense siempre que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida! No se olviden de esto. Él es la Buena Nueva, que nos transforma sólo cuando nos dejamos transformar por ella. Por eso les pido siempre que tengan un contacto cotidiano con el Evangelio, que lean cada día un fragmento, un pasaje, que lo mediten y también que lo lleven con ustedes a todas partes: en el bolsillo, en el bolso… Es decir, que se alimenten cada día de esta fuente inagotable de salvación. ¡No se olviden! Lean un pasaje del Evangelio cada día. Es la fuerza que nos cambia, que nos trasforma: cambia la vida, cambia el corazón.


Invoquemos la materna intercesión de la Virgen María, Aquella que ha acogido la Palabra y la ha generado para el mundo, para todos los hombres. Que Ella nos enseñe a ser oyentes asiduos y anunciadores competentes del Evangelio de Jesús".+



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